– ¿De qué estás hablando? -tiene que preguntar.
– No me digas que no lo has oído. Quiere que uno de nosotros bajemos a los fusibles.
Nigel tiene la sensación de que la oscuridad se las ha apañado para bloquearle el cerebro, y de que ha perdido la habilidad para pensar.
– ¿Te importaría?
– Pues sí. Estoy muy cansado.
A Nigel todavía le duele el hombro del golpe fortuito contra la pared, pero lo apoya en la madera por si le ayuda a sentirse menos amenazado ante la idea de perderse en la oscuridad.
– Para ser honesto, no sé si podré hacerlo.
– ¿Voy yo mejor? -se ofrece Angus.
– No, mejor no. Es el mismo esfuerzo para ti que para Nigel, ¿o tienes algún problema especial, Nigel?
– Quizá lo tenga.
– Adelante, compártelo con nosotros.
– Ojalá pudiera hacerlo contigo, créeme -murmura Nigel.
– ¿No ha bajado nadie aún? -grita Woody.
– Va Ray -dicen los sentimientos de Nigel antes de que su cabeza los procese.
– ¿Ahora intentas darme ordenes, Nigel?
– No, digo que yo no voy. No valgo para esto.
– Me alegro de que estemos de acuerdo en algo.
Un momento después Angus cae sobre Nigel y luego recula. ¿Lo ha empujado Ray a propósito contra él? La mirada de Nigel vaga como si estuviera a punto de ser enviado a su suerte, a la deriva de la oscuridad, y luego se dirige hacia sus invisibles pies, y pisa con fuerza para mantenerse firme.
– Ray, espera -farfulla, aunque no entiende inmediatamente lo que pasa o por qué siquiera debería importarle.
– ¿Has cambiado de idea? ¿No quieres quedarte a solas con Angus?
– Por supuesto que no. Quiero, eso es. ¿Qué es lo que estoy viendo?
– Ni me lo imagino, ¿y tú, Angus?
– Mirad -insiste Nigel y se siente idiota al señalar en la oscuridad-. Mirad abajo.
Al notar su silencio, comienza a temer que no vean el poco perceptible rastro gris que contornea la puerta.
– Woody ha conseguido algo de luz. ¿De qué coño nos sirve a nosotros eso?
– Creo que nosotros podríamos conseguir también un poco.
– ¿Y cómo sugieres que lo hagamos, Nigel? ¿Va a pasárnosla por debajo de la puerta?
– ¿Es la cosa esa de seguridad? -dice Angus con la esperanza de acabar con la discusión.
– Eso es exactamente, el monitor. Debe de estar en un circuito diferente, y los ordenadores también. Si los encendemos todos tendremos un montón de luz.
– Todo estará resuelto entonces -se burla Ray.
– Al menos ayudará, ¿no estás de acuerdo?
– No me ayudará a encontrar los fusibles.
Nigel considera a Ray tan estúpidamente inamovible como la oscuridad.
– Quizá cuando veamos lo que estamos haciendo -dice a punto de perder los nervios-, podamos enchufar algunos de los ordenadores cerca de las escaleras.
– Esa es buena, Nigel. Nos has convencido. Adelante.
– No esperarás que lo haga todo yo solo.
– ¿He dicho yo eso, Angus? Solo queremos que enciendas uno, Nigel, para que podamos ver los demás. No hay necesidad de tropezamos los unos con los otros, y cualquiera sabe con qué más, en la oscuridad. Si me voy a encargar yo de los fusibles, la luz es tu trabajo.
– ¿Qué pasa ahora? -grita Woody dándole un golpe a alguna pieza del mobiliario.
– Nigel va a encender un ordenador.
– ¿Para qué demonios?
– Para tener luz.
Tener que explicarlo provoca que Nigel se desplace con movimientos lentos, casi por inercia.
– Hazlo entonces, ¿a qué esperas?
– Eso, ¿a qué esperas? -murmura Ray-. Ya has oído al jefe.
El calor que recorre a Nigel no es otra cosa que rabia, y el frío que le sigue es pura aprensión, algo de cuyo poco sentido trata de convencerse a sí mismo. Suelta el picaporte y despega su mano derecha de la puerta, desplazándola del marco hueco a la pared. Mueve la mano lentamente por la resbaladiza superficie y arrastra los pies para seguirla, pero no le gusta nada en absoluto tener que exponer su cara a la oscuridad. En lugar de eso, se coloca cara a la pared y apoya las dos manos contra ella. Comienza a moverse lateralmente, aunque tener la pared tan cerca le hace sentir encerrado y falto de aire. Sus manos progresan provocando un sonido adherente cada vez que las despega de la pared, seguido por el eco de sus pies arrastrándose por la moqueta. Supone que esos sonidos solo alcanzan sus oídos, pues apenas puede oírlos por culpa de su respiración entrecortada y el palpitar de su corazón.
– ¿Vas realmente tan lento como suenas? -pregunta Ray, desmintiendo su creencia.
– Tengo que encontrar el camino -protesta Nigel, antes de que los dedos de su mano izquierda reculen a causa de lo que se han encontrado.
Es la pared perpendicular a la suya, y está húmeda porque sus dedos lo están. Realmente no hay motivo para que piense que algo húmedo se ha arrastrado para esperarlo en la oscuridad. Maniobrar durante unos segundos para dar la vuelta a la esquina resulta suficiente para ponerlo nervioso al sentir las paredes y la oscuridad atrapada en ellas cercando su rostro. Entonces tiene que recorrer la segunda pared, desplazándose incluso con más lentitud por miedo a derribar un objeto en el suelo a sus pies. ¿Qué puede ser? Una papelera, por supuesto, pero el obstáculo golpea su cadera en la oscuridad. Se limita a reaccionar con un resuello, suficiente para llamar la atención de Angus.
– ¿Algo va mal?
– Nada, estoy en el escritorio -dice Nigel, aunque esa es mucha palabra para la mesita en la que trabaja junto a Ray y Connie. Posa la palma sobre ella y la alarga hacia la izquierda hasta encontrarse el teclado de Connie. Se rasguña las manos al pasarlas por las teclas, que parecen piedras inestables sobre una superficie tan farragosa como unas arenas movedizas, y que emiten una agitada cháchara de plástico. Cuando estas se callan, las yemas de sus dedos acarician el monitor, desprendiendo un objeto similar a un insecto muerto. Recuerda que lo tiene decorado con una mariposa de metal justo a tiempo para no resollar de nuevo. Sigue algo más a la izquierda y sus nudillos dan a parar contra la torre del ordenador. Pasa la mano por toda ella hasta dar con el botón de encendido. Con un dedo tembloroso presiona el botón hasta el fondo.
Resuena un clic, pero la oscuridad no varía.
– ¿Eso es todo? -dice Ray.
Cuando Nigel considera la pregunta, le cuesta estar seguro de que ve algo de luz bajo la puerta de Woody.
– Eso parece -tiene que admitir.
– Puede que… -comienza Angus, pero se detiene para pensar cómo seguir, o porque no le gusta oír su voz rodeada por la oscuridad-. Puede que no esté enchufado, ¿no?
– Puede. Gracias, Angus -dice Nigel, sintiéndose significativamente menos agradecido al darse cuenta de que ahora va a tener que meterse bajo el escritorio. Se agarra al borde con las dos manos y se pone de rodillas sobre la fría moqueta. En lugar de arriesgarse a golpearse la frente contra el mueble, se agacha bajo él, aunque debe esforzarse en rechazar la idea de que se está precipitando directamente hacia una presencia oculta allí debajo y de que está introduciendo las manos en su guarida. Por si fuera poco, casi mete los dedos en los agujeros del enchufe de la pared. Los retira hacia la moqueta y encuentra el cable que sigue un camino sinuoso hasta conducir al enchufe. Está intentando introducir las conexiones en los agujeros de la pared cuando Ray dice:
– ¿Qué es eso?
Los nervios de Nigel casi le hacen soltar el enchufe, pero se las arregla para relajarse un poco.
– Soy yo intentando insertar esto.
– Por una vez no eres tú. ¿No es Agnes, o Anyes o como sea?
Nigel no puede oírla. Cuando levanta la cabeza para intentarlo, se golpea la nuca con la dura parte inferior del escritorio. Se agacha aún más, y lucha con el enchufe hasta que las conexiones entran en los agujeros. Las introduce con tal fuerza que los hombros le vibran. Cuando alarga un dedo hacia el interruptor, mueve sus labios formando la palabra «por favor» antes de presionarlo.