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– Textos cerrará en diez minutos.

Tampoco esto da resultado, ni colocar libros con tanto vigor que se corta los nudillos con el filo de las estanterías. Antes de que su próximo anuncio esté cercano, se ve obligado a consultar su reloj mientras se chupa el dedo magullado. La otra mano se cierne como un insecto amenazando los botones del teléfono, y cuando al fin ataca, se siente liberado.

– Textos cerrará en cinco minutos -dice, y los altavoces repiten su mensaje-. Por favor, que los clientes se dirijan a la salida. La tienda abrirá mañana a las ocho.

La sedente pareja podría pasar por dos estatuas en un museo; solo les falta la ficha explicativa. Está considerando cuánto tiempo darles antes de volver a recordárselo cuando ve a Nigel acercarse para murmurarles algo. Sus cabezas se alzan una pulgada o dos, pero eso es todo. Poco después, Ray se une a su compañero sin conseguir otro resultado distinto a más murmullos. Demasiados empleados están ahora más interesados en aguzar el oído que en archivar, lo cual le da motivos a Woody para intervenir.

– Miren, ya les hemos dicho que no es nada personal -está diciendo Nigel-. Tenemos que cerrar, eso es todo.

– Él dijo que no os ibais a casa -replica uno de los hombres.

– No debería habérselo dicho. No sé por qué se lo dijo.

– ¿Le estás llamando mentiroso? -dice uno con un repentino entusiasmo.

– No le estoy llamando nada. Simplemente les estoy pidiendo amablemente que nos permitan cerrar, igual que él ha hecho antes que yo.

– Cerrad cuando queráis.

El otro hombre se ríe o gruñe antes de añadir:

– Veamos quién es más amable, si tú o tu amigo.

En lugar de eso, Ray y Nigel se vuelven aliviados hacia Woody, lo que provoca que los hombres muevan la cabeza un centímetro o dos en su dirección. Sus rostros no tienen vida, y sus ojos tan poca expresión como la niebla.

– Han traído a otro de sus amigos -informa el hombre de la izquierda, dirigiéndose a todo el mundo, o a nadie en particular.

– Se ve que es el líder de la banda.

Siente como si su inercia le hubiera cubierto en una pegajosa tela de araña.

– Mis empleados se lo han pedido amablemente -dice con una sonrisa que necesita esfuerzo para mantener-. ¿Les importaría irse, por favor?

– No estorbamos a nadie -dice el hombre de la derecha.

– Estamos a gusto, los dos -dice su secuaz.

– Estamos cerrados al público. El seguro no cubre a nadie que no sea empleado.

Woody está casi seguro de que es así, pero los hombres lo miran como si tuvieran la certeza de lo contrario.

– No nos importa que nos llame público -se queja uno de una manera algo oscura.

– Nos hemos pasado aquí todo el día. Merecemos algo de crédito.

– ¿Han comprado algo? -quiere saber Nigel.

A Woody le da la impresión de que Nigel está intentando impresionarle para arreglar el hecho de que no ha sido capaz de echar a los hombres. Ray también hace lo propio.

– No parece que lean mucho.

– ¿Quién dice que haya que leer para estar aquí?

– No todos vosotros sabéis leer. El que rompió el libro y se lo metió al otro tipo por el gaznate no sabía leer y trabaja aquí.

– Ya no -dice Woody, aunque se da cuenta inmediatamente de que no había necesidad de hacerlo.

– Podríais estar todos igual, por lo que sabemos.

– Léenos una buena historia para dormir y quizá te dejemos en paz -le dice a Nigel el de la izquierda, ignorando a Woody.

– Y tú nos lees otra -le dice su cómplice a Ray.

Ray y Nigel se dan la vuelta, ya no evitan mirarse a la cara, y ven llegar a Frank. El guardia ha tardado demasiado, teniendo en cuenta que solo defendía la puerta de la niebla.

– Cuidado, vienen refuerzos -apunta el hombre de la izquierda.

– Y más si hace falta -desafía Greg mientras deja un libro sobre un estante y va al rescate.

Los hombres mueven sus cabezas, regodeándose en su lentitud.

– ¿Vamos a pelear? -desea uno entusiasta.

– Si insisten -dice Woody antes de que hable nadie más-. Con la ley, si no se van ahora mismo.

Quizá la última frase era demasiado pretenciosa. Incluso su sentido parece tomarse su tiempo para calar en los hombres.

– De verdad quieren que salgamos de aquí -necesita que le confirmen el hombre de la derecha.

– Lo han entendido. Eso queremos.

– Estarán toda la noche atrapados aquí solos -apunta su acompañante.

– Supongo que viviremos.

– Bien, sabemos cuando no se nos quiere.

Antes de levantarse del sillón izquierdo, el hombre deja transcurrir una innecesaria cantidad de segundos.

– Eso sabemos, sí -murmura su compañero, y se incorpora también, causando el mismo sonido de cuero humedecido despegándose.

Frank les escolta por el pasillo de Poesía, Woody los observa vigilante junto a Greg, y Ray y luego Nigel se incorporan a su espalda. Conducen a los hombres al exterior de la tienda, sin sobrepasar el denso muro de niebla que se eleva hasta los focos del complejo rodeándolos en sus tinieblas.

– No creáis que los moscardones iban a darse mucha prisa en llegar aquí -dice uno de los hombres cuando pisan el felpudo de «¡A leer!».

– Se refiere a la policía -Nigel le murmura a Woody.

– Ya no habrá razón para que los llame, ¿verdad que no? Buenas noches -dice al despedir con la mano las lentas espaldas de los hombres, y cierra la puerta.

Los hombres se giran y miran como echa la llave. No han dejado de mirar, cuando sus pies comienzan a adentrarse en la niebla. Pronto, esta diluye las figuras y rodea su contorno, achatándolos hasta ser absorbidos por la palidez del ambiente.

– Tú nos has conducido a esto, Ray -le murmura Nigel a Ray mientras Woody comprueba por última vez que han desaparecido.

– Me gustaría saber qué he hecho mal.

– No tenías que darles tanta información solo porque preguntaran si nosotros también nos íbamos.

– Eso se llama amabilidad, Nigel. Así actuamos a este lado de la carretera, ¿y no se supone que debemos estar abiertos a todo tipo de público? Esa es la rutina, ¿verdad Woody?

– Supongo que no puedo discutir eso.

– Si alguien la cagó fuiste tú al darles la espalda.

– No tengo quejas sobre el modo en el que trato a la gente. No espero tampoco recibir ninguna.

– Quizá es porque no eres de por aquí.

– Diría que habría que ser muy estúpido para reaccionar así.

– ¿Por qué? ¿No se nos permite destacar cuando alguien habla de modo diferente al nuestro?

– De un modo más gramatical, te refieres.

– Lo próximo que dirás es que soy lelo, como resultó ser alguien que yo me sé.

– Eh, yo hablo de una manera mucho más peculiar que cualquiera de vosotros -interviene Woody-. Asegurémonos de que no tengamos distracciones, ahora que ya estamos solos. -Y así cierra la polémica sin necesidad de que tenga que dejarles en evidencia delante de los demás. Todavía tiene el control, y eleva su voz hasta que llena toda la estancia-. Bueno, pegaos todos a la pared.

Nadie lo hace, ni siquiera Greg; Ray y Connie parecen estar deseando intercambiar una mirada.

– Acercaos a las paredes, tan lejos como podáis -dice Woody, cogiendo el teléfono más cercano del mostrador para darle incluso mayor potencia a su voz-. ¿Lo pilláis ahora? Mirad bien, ahora que no hay nadie más en la tienda.

¿Está Agnes haciéndolo lentamente a posta aprovechando que está cumpliendo una orden? Cuando la observa, nota su piel pasar del calor al frío, y los ojos rojizos, como por una erupción. Al tiempo que Agnes llega a la sección de vídeo, Woody consigue relajar el agarre en el teléfono, el cual ha estado crujiendo en su oído como una estructura a punto de derrumbarse.

– Bien, quedaos donde estáis y mirad a vuestro alrededor.

Al principio no entiende por qué muchos de ellos parecen sentirse insultados, y luego sonríe para sí y, por supuesto, para ellos.