– ¿Serás capaz de llegar?
Presumiblemente su intención es mostrarse confiado, pero sus nervios no lo ven así.
– No lo dudes. Voy inmediatamente -dice, y también dice algo más, porque las dos últimas palabras las pronuncia arrastrando varias sílabas extra que las desdibujan-. Ahora voy.
Suelta la puerta, que se reencuentra con el marco provocando un sonido metálico. Pasando los dedos sobre el metal, una uña topa con el borde de la segunda puerta. Tras encontrar de nuevo la pared, camina de lado hasta encontrar la esquina. Ahora está de cara a las escaleras, y parece como si la negrura del ascensor se hubiera inclinado para recibirlo. Mete la mano izquierda dentro, cada vez más abajo. Al fin toca un objeto similar a un palo que alguien le estuviera alcanzando; la barandilla. Se obliga a agarrarla solo con una mano y baja el primer escalón.
No le gusta quedarse con una pierna en el aire mientras busca el siguiente con el otro pie. Debe de ser por culpa de la cegadora oscuridad, pero siente como si tuviera que bajar más de lo necesario para progresar por cada escalón. Planta su talón lo más atrás que el espacio permite, y resbala la sudorosa mano por la barandilla, levantando el otro pie para que explore la oscuridad opresiva y sin fondo. Solo es la noche, intenta decirse a sí mismo; la misma noche en la que Laura duerme, con su rostro calmado y quieto sobre la almohada, quizá inconsciente del mechón de cabello que cae sobre una de sus mejillas. El pensamiento le hace gritarle a la oscuridad o en dirección a esta.
– Ya estoy en las escaleras, Agnes. No tardaré mucho.
– No tardes.
Su respuesta es más distante que nunca. Por supuesto porque la pared amortigua el sonido. Desea poder saber cuántos escalones conducen al pasillo de Pedidos; seguramente menos de dos docenas. Si está realizando la misma acción cada vez que se agarra a la barandilla y deja a uno de sus pies hundirse en la oscuridad hasta que se encuentra con un escalón, ¿por qué el proceso no es cada vez más fácil en lugar de parecer que aumenta el peligro a cada paso? Quizá es porque no ha contado los escalones que ya ha bajado, y por ello ha perdido la noción de la distancia recorrida. Podría gritarle de nuevo a Agnes, pero teme descubrir lo remota que suena. Los bordes de las escaleras rasguñan la parte trasera de sus talones, y cada vez que posa un pie siente que está inclinándose demasiado en dirección a la oscuridad. Da otro paso vacilante que solo la barandilla hace parecer menos peligroso, y entonces su mano se cierra alrededor de la nada. Antes de que pueda recuperar el equilibrio se precipita por las escaleras, ya que el pie izquierdo estaba soportando todo su peso.
Se trastabilla por el pasillo, presumiblemente para acabar golpeándose contra una pared, si es que no cae de cabeza contra el cemento. Lanza al aire su mano derecha con tal fuerza, a la búsqueda de algo a lo que aferrarse, que esa acción lo envía contra las puertas del hueco del ascensor, propinándole a su otro hombro un golpe que nada tiene que envidiar al que sufrió antes el opuesto.
– Soy yo -exclama sugerido por la oscuridad-. Soy Nigel, ya estoy aquí.
– ¿Dónde?
Casi se hace la misma pregunta a sí mismo, porque la voz de Agnes suena mucho más soterrada de lo lógicamente posible. Debe de estar sentada sobre el palé, no hay duda.
– Muy cerca -le asegura, sintiendo el tacto del borde de las puertas que conducen al hueco. Tira de ellas lo suficiente para meter los dedos; al menos eso intenta. Sus dedos no penetran más allá de sus uñas. Las puertas bien podrían ser un sólido bloque de metal adherido a la pared.
Continúa luchando contra la puerta hasta que el temblor de sus hombros se une al de su cuello, al tiempo que varias ráfagas de una luz grisácea llegan a sus ojos. Tiene la irracional idea de que su inhabilidad para ver lo que está haciendo es la razón por la que es tan inútil. ¿Por qué no ha arreglado Ray todavía los fusibles? ¿Cuánto tiempo más le va a llevar? Nigel se está preguntando si puede gritar lo bastante alto para que Ray lo oiga, cuando se da cuenta de que no tiene por qué. Ha permitido que la oscuridad le mine el cerebro. Podría tener un montón de luz a su disposición si quisiera.
Suelta la inamovible puerta y cierra los ojos hasta que la oleada de luz falsa se difumina, y entonces los abre un poco para mirar a través de la negrura del pasillo. Resulta que existe un brillo bajo la puerta de Pedidos, frente al montacargas, aunque es tan fino que apenas está convencido de que en realidad exista.
– Espera -exclama-. He visto algo que puedo hacer, ahora vuelvo.
Agnes permanece en silencio. Quizá piensa que ha sido estúpido por su parte decirle que espere, y Nigel supone que lo ha sido. Camina hasta el otro lado, cruzando el pasillo camino de la esperanzadora luz y coloca las manos sobre la barra que recorre de lado a lado las puertas. No puede estar tan oxidada como parece; debe de ser el hormigueo de sus manos. Apoya todo su peso contra ella y oye algo que alguien con menor control de sí mismo pensaría que es un curioso que esperaba tras la puerta apartándose de ella. Entonces la barra se separa en dos con un enfático chasquido, y las puertas se abren tan repentinamente que Nigel es arrastrado casi sin quererlo al exterior del edificio.
Ha entrado luz. Eso debería ser lo importante, pero no puede evitar preguntarse por qué no parece brillar sobre él. Se da la vuelta para escudriñar el muro trasero de las tiendas. El origen de la iluminación no está sobre la X gigante; el foco está destrozado, al igual que el de detrás de Happy Holidays. El resplandor blanquecino se encuentra a su espalda, y se está acercando, a juzgar por cómo su sombra proyectada en el pasillo disminuye y se oscurece, al parecer desesperada por ocultarse.
Vuelve a girarse para encarar la luminosa niebla. Un resplandor del tamaño de su cabeza y más informe que redondo llega casi a la entrada antes de mezclarse bien con la niebla o hundirse en el brillante pavimento. Al fin, las puertas del pasillo se cierran con sus brazos metálicos, bloqueándose con un chasquido triunfal y dejándolo encerrado en medio de la oscuridad.
Se acerca torpemente a la puerta entre el gélido sopor de la niebla para tirar de las puertas. Estas se mueven tan poco como esperaba. Empujarlas alternativamente con los ya magullados hombros no servirá de nada. Podría darles golpes con el puño, pero ¿qué iba a conseguir con eso aparte de intranquilizar a Agnes? A Angus le llevaría mucho tiempo llegar abajo. La niebla, o más bien su inercia, se debe de estar agolpando en el cerebro de Nigel, porque tiene que hacer un esfuerzo para recordarse a sí mismo que puede dirigirse a la parte delantera del edificio. Habrá luz y un modo de entrar.
Solo ha dado un par de pasos entre los apagados muros, uno de cemento y otro de niebla, cuando advierte que también hay luz tras la librería. Es del tipo de la que encontró al dejar el edificio. Danza con holgazanería por la niebla, provocando que su sombra galope por la pared para hacerle compañía. Sería mejor si no hubiera otros signos de vida entre la niebla. Puede oír algo más moviéndose, avanzando hacia él, arrastrando una carga que suena peor que si estuviera empapada. De hecho, por el sonido está claro que hay dos ejemplares de lo que sea la cosa que se aproxima.
Observa con atención entre la niebla y distingue movimiento. Aunque es cerca del pavimento, no cree que los intrusos estén arrastrándose con los pies y las manos. Pueden deberle su brillo grisáceo a la niebla, pero no puede dar esa misma explicación a su falta de forma. Los mira fijamente hasta darse cuenta de que la inestable carga que arrastran son ellos mismos, y luego sale disparado por el callejón entre Textos y Happy Holidays. La visión que le recibe le hace detenerse en seco, como si hubiera metido el pie en un pantano.
Una niebla que irradia luz de los focos bloquea el final del callejón, pero no es esa la razón por la que su mente roza la parálisis. Ya ni siquiera le alegra encontrar un poco de luz. Su sombra se ha invertido en el callejón, y ya no está solo. A cada lado, una achaparrada silueta se expande como un globo deforme, bien acercándose desde su espalda o hinchándose desde el pavimento, si es que no hacen ambas cosas. Por el momento no tienen nada a lo que se pueda llamar cabezas, pero al menos cada uno tiene un brazo, demasiado largo en ambos casos, extendido hacia él.