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– ¿No es momento de que comencemos a tomarnos nuestros descansos?

– ¿Ha trabajado alguien tanto tiempo como para eso? -dice mirando el reloj; no queda en absoluto satisfecho al comprobar que queda menos de media hora para que cierre la tienda-. Supongo que lo dices sobre todo por ti -le dice.

– Alguien tiene que ser el primero.

– Alguien tiene que dar ejemplo, claro. Eh, espero que haya una sonrisa ahí escondida en alguna parte. Vale, cuanto antes tengas tu descanso, antes volverás al trabajo. Vamos a asegurarnos de que sean solo diez minutos.

Debería ser consciente de que empiezan a contar a partir de ahora, ya que estaba tan impaciente, pero se demora en preguntar:

– ¿Has llamado a alguien respecto a Gavin?

– He hecho todo lo necesario.

– ¿Y?

– Tendremos noticias a su debido tiempo.

Ni siquiera ella se atrevería a llamarlo mentiroso. En cualquier caso no deja de ser la verdad. Se contenta, esa es la palabra, con dedicarle una mirada desafiante que no es digna rival para su sonrisa. Cuando se aleja hacia la sala de empleados, duda que tenga tiempo para tomarse un café que la espabile un poco. Quizá pueda concederle un par de minutos adicionales si eso la ayuda a trabajar mejor a la vuelta.

– ¿Tiene alguien un móvil que me pueda prestar? Pagaré la llamada -surge su voz desde las alturas.

Woody va corriendo a la oficina y la encuentra observando los monitores de seguridad desde la puerta de su despacho. ¿Es posible que se haya atrevido a usar su extensión?

– ¿Quién te ha dado la idea de que puedes usar los altavoces para esa clase de mensaje? -Se siente profundamente molesto por tener que preguntarlo.

– Es más rápido que ir preguntando de uno en uno. Creí que querías que ahorráramos tiempo.

– ¿Y a quién piensas llamar?

– A mis padres para que sepan que estoy bien y duerman tranquilos. No creo que nadie puede poner ninguna objeción a eso si estoy en mi descanso y no uso ninguno de los teléfonos que la tienda quiere que se reserven solo para ella.

Siente calor y frío, por la carrera y por la ira. ¿Puede creerla? ¿Y si planea llamar a la policía respecto a Gavin y crea más inconvenientes? Está sopesando la idea de ponerla en su lugar, si eso significa algo para una británica como ella, cuando la voz de Ray surge de los altavoces.

– Si no es una llamada demasiado larga, Anyes, puedes usar el mío.

– Ahí lo tienes, Ray cree que tiene derecho a usar los altavoces -informa Agnes satisfecha, corriendo por las escaleras.

Woody siente sus ojos tan hinchados que casi cree que le ha picado algún insecto. Coge el teléfono de su despacho y manda su voz al aire.

– Que todo el mundo sea consciente de que los teléfonos se usan únicamente por el bien de la tienda.

Esto parece reactivar el interés de Ray en el montón de libros a sus pies, mientras Agnes surge por la parte inferior de la pantalla y se acerca a él, según muestra el cuadrante superior izquierdo. Ray se saca un móvil de su chaqueta con una rapidez que Woody considera sospechosa. Woody baja las escaleras de dos en dos, para seguir colocando y asegurarse de que Agnes no se pasa con su descanso. Ha salido afuera para llamar, pero vuelve a tiempo. Es solo cuando merodea cerca de Ray que Woody siente que tiene que inmiscuirse en su conversación. No hablan sobre Gavin; Ray se está quejando.

– Quería que mi mujer se mantuviera en contacto. Seguramente estará despierta casi toda la noche con el bebé.

– De verdad que no sé qué ha pasado. Solo lo encendí y marqué el número.

– Lo recargué esta mañana -Ray pulsa un botón, pero el aparato no responde-. Muerto -tarda un poco en informarle.

– No consigo entenderlo. No te hubiera dejado sin teléfono a propósito, espero que no creas eso -dice, y levanta la voz para dirigirse a los demás-: ¿Alguien más tiene un teléfono?

– ¿Para que también te lo cargues?

– Para que no tengamos que depender de la tienda.

– Supongo que eso es lo que todos deberíais hacer -le dice Woody a todos.

Nigel había levantado la cabeza, pero ahora se lo piensa dos veces antes de hacer la proposición que tenía en mente.

– Me dejé el mío en casa -admite Ross-. Ahora no tengo a nadie que me llame.

– Mi novio se llevó el mío -Jake está ansioso de que todos sepan.

Greg lo mira con desprecio y luego se vuelve, no con mucha mayor simpatía, hacia Agnes.

– Me sorprende que no tengas uno propio.

– No me lo traje. Pensé que podría confiar en la tienda, tal como nos dijeron. ¿Estás diciendo que puedes prestarme uno?

– No entiendo cómo puedes pensar que iba a hacer eso, bajo ninguna circunstancia.

Woody es consciente de que ninguno de los dos va a apartar la mirada hasta que lo haga el otro. De repente, advierte a los dos hombres calvos de los sillones, y piensa cómo le recuerdan los libros abiertos en sus regazos a las pizarras con las que puntúan los jueces de un concurso.

– Te quedan un par de minutos, Agnes -dice.

– Quizá tendría que dejar de intentar llevarme bien con gente así. Quizá debería dejar de trabajar antes de que cerréis.

– No puedes dejar de trabajar cuando no hay trabajo -apunta Mad, sacando un libro de la sección de Adolescentes.

Le gustaría creer que está intentando animar a Agnes, pero Woody podría haber pasado sin esa interrupción y sin la siguiente de Greg.

– Puedes hacerlo mientras seas consciente de que estás dejando tirados a todos tus compañeros, Agnes.

– Vale, Greg. Yo me encargo de esto.

– Greg quiere hacerte creer que solo le importa este lugar -dice Agnes-. Le importa mucho más que las personas que estamos aquí, de todos modos.

– Estoy seguro de que alguno de vosotros le importa profundamente -dice Jake.

Una risilla escapa de Nigel, y los estantes sobre los que está arrodillado no pueden ocultarla. Greg mira a Woody con una mirada acusatoria que lo incita a intervenir. No tiene derecho a enfrentarse así a Woody. Nadie lo tiene, y el modo de recordárselo a todos es zanjar la actual crisis.

– Agnes, tu tiempo ha terminado.

– Me estás diciendo que me vaya.

¿De verdad cree eso? Le hacen sentir como si sus palabras tuvieran que navegar por un medio inhóspito para alcanzar su destino, y cuando lo hacen, llegan ir reconocibles.

– Correcto -dice-. Que vayas a colocar.

– Me estás pidiendo que me quede.

No está siendo lo bastante lista si está tratando de convencerse a sí misma, o a alguno de los que están atentos a la disputa, de que ha ganado.

– Estoy seguro de que todos aquí queremos que te quedes -dice Woody para que lo oigan los demás.

Se da cuenta de que debería haberlo dicho de otro modo cuando los dos hombres de los sillones alzan la vista hacia ella con unos ojos carentes de toda expresión. No ayuda que nadie más la esté mirando. Tras una pausa que tuerce la sonrisa de Woody, Agnes dice:

– Quizá hay gente a la que no debería cargar de más trabajo.

Una vez que se digna a volver a colocar, se dirige a los estantes de Gavin. La confrontación le ha dejado la cabeza confusa. Los libros que sostienen los hombres calvos en sus regazos le han empezado a recordar a las placas de identidad de una foto de archivo policial, especialmente cuando piensa en el aspecto que deben de tener en los monitores de seguridad. Se está comenzando a preguntar si la inmovilidad de los hombres distrae o infecta a los empleados. ¿No son sus movimientos demasiado lentos? Trata por todos los medios de darles ejemplo colocando el equivalente a un estante completo, y entonces mira su reloj.

– Textos cerrará en quince minutos -grita-. Por favor, lleven sus últimas compras al mostrador.

Los hombres sentados parecen ajenos a que el anuncio puede también estar dirigido a ellos. Woody coloca con ruidosa rapidez durante otros quince minutos. Cuando esto falla, usa el teléfono cercano a Reptiles para declarar: