Parece pensar que es tan culpa de Ray como de él mismo. Una oleada de calor deja a Ray casi temblando. Da un paso atrás y arremete contra la puerta, pero de nuevo el impacto de Nigel llega un momento más tarde que el suyo.
– No está funcionando, ¿verdad? -admite Nigel-. Debe de haberse atascado, es lo único que se me ocurre.
– Algo se ha atascado pero bien.
¿Por qué ha dicho eso? Prometía sonar como algo ingenioso, pero tiene tan poco significado que es peor que estúpido, y eso solo provoca que Ray se enfade por dejar que saliera de su boca.
– No lo estamos haciendo bien -se limita a decir-. Necesitamos estar juntos.
Nigel le dedica una mirada no muy diferente a las que Greg le suele regalar a Jake.
– ¿Juntos cómo?
– ¿Cómo iba a ser? Pensándolo mejor, no lo digas. Hay que golpear al mismo tiempo a la desgraciada, eso es lo que digo.
– No hay nada más simple. A la de tres entonces. Uno, dos, tres.
Ray todavía está corriendo hacia la puerta cuando Nigel ya le ha dado con el hombro lo que Ray describiría como un empellón. A Ray se le acelera el corazón al volver atrás por efecto de la inercia, y otra oleada de calor pegajoso invade su ser.
– ¿Estáis ocupados? -pregunta Woody mientras Ray mira a la puerta y a Nigel.
– ¿Es que no lo ves? -brama Ray.
– Eso iba por el equipo de abajo. ¿Estoy viendo a alguien que ha terminado de colocar, Agnes?
Ray se siente más estúpido y furioso que nunca por no entender que la amplificada voz de Woody iba dirigida a la sala de ventas. Presumiblemente Agnes responde de alguna manera, ya que Woody dice:
– ¿Por qué no te premias con un carro entero de los de Gavin? -Un suspiro, que suena débil a causa de los dientes que obstaculizan su camino, se abre paso por las esquinas manchadas de oscuridad del techo, y luego añade-: No oigo nada ahí afuera. ¿Qué está retrasando al equipo de rescate?
Ray se enfurece porque Woody esté narrando la situación.
– Algunos de nosotros no sabemos aún cómo hacerlo -grita tan fuerte que espera que el teléfono lo transmita abajo. Está casi seguro de oír algo parecido a su voz imitándole más o menos a coro.
– ¿Algunos? Supongo que te refieres a ambos.
Ray se traga un amargo y estancado sabor y espera que la oleada de calor termine para encarar a Nigel.
– Cambiemos, yo me encargaré del picaporte.
– Por supuesto, si te hace feliz.
– Es lo que hay. Yo cuento también.
– No me gustaría ser el tío que te detuviera.
Tan pronto como Nigel se hace un lado, Ray atrapa el picaporte, que está más escurridizo que nunca.
– ¿Listo? -apenas pregunta.
– No menos que tú.
– Uno -anuncian Ray y su eco. Piensa que la voz vuelve a él a través de los altavoces hasta que se da cuenta de que Nigel es quien hace los coros.
– ¿A qué juegas ahora? -gruñe Ray-. Dije que iba a contar yo.
– Dijiste que tú contabas también. Pensé que querías decir que íbamos a cómo se diga, eso de los relojes, la palabra griega, o al menos que viene de por allí.
– No tengo ni idea de qué me estás hablando.
– Sincronizar -dice Nigel incluso más irritado-. Es cosa del tiempo, no de relojes. Pensé que te referías a que contáramos y nos sincronizáramos.
– Solo yo. No fue de mucha ayuda cuando lo hiciste tú, ¿verdad?
– Vale, yo solo. Tú solo, quiero decir, eso es lo que digo. Solo uno de nosotros. Venga, adelante, Ray.
Ray ahoga un suspiro, luchando por no decir nada más que los números, cuando Woody le habla a toda la tienda.
– ¿Por qué no estoy viendo movimiento? ¿Necesitáis refuerzos ahí afuera?
– Alguien más sería bienvenido -grita Nigel.
El ruido de una puerta cerrándose es seguido por el de pasos corriendo escaleras arriba hacia la oficina.
– Yo serviré, ¿no? -Agnes se asegura de que Woody la oiga.
– No te ofendas, Agnes, pero creo que esto es asunto de hombres.
A Agnes le agrada incluso menos que transmita eso a toda la tienda.
– ¿Qué decís? -dice bajando el volumen-. Deberíais saber más sobre lo que tenéis entre manos que él.
– Yo no lo discutiría -dice Nigel.
– Sin embargo, tú no eres así, ¿verdad, Ray? No me digas que nunca estás en desacuerdo con lo que se te dice.
Lo admitiría si no sintiera que Agnes tiene tanta intención de provocar una discusión como de justificar su presencia, aunque escapa a su conocimiento lo que ha provocado que esté de ese humor.
– Esta vez no -dice.
– Agnes no está aún en la partida de rescate, ¿verdad que no? No debería estarlo. Me parece que la envié a buscar libros al almacén.
Agnes se enfrenta a la enorme voz con un ceño que desciende también para incluir a Ray y Nigel.
– ¿Estáis comportándoos como encargados o solo como hombres? Cualquiera pensaría que por aquí no hay ninguna diferencia.
– Oh, sabemos distinguir perfectamente -dice Nigel, pero quizá ella no lo oye pues ha salido de la oficina.
– Bueno, esto nos ha robado tiempo y no ha llevado a ningún sitio -dice Woody, e incluso más alto añade-: Angus, ¿por qué no te unes al equipo de mi puerta? Parece que te queda poco ahí abajo.
Su llamada parece tornar los pasos descendentes de Agnes más vigorosos y descontentos. El crepitar de un carro se vuelve hueco al ser introducido dentro del montacargas.
– ¿Quieres atacar otra vez mientras esperamos? -propone Nigel.
– Yo no. Hazlo tú si quieres.
Cuando Ray no aparta las manos del picaporte, Nigel se echa atrás, solo para mirarlo como si eso fuera a hacer que lo soltara. Ray se gira para observar la puerta de la sala de empleados, pero siente la mirada pegada a su cara como una pastosa humedad. Para cuando la puerta de abajo se cierra con un chasquido, las palabras que le gustaría soltar se están estancando en su boca. Se fuerza a mirar los platos y tazas amontonados en el fregadero, en el lado más alejado de una porción de mesa junto a un tercio de silla y dos tercios de otra.
– ¿Ha llegado ya? -pregunta Woody, al tiempo que unos pasos ascendentes traen a Angus.
A Ray le desconcierta el amortiguado eco de parte de la pregunta. Por supuesto se debe a que oye a Woody a través de la puerta además de por los altavoces, aunque la otra voz suena extrañamente distinta a la de Woody y con cierto retardo.
– Ahora sí -exclama Nigel antes de que Ray pueda responder.
– Jesús, ojalá supiera lo que pasa con el tiempo por aquí. ¿Es lo que necesitáis, no?
– Debería serlo.
Ray pierde parte de la satisfacción de haber respondido antes que Nigel a la pregunta cuando oye un repiqueteo rabioso en el almacén. Agnes está tirando los libros con fuerza en un carro a modo de respuesta a lo que acaba de oír. Se pregunta si debería intervenir pasa salvar los libros, pero decide que los volúmenes dañados son cosa de Nigel.
– Quizá debería resolveros vuestro otro problema -dice Woody.
– ¿Cuál es ese?
Ray está a punto de añadir su cuestión a la de Nigel cuando Woody responde.
– Ya que no os ponéis de acuerdo en quién cuenta, ¿por qué no me lo dejáis a mí?
– O yo puedo hacerlo si queréis -se aventura a ofrecerse Angus.
– No -dice un coro de al menos tres voces.
Una sonrisa tiembla en los labios de Ray, pero trata de controlarla para que Angus no se sienta más rechazado de lo que ya parece.
– Eh, eso no significa que no necesitemos tu cuerpo, ¿tengo razón, chicos? -añade Woody.
– Claro que sí -dice Nigel, y Ray murmura algo más que un sí.
– No hay necesidad de tener esa cara, Greg. Aquí arriba no estamos haciendo nada que tú no harías. Venga, ¿estáis todos en vuestras marcas?
– Yo sí -declara Ray estirando el brazo que agarra el picaporte, y Nigel exclama que él también al tiempo que Angus hace lo propio.
– Uno -les advierte Woody, y entonces su voz pasa del aire a un lugar recóndito de la puerta-. No le haría daño a nadie recordarme qué estoy haciendo aquí.