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– A trabajar otra vez -se siente incitado a gritar Ray.

Nigel claramente piensa que no había necesidad de decirlo o que era él quien debía hacerlo. Vuelve a Humor mientras el resto de empleados se aleja de la mancha del suelo. ¿Van todos a ignorar el comportamiento de Woody? Mad no quiere perder la ocasión de sacar el tema.

– ¿Oísteis algo raro cuando estabais arriba? -pregunta.

– Eso no tiene gracia -dice Connie.

– Me refiero aparte de lo que todos hemos oído.

– Yo no. -Ross piensa que debe dejar eso claro.

– Fue después de que me dejaras sola allí. Woody… hablando solo -dice, y las últimas palabras expresan menos de lo que le gustaría.

– Quizá ha decidido que es la mejor manera de evitar discusiones -apunta Nigel.

Ray lo mira duramente desde el otro lado de la sala.

– Lo hubiéramos oído si fuera así. No se habló nada más allí arriba.

A Mad le da la impresión de que Angus pretende evitar una disputa diciendo: -Me alegro de que dejara de cantar. Esa canción no me avivó ningún espíritu navideño.

– Solo intentaba hacernos sonreír -objeta Greg-. ¿Qué le pasa a la canción, demasiado americana para ti?

– Demasiado relacionada con esa película de Bruce Willis con tanta violencia gratuita.

– A mí esa película me pareció la leche -opina Ray-. Debí de dejarme el cerebro en casa.

Esta vez es Nigel el que lanza una mirada elocuente al otro lado de la sala.

– ¿Qué te pareció a ti, Greg? -se interesa Jake entretanto.

– El heroísmo no tiene nada de malo. Solo intentaba salvar a su mujer y sus compañeros de trabajo.

– ¿No es esa en la que salía todo el tiempo con la camiseta sudada? Y casi nos hiciste creer que no te iban esas cosas.

El rostro de Greg se tensa y colorea, y Mad desea una interrupción, incluso Woody pidiendo sonrisas podría valer. Los altercados han espesado el ambiente, es punzante, sofocante… es incapaz de decidir si está acalorada por la rabia o fría por el odio. Cuando Greg finaliza la confrontación plantando un libro en un estante que provoca un ruido similar al de un garrotazo, Mad intenta hacer algo con el caótico orden de sus libros. Desea que todos estén demasiado concentrados en su trabajo para poder recuperar un poco la calma.

– Espera, no pongas nada en mis estantes. No tengo espacio -se queja Ross.

– Yo también necesito el espacio -protesta Angus-. De todos modos, no son ni tuyos ni míos, son de Gavin, cuando vuelva al trabajo claro.

– No me digas que Angus está mosqueado -exclama Ray, aparentemente para Nigel-. No vamos a sufrir ninguna clase de violencia sin sentido, espero. En serio, daros la mano y reconciliaos.

Ross finge ignorarlo, pero solo consigue más provocación por parte de Angus.

– Si no me dejas algo de espacio -le murmura a Angus-, tendré que mover los libros hasta el final del pasillo.

– Lo mismo te digo si no paras de darme la lata. Lo siento, tienes que alejarte de mi zona.

– Niños -dice Jill, asomando la cabeza por sus estantes y meneándola-. No merece la pena discutir sobre ello. ¿Ayudo a uno de vosotros y que otra persona ayude al otro?

La única respuesta a esto la suministra Connie.

– Tienes una enorme propensión a decirle a todo el mundo que son como niños, ¿verdad Jill?

– Quizá solo alguien que los tenga puede hacer tal cosa -dice Ray.

Al principio Nigel se limita a mirarlo, pero luego estalla.

– El resto de nosotros está ciego, ¿no es así? Aquellos que deseamos tenerlos y no podemos debemos ser de la peor calaña.

– No sé por qué has compartido eso con nosotros, Nigel. Es la primera noticia que tenemos de tu problema, ¿no es así?

Mad oye un gruñido sordo, no necesariamente de conformidad, que no puede localizar.

– En ese caso me disculpo por cualquiera al que haya podido molestar -dice Nigel-. Dejemos nuestras vidas privadas en casa, así trabajamos en Textos.

– Así deberías ser -algo más que murmura Greg.

– Déjalo ya, Greg -le advierte Ray-. No necesitamos oírte un minuto sí y otro no.

Una masa de tácita conformidad se masca en el ambiente y se torna tan cálida e incómoda como debe de estar el rostro de Greg, por no decir el resto de su anatomía. En lugar de mirarlo, no para de sacar libros del desordenado estante.

– Mi oferta sigue en pie si alguien quiere participar -dice Jill.

– En cuanto acabe con esto lo hago.

– No importa, Mad. Sabemos que tu sección tiene que estar perfecta antes de que ayudes a nadie.

Es la última persona que hubiera esperado que discutiera con ella. ¿Está diciendo lo que todos realmente piensan? ¿Si Mad se diera la vuelva los vería a todos mirándola resentidos antes de dedicarle una sonrisa falsa? Al ponerse de rodillas, siente al mismo tiempo como si se escondiera del escrutinio y este a su vez la hundiera; tiene la certeza de que está siendo observada. Debe de ser Woody desde el monitor. Quizá está a punto de preguntar cuál es el último problema en surgir, en tal caso Mad no se sorprendería si la culparan a ella. Pero es Jake quien termina con la pausa que parece silenciada a causa de la niebla.

– Te echaré una mano. ¿Dónde la quieres, Angus?

– Podrías empezar al final del todo y darme todo el espacio que puedas.

– Apuesto a que no eres el único aquí al que le gustaría eso. No te angusties, haré todo lo posible para hacerte hueco.

Greg se aclara la garganta tan salvajemente que le falta poco para escupir, y entonces la tienda resuena por el clamor de montones de libros recolocándose. La resonancia parece extenderse por las rodillas de Mad; imagina el suelo siendo removido por una enorme fuerza bajo él. O el café ha fallado en su misión de despertarla tanto como esperaba, o la vigilia está afectando a sus nervios. Trata de ignorar el temblor en staccato y coloca los últimos libros. Caben justos, pero tan apretados que se pregunta si algunos niños pequeños tendrán fuerza para sacarlos. Alarga la mano para coger el primer libro del estante y colocarlo en el superior, cuando le distrae la sombra a los pies de la estantería.

Le recuerda a la mancha encontrada por Jake, excepto que esto se mueve. Se está extendiendo, porque no es una sombra sino humedad rezumando del estante inferior. Aparta media docena de libros para darse cuenta de que la humedad está bajo ellos. Está bajo todos los libros; no, sale de ellos. Abre el libro de encima del montón que ha puesto en el suelo, y se encuentra con la sonrisa de un payaso, tan amplia como sus sonrosadas y carnosas mejillas. Se le están corriendo los colores, su contorno se está difuminando, y las dos primeras letras de la solitaria palabra en el lado izquierdo de la página se han convertido en una extraña y analfabeta d mayúscula.

Hojea el resto del libro y alguno de los otros. Las demás imágenes están incluso más desfiguradas. Se tambalea para ponerse en pie, con el primer libro en la mano, aunque no le gusta tocar ninguno de ellos; parecen reblandecidos por la furtiva humedad, a punto de desintegrarse entre sus manos. Nadie la mira siquiera cuando va hacia arriba. El interior de su cabeza parece estar siendo serrado por el incesante repiqueteo de decenas de libros, y hay un regusto rancio en su boca. Está intentando decidir a quién le resultaría menos desagradable acercarse, quién es más probable que no reaccione como si le estuviera haciendo un favor al prestarle atención, cuando la voz hinchada y bramante de Woody se añade a la maraña de sonidos, que se ahogan ante ella.

– ¿Podéis subir un par de vosotros a echar un poco de músculo por aquí? Algo pasa con mi puerta.

Ray

¿Qué les pasa a todos? ¿Se comportan así siempre que no duermen suficiente? Ni siquiera es la una de la mañana, aunque no lo parezca. Dios sabe cómo estarán cuando salga el sol, si se puede decir que eso sucede por aquí. Al menos él tiene una razón para estar nervioso, después de haberse pasado también en vela la mayor parte de la noche anterior. Cada vez que mecía al bebé para que se durmiera, los dientes nuevos hacían que volviera a despertarse. Quería darle a Sandra ocasión de descansar, porque si no se iba a quedar despierta toda la noche, pero entonces ella intentó relevarlo y dejarle descansar un rato. A las cuatro discutieron sobre eso, y cuando Sheryl se quedó por fin tranquila, se besaron y se reconciliaron; algo poco probable que ocurra esta noche en Textos. Ahora Sandra ni siquiera puede ponerse en contacto para charlar un rato si se siente sola, porque sabe que los teléfonos de la tienda no son para llamadas personales y Agnes se ha cargado el suyo. Eso no era excusa para que perdiera los nervios, aunque alguna gente pensara que Greg necesitaba algo así. Todos los empleados tienen el derecho a esperar que los encargados los traten bien. Aunque Ray no considera que lo que dijo era exactamente injusto, le ha dejado un sabor a rancio en la boca. Se está preguntando si debería buscar una oportunidad para disculparse con Greg cuando la voz de Woody deja en segundo plano el estruendo de libros en los estantes.