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– No hay necesidad -dice Mad. La primera palabra ha sido a coro con Ross.

– Supongo que he conseguido uniros, ¿eh? -dice Woody; su presencia convierte la estancia en un lugar agobiante una vez que añade-: Os quedan unos minutos más. Os dejo.

– Ya he tenido bastante -murmura Ross cuando oye el carro camino del montacargas.

Mad asume que no se refiere solo al café que tira por el fregadero. No está segura de estar incluida, pero no puede evitar sentirlo así ya que Ross se aleja por las escaleras sin mirarla siquiera. No le importa, por supuesto. Da sorbos a su café y lamenta no tener un libro para leer, aunque no se le ocurre ninguno que le apetezca. No hay ninguno en la sala de empleados; no recuerda la última vez que vio a alguien leyendo. Podría echar un vistazo en el almacén, pero no le apetece ver a Woody.

– Si buscas libros, Nigel, coge estos -le oye decir junto al montacargas-. Iré por algunos más.

En vez de eso, vuelve a la sala de empleados.

– Supongo que tengo derecho a un descanso -dice-. Cuando acabes puedes ayudar a Nigel a archivar.

Mad se prepara para soportar su compañía, pero Woody entra en su despacho. Cuando vuelve a intentar probar el café, le oye hablar. ¿Está diciéndole que su descanso ha terminado? Por su tono está claro que habla con alguien. Su esfuerzo por distinguir las palabras provoca que vea las paredes moverse como la niebla, pero eso es solo fruto de la falta de sueño. Siente la cabeza frágil y rebosante de electricidad estática.

– Así es como nos gusta, chicos. No paréis ahí abajo -le oye decir.

Debe de estar dirigiéndose al monitor de seguridad, pero no le agrada estar allí sola con su voz.

– Ponedle ganas o tendré que llamaros la atención -dice-. Eso es, seguid ocupándoos de todos esos libros. -Obviamente así es como ve las imágenes de la pantalla, y no es de extrañar si ha dormido tan poco como ella sospecha. Sigue sorbiendo café, más rápido de lo que a su cuerpo le gustaría, cuando le oye decir-: Eh, vas en cabeza. Eres el mejor.

Esta vez no es solo la frase lo que la molesta. ¿Cómo no pudo notar antes el eco? Parece repetir solo sus tres últimas palabras, y suena más que apagado; soterrado, se atreve a pensar. Quizá Woody se ha dado cuenta y se ha acercado al lugar de su despacho que produce tal efecto porque cuando vuelve a hablar la extraña y espesa voz no sigue a sus palabras sino que las subraya.

– Eres el mejor, está claro.

Si no se encuentra delante de la pantalla, ¿a quién va dirigido ese comentario? Tiene que pensar que habla para sí, y no es precisamente una idea que le anime a seguir allí. Traga un poco de café y tira el resto por el fregadero. Limpia la taza y la deja secando. Al bajar por las escaleras oye de nuevo a Woody. ¿Habla ahora entre sueños? Podría decir que el eco, que suena más subterráneo que nunca, está a punto de absorber su débil voz, pero eso no tiene sentido. Cuando regresa a la zona de ventas se pregunta si debería hablarle a Connie, Nigel o Ray de su comportamiento, pero se da cuenta de un descuido: tiene que recoger los libros que los hombres de los sillones dejaron en ellos.

Los dos grandes volúmenes son de Textos Diminutos. Uno se llama A de ardilla; el otro A de araña. ¿Se confundirían los pequeños lectores si vieran ambos? No hay duda de que serían lo bastante pequeños para aceptar la sonrisa de la ardilla y la de la araña, especialmente porque la ardilla es un dibujo muy simple. Al menos serían demasiado jóvenes para conocer otras palabras que empiezan por la misma letra, como abismo, acusación, agonía, alienígena, ataque… Mad no tiene ni idea de por qué estas y otras palabras se le pasan por la cabeza. Se coloca los libros contra el pecho y hace ademán de colocarlos en el estante superior del primer mueble, pero casi los tira al ver el estante inferior.

En lugar de gritar, se muerde los labios. Algunos de los libros de dibujos están boca abajo, otros medio sacados para afuera, y hay un par encima del resto. Sabe que no dejó ninguno de sus estantes de esa manera, jamás lo habría hecho. Pone los libros sobre la letra a en su lugar, justo al principio de su sección.

– ¿Quién me está ayudando? -grita.

Algunas cabezas se giran para mirarla o parpadear en su dirección. Como no sabe quién es el culpable, todos parecen bustos descerebrados tras los estantes. Cuando otras cabezas surgen de detrás de los muebles se le viene a la mente la imagen de unas marionetas alzadas por hilos o por una mano en su interior.

– Repite eso, Mad -dice Connie-. ¿Necesitas ayuda?

– No de quien estuviera en mi sección durante mi ausencia.

Connie levanta las cejas al mismo ritmo con el que aprieta sus labios rosados.

– Connie y Jill al descanso, por favor. Supongo que eso no traerá problemas. -La acotación la dice en voz más baja, presumiblemente para sí, y luego vuelve al ataque-: Connie y Jill.

– Ve, Jill. Subiré cuando acabe con esto. -Connie se vuelve a Mad de nuevo-. No te entendemos, Mad. Nadie ha estado ahí. Todos hemos estado muy ocupados.

– Demasiado ocupados para ver lo que alguien ha hecho, te referirás. Echa un vistazo.

¿Han alborotado alguna parte más de su sección? Mad mira por sus estantes para comprobarlo, frustrándose al no detectar ningún otro síntoma de caos. Es como un anticlímax tener que volver al principio, por muy fieramente que diga:

– Mira esto.

Solo Jill se acerca, y porque va de camino a la sala de empleados.

– Oh, Mad, después de trabajar tanto -dice, pero también añade-: Yo no lo hice, y no vi a nadie hacerlo, en serio.

– Por una vez, tengo que estar de acuerdo con Jill. Creo que hablaba por todos nosotros -dice Connie una vez se ha cerrado tras Jill la puerta que conduce a la sala de empleados.

Todos asienten, y no mejora las cosas el hecho de que algunos parezcan no querer hacerlo realmente.

– ¿Qué estás sugiriendo? -prorrumpe Mad cuando todos la miran.

– Creo que fuiste tú quien lo hizo. -Connie avanza con el ceño fruncido hacia el estante y murmura-: Arréglalo y no armes tanto jaleo. Espero que vuelvas a coger el ritmo en poco tiempo, eso es todo.

Mad siente su cerebro encogiéndose por la poca fuerza de la explicación. Una ola de calor mezclada con frío, que también puede ser cansancio, la invade mientras se abstiene de hablar hasta que Connie abandona la sala.

– Si no fue nadie de nosotros, eso debe de significar que hay alguien aquí que no es parte del equipo.

Demasiadas miradas y expresiones de recelo aparecen frente a ella.

– ¿Qué quieres que hagamos? -dice Ross, y eso le gusta aún menos.

– Necesitamos volver a buscar. Buscar de verdad y no solo sonreír todo el tiempo como payasos. Empecemos por los lados y encontrémonos en el medio, y si hay alguien aquí no tendrá escapatoria.

Ross parece inclinado a darle su apoyo. Se retira a la sección de vídeo y discos compactos, y se coloca contra la pared, entonces Angus se pone en movimiento y se coloca frente al mostrador. Al momento siguiente, Agnes enfila hacia la sección de Literatura, junto al escaparate.

– Bueno, ya que estáis todos de acuerdo -dice Nigel-, acabemos con esto si eso va a dejaros a algunos más tranquilos.

– No es su descanso -objeta Ray-. No es bueno que se desperdiguen por ahí.

– No creo que tengan ocasión de hacer eso.

Greg se acerca a una pared, la más alejada posible de Jake.

– Estoy listo -anuncia en un tono cercano a la reprimenda.

Ray y Nigel se dan la espalda y comienzan a alejarse el uno del otro como dos duelistas. Nigel es el primero en alcanzar una pared y darse la vuelta.