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– Se hundió, y la otra también.

– Quiere decir que la tierra tuvo que ser drenada. ¿Por qué se iban a tomar tantas molestias en construir una aldea en mitad de la nada?

– No tuvieron que hacerlo, el terreno cambió por sí mismo.

– Espere un momento. Sé que no tuvo que drenarse para construir el complejo comercial. ¿No me estará diciendo que se drenó por sí solo dos veces?

– Al menos. -¿Estaba eso en su libro? No le aporta demasiada credibilidad, y Woody está a punto de decírselo-. En algo tiene razón. Era poco menos que la nada, entonces te da que pensar sobre qué podría llevar a alguien a construir allí -interrumpe su intención Bottomley.

– En lo que respecta a las tiendas, la autopista, claro está.

– Eso no sería suficiente.

¿No sería suficiente para justificar un complejo comercial? Woody no ve qué está queriendo decir. El escritor no debe de saber mucho sobre negocios; quizá por eso sus libros no se venden demasiado. La niebla no puede durar todo el año, y una vez que se alce, las tiendas saldrán a flote, al menos Textos lo hará, seguro. Woody asume que el hombre está afectado por la bebida; no ha dicho nada a tener en cuenta por él ni por nadie de su entorno.

– ¿Entonces ya ha terminado de transmitir su mensaje? -dice sonriendo por la supuesta broma.

– Parece que debo de haberlo hecho. He hecho lo que he podido -dice, y Woody oye el teléfono bajar desde la boca del escritor para ser sustituido por un vaso que enseguida suena vacío, y entonces la voz de Bottomley regresa torpemente al auricular-. Aquí va una idea -insiste-. Una buena. Intente decírselo al tipo que conocí y a los demás cuando estén fuera de ese lugar. Veremos lo que piensan.

– ¿Por qué iba a querer hacer eso?

– Piense en ello cuando esté en otro lugar.

Este es el peor tipo de sabotaje, uno tan indefinido que es demasiado difícil luchar contra él.

– Aquí nos va bien a todos -dice, y corta la llamada.

Está a punto de empezar a ocuparse de las personas que Bottomley ha dejado al descubierto cuando Agnes se yergue con un libro entre las manos. Más que nunca, parece un animal alimentándose, sobre todo por la expresión bovina de su rostro.

– Ese no era Gavin -dice.

– Eh, lo has notado.

– Pensé que íbamos a intentar asegurarnos de que estaba a salvo.

– No hay necesidad de pensar en otra cosa que no sean las existencias -responde, y eso no parece contentarla, pero Woody no ve ninguna razón para que tenga por qué hacerlo-. No voy a llamarle desde aquí -dice para darle una elección. Va de camino a decirle a Angus que suba con él a su despacho cuando los teléfonos comienzan a sonar de nuevo.

¿El mundo exterior se está poniendo de acuerdo para interrumpir su trabajo? El auricular del teléfono está húmedo y conserva algo de su aliento.

– ¿Sí? -dice en un tono sibilante y cortante como un cuchillo.

– ¿Es eso la librería?

– Lo es, señora -responde suavizando la voz y la sonrisa, porque suena como una clienta ansiosa-. Woody al habla, ¿en qué puedo servirle de ayuda?

– ¿Está nuestra hija ahí? ¿Está bien?

– Todos estamos bien. ¿Con quién quiere hablar?

– Le gusta que la llamen Anyes.

– No fue idea de usted entonces. Una rebelde, ¿no? -¿Por qué no le sorprende que esta última intrusión tenga que ver con Agnes?-. En fin, sí, está aquí y tan bien como siempre.

– No se ha visto envuelta en ese horrible accidente de la autopista entonces. Acabamos de oírlo en las noticias. Pensamos que iba a llamar para confirmar que estaba bien.

– Eso no hubiera sido posible, lo siento.

– ¿Por qué no?

La voz de la mujer deja entrever sus nervios; mientras, mira a Woody con el ceño fruncido, como si oyera a su madre.

– Política de la tienda. Nada de llamadas a no ser que sean parte del trabajo -replica Woody, haciendo todo lo posible para no usar palabras que inciten a Agnes a la sospecha.

– ¿No cree que eso es un tanto inflexible? Es como encerrar a todo el mundo hay dentro.

Ahora entiende de donde le viene a Agnes su actitud.

– Yo no inventé esa regla, señora -se limita a decir-. También me afecta a mí.

– ¿Entonces está de acuerdo conmigo, verdad? Debería hacer algo al respecto, ya que es el encargado. Si le parece voy a hablar un momento con Agnes.

– Me temo que eso no es posible.

– ¿Qué tiene contra ello? Acaba de decir…

– Ocupados. Lo estaremos toda la noche. La tienda al completo se está preparando para un acontecimiento, y las personas que deberían estar ayudando no lo están haciendo. No se preocupe, puede confiar en mí. Todo el mundo estará a salvo conmigo a su cargo.

– Aun así me gustaría hablar con mi hija -insiste la mujer, parece que ni sus argumentos ni su sonrisa la han convencido.

– Como le he dicho, no es posible. Por favor, no lo vuelva a intentar. Yo mismo me ocuparé de todas las llamadas.

Se siente más observado que nunca. Como si bajando la voz hubiera atraído sobre él la atención de una gente que ni siquiera ve. Agnes arruga el ceño en su dirección, al tiempo que se agacha lo mínimo posible para coger un libro. Cuando su madre emite un suspiro enrabietado e incrédulo, Woody cuelga el teléfono.

– Quiero verte en mi despacho, Angus -grita a la vez que la salida de la sala de empleados se abre gracias a su tarjeta.

Desde el despacho también puede ver a Agnes. Al observar al lento y cabizbajo Angus cruzar la sala para acudir a su requerimiento, advierte su mano apoyada sobre el teléfono del mostrador.

– Mantengamos nuestras mentes ocupadas en nuestra labor de esta noche, ¿puede ser? Hablad conmigo si tenéis que hacerlo con alguien. Ahora mismo no necesitamos a nadie salvo a los que estamos aquí.

Le gratifica ver a Agnes apartando la mano del aparato, como si este la hubiera acusado, notando sus intenciones. Cuando lanza una mirada de odio hacia el techo, Woody siente las esquinas de su boca alzarse, componiendo la expresión contraria a la que Agnes lleva de vuelta a sus libros. La invitaría a sonreír si no tuviera que ocuparse de Angus, que se aventura en la oficina con una sonrisilla dubitativa.

– No crees en la necesidad de compartir tus encuentros con la tienda, entonces -dice Woody, y la sonrisilla no sabe si encogerse o mostrar perplejidad.

– Encuentros con la tienda -repite Angus, y más tontamente si cabe, pregunta-: ¿De qué clase?

– No con la tienda -aclara Woody, siéndole difícil entender como alguien tan estúpido puede trabajar en Textos-. Con el hombre al que conociste -dice a través de su sonriente dentadura-, mientras se suponía que estabas haciéndonos publicidad.

– Te refieres a ese hombre, como llamarlo… -intenta pensar Angus durante demasiados segundos-. El historiador.

– Yo no lo llamaría así, no. Más bien le llamaría hijo de puta entrometido, y quizá tú puedas decirme por qué estaba merodeando por aquí.

– Tengo la sensación de que era por Lorraine.

– Enfermo además de entrometido, por lo que parece. Buscando material para usar en su próximo libro, o quizá para el que trata de Fenny Meadows, si alguna vez vende lo bastante como para reeditarlo.

– No hablaba solamente de Lorraine. Quería contarle a alguien lo sucedido en Fenny Meadows.

– Sí, ya me contó esa historia. No me sorprendería que se hubiera inventado algunas cosas. ¿Sabes lo que es mucho más importante? Lo único que dijo de utilidad fue que no pusiste la publicidad en los coches, tal como te dije que hicieras.

– Los puse en algunos. Pensé que la mayoría de los folletos eran para las tiendas.

– ¿Creíste que sabías más sobre cómo ayudar a la tienda que yo, verdad? Hay demasiados pensamientos cruzando las cabezas de la gente por aquí -dice Woody, y se siente tonto al hacerlo, pues no entiende muy bien qué ha querido decir-. En el futuro -continúa-, supongo que aprenderás a hacer simplemente lo que se te dice.