– ¿Podéis subir un par de vosotros a echar un poco de músculo por aquí? Algo pasa con mi puerta.
Debe de tener la boca pegada contra el auricular, su voz suena vaga. Un libro cae en su lugar como una tapadera cerrándose en un frasco.
– Yo voy -se ofrece Greg.
Su iniciativa podría pasar por poco más que ansias de agradar si no fuera por la mirada desafiante o de advertencia que su ceño le dedica a Jake.
– Quédate colocando, Greg -comienza Ray a decirle, y no encuentra razón para no terminar-. Deja a los encargados hacer su trabajo por una vez.
Ha permitido que Greg vuelva a provocarlo. Parece mejor apartarse de la situación, pero cuando va camino de la puerta de salida de la sala de empleados, Mad se interpone. Lleva en la mano, entre el índice y el pulgar, un libro de dibujos.
– ¿Qué pasa esta vez? -le tiene que preguntar.
– Puedes comprobarlo tú mismo.
– Voy contigo arriba, Nigel -exclama Ray desde el otro lado de la tienda.
– No sabía que iba de camino.
– Woody quiere a dos de nosotros.
Nigel se acerca a la puerta y pasa su tarjeta por el lector, y a Ray estas acciones le parecen el primer paso hacia una discusión.
– Maldita cosa -gruñe, y vuelve a golpear la tarjeta contra el lector.
– Parece que aquí hay género dañado para ti -apunta Ray.
¿Piensa Mad que se refiere a ella? Ciertamente, su mirada es displicente. Abre el libro y las páginas descoloridas caen como hojas de otoño entre una niebla. Los dibujos informes recuerdan a las manchas que usan los psiquiatras en sus tests, aunque no se molesta en imaginarse a qué se parecen.
– Dios santo -se queja Nigel-. ¿Cómo ha podido pasar?
– Estaban así en el estante -dice Mad, más que a la defensiva.
– Ese tono no es necesario, ¿verdad? Lleva el libro y yo me encargaré.
– Son todos estos. Creo que la estantería entera.
– ¿Cómo no lo has notado antes? -pregunta Nigel. Manosea los libros que Mad ha apilado en el suelo, y luego saca los demás del estante. Respira furiosamente por la nariz y echa el aire por la boca mientras chasquea la lengua. Una vez que se ha quedado sin formas de expresar su disgusto y que la estantería está vacía, pasa la mano sobre ella y por el fondo.
– No hay ninguna gotera -declara.
– No dije que la hubiera -apunta Mad.
– Entonces lo que sea que haya pasado debió de ser hace tiempo, ¿no? Deberías haberlo notado ya que estás tan preocupada por tu sección.
– No se vio hasta que los libros no estuvieron muy apretados.
– Entonces admites que eres responsable.
Su rostro se tensa, y sus labios se tornan incluso más finos de lo que ya estaban.
– ¿Estás segura de que es solo esta estantería? -pregunta Ray mirando furtivamente a Agnes.
Nigel arruga la frente como si ahora la culpa fuera de Ray.
– Deja los otros -le dice a Mad-. Ya te preocuparás de ello si tienes tiempo más tarde, o mejor deberías esperar hasta después de la visita. No hay necesidad de que tu sección tenga mal aspecto si el problema no es detectable a primera vista.
Ray está a punto de sugerir que sería peor si los visitantes descubren algo ocultado a propósito cuando la voz de Woody escapa desde las alturas con un crujido amplificado de plástico.
– No veo a nadie de camino, ¿dónde está la partida de rescate?
Ray se señala a sí mismo y agita el pulgar en dirección a Nigel.
– Dos tíos fuertes -dice Woody-. Vale, me podéis valer. ¿Qué os parecería ahora mismo?
Mientras Nigel recoge los libros estropeados, Ray pasa la tarjeta por el lector y no puede evitar celebrarlo como una victoria cuando funciona a la primera. Deja la puerta abierta para Nigel, pero no pretende que suba corriendo las escaleras y gane a Ray la carrera hacia la oficina.
– Aquí llega la canallería… quiero decir la caballería -grita Nigel.
– ¿Por qué habéis tardado? -responde la voz amortiguada de Woody.
Nigel se dirige al almacén para soltar los libros. Ray mira su reloj de camino a la puerta de Woody pero es incapaz de discernir cuánto tiempo ha pasado desde que, dejándose llevar por la tentación, miró la última vez.
– Hemos venido directamente, ¿no?
– Te estoy preguntando cuál es el problema abajo.
– No lo sabemos a ciencia cierta. De alguna manera ha calado agua en los libros infantiles. Será mejor que lo veas tú mismo.
– Puedes apostar a que lo haré. ¿Por qué tardas tanto? Dale un empujón a la maldita puerta.
Al coger el picaporte, el tacto es de humedad u óxido. Lo gira hasta ponerlo casi en posición vertical y tira con fuerza. Incluso apoyando todo su peso contra la puerta, no se mueve un ápice. Se agarra la mano del picaporte con la que tiene libre y se echa sobre la puerta abriendo las piernas lo máximo posible y empujando con el hombro, pero no consigue nada.
– ¿Qué ocurrió, lo sabes? -se siente estúpido por preguntar.
– Tú me dirás. Cuando intenté salir estaba atascada.
Ray se está magullando los dedos con el picaporte y el hombro contra la puerta; Nigel aparece desde el almacén.
– ¿Esforzándote? -dice-. No temas, aquí llega la solución.
– Estoy ansioso por ver como los de Liverpool usan su cabeza.
Nigel se agacha con tal rapidez que Ray se pregunta por un momento si va a abalanzarse contra él. Iba a encontrarse la frente de Ray esperándole si lo hiciera; Ray aprendió ese truco en el colegio. ¿En qué está pensando? Nigel solo está intentando fingir que no ha oído el comentario, y eso le convierte en un debilucho, no en un luchador. Ray le observa girar el picaporte casi noventa grados e inclinar su cuerpo hacia atrás para lanzarse contra la puerta. Tras fallar tres veces, se detiene para secarse el sudor de la frente con tal fuerza que podría borrársela.
– Ya he intentado eso -le dice Ray.
– No sirvió de mucho, ¿verdad? -Nigel se echa atrás y alza la voz-. ¿Woody?
– ¿Sabes una cosa? No me he ido a ninguna parte.
– La obstrucción debe de estar en tu lado. ¿Puedes verla?
– ¿No crees que lo hubiera arreglado por mí mismo si fuera así? -A Ray le divierte que Nigel atraiga la irritación de Woody, que añade-: ¿Lo estáis intentando ambos a la vez? No os he hecho subir para que compitáis.
Nigel agarra el picaporte como si temiera que fueran a arrebatárselo y lanza otra acometida, esta vez en dirección a la puerta.
– Cuando estés preparado… -le dice a Ray.
– Eso es siempre -le asegura Ray antes de correr hacia la puerta.
Su hombro la asalta, al igual que el de Ray, pero no demasiado al unísono. Por eso parece que Ray ha movido levemente la puerta, que vibra un poco a causa del más débil golpe de Nigel.
– Inténtalo otra vez -dice Nigel.