– Alguien estará contigo en un momento, Agnes, si es que no han llegado todavía. Me perdonarás decir tu nombre de esa forma, pero supongo que puedo reclamar esto como territorio americano, y allí no lo pronunciamos de esa manera. Debería haceros saber a los chicos de abajo que Nigel está teniendo que sacar a Agnes del montacargas, y Ray está a punto de devolvernos el suministro, ¿verdad, Ray? -resuena la magnificada voz de Woody, y eso agrava la incapacidad para pensar de Angus.
No hay respuesta. Sin duda Ray sabe que su voz no va a llegar a Woody. El retorno del silencio permite a Angus reparar en los cajones bajo el escritorio en forma de ele que alberga los ordenadores. Si alguien pone alguna objeción a que rebuscara en ellos, podrá decirles que Woody insistió en que hiciera todo lo necesario para ayudarle. Está harto de sentirse tonto e inútil, y más que harto de estar solo con la voz de Woody a través de la puerta. Cruza la nublada habitación y abre el cajón de Connie.
Contiene medio paquete de pañuelos metidos en un celofán cuidadosamente entreabierto, un bolígrafo con la punta dentro de la cabeza de un gato manchado de gris por la luz, una tarjeta de cumpleaños repleta de gatos sobre un sobre sin usar y un cargamento de clips esparcidos. Se está preguntando si algunos de ellos podrían servir para hacer una ganzúa, cuando la voz de Woody vuelve a la puerta:
– ¿Pensando aún, Angus?
– Hecho -murmura Angus al comprender que la mancha oscura a la espalda del cajón no es una sombra sino una regla de metal de treinta centímetros-. Hecho -repite cuando se dispone a insertar la regla en la ranura junto a la cerradura.
El ángulo de la luz, tal como está, le ha impedido reconocer que el marco sobresale del exterior de la puerta un centímetro. Mete la regla entre ambos elementos y usa las dos manos para escarbar hasta encontrar el cerrojo. Mientras intenta maniobrar la regla alrededor de él, Woody comenta:
– Estás callado otra vez, Angus. ¿Bloqueado?
La palabra que Angus murmura rima con esa, porque ahora la regla no se mueve en ninguna dirección, incluso cuando se inclina tanto sobre ella que parece a punto de provocarle un corte en las manos calientes y húmedas. ¿Puede romper el marco para dejar la cerradura al descubierto? Empuja la regla lateralmente, lo que causa un leve y dubitativo crujido. La delgada línea de sombra entre la puerta y el marco está cambiando, pero nada de esto parece tener sentido. ¿Cómo puede estar empequeñeciéndose o desapareciendo?
– Espera un minuto -dice Angus.
– Llevo haciéndolo muchos minutos.
Si no fuera por la puerta, estarían lo bastante cerca para poder darse la mano, eso si no estuvieran empujándose o dándose de puñetazos o atacándose de cualquier otra manera; la presencia de Woody le hace a Angus sentirse más solo en medio de la tenue luz, especialmente porque todo se está poniendo más oscuro. Al darse la vuelta comprueba que el ordenador de Nigel emite una cantidad significativamente inferior de luz que sus compañeros. Cruza la estancia y agita el monitor en lugar de encenderlo y apagarlo. ¿Realmente los oscurecidos iconos han temblado como hojas muertas en la superficie de una piscina perturbada por una presencia? Lo que de verdad importa es que de la pantalla sale luz, aunque no mucha.
– Actualiza la información.
– Estábamos perdiendo energía, de algún modo.
– ¿Sí? Por aquí sigue igual de bien.
Si de verdad está tan bien, Angus siente la tentación de dejarle con ella, pero sabe que la voz de Woody le seguiría hasta donde fuera. Vuelve deprisa a la puerta y lanza todo su peso contra la regla. El marco responde con un crujido incluso más débil que el anterior.
– Te has callado otra vez. Todavía no sé qué estás intentando hacer.
– Intento abrir el pestillo de la cerradura -dice Angus sin separar los dientes.
– Eh, no nos dijiste que eras un caco. Supongo que a partir de ahora tendré que vigilarte de cerca.
Angus supone que Woody está de broma, sin duda sonriendo. Sin embargo, se pone lívido de la rabia. Se arroja contra la regla con toda su fuerza. Algo se dobla, y casi acaba golpeándose contra la pared. El marco ha demostrado ser un digno rival para la regla, que se ha doblado hasta casi la mitad.
Al principio piensa que su visión se ha nublado por la rabia o por el esfuerzo, pero entonces comprende que es la estancia la que se ha oscurecido. La iluminación de las tres pantallas de los ordenadores se ha atenuado y los iconos no son apenas visibles. Corre en dirección al monitor de Nigel e intenta agitarlo para que recupere la razón, pero si consigue algo es oscurecerlo más. Lo deja estar y golpea el de Ray con el nudillo. Inmediatamente, todos los iconos desaparecen, como si la pantalla los hubiera engullido.
Sostiene en alto una mano incierta, como si eso pudiera convencer al ordenador de que no haga algo peor, y en ese momento la pantalla recupera la luz. Eso debería ser un alivio, aunque conlleva la impresión de que una luz se ha encendido en el fondo de un mar de niebla. Se acerca ahora al monitor de Connie y le da un golpe similar a la pantalla con los nudillos.
Al momento, los iconos desaparecen, y teme que la luz haga lo mismo. Parpadea y luego se estabiliza, ¿pero puede confiar en que siga así? Con ambos nudillos, golpea el cristal con el doble de fuerza. Le viene a la cabeza una pecera a la que propina un golpe para que las criaturas de dentro se despierten, lo cual puede explicar por qué la grisácea palidez que se está hinchando en su dirección parece más sólida que un resplandor; casi tan sólida que parece una cabeza saliendo a la superficie desde el medio que le ha arrebatado su forma. Esa visión le envía de vuelta a la puerta con más ansias si cabe de liberar a Woody. Al echarse sobre el otro lado de la regla para devolverle su forma, da de sí sin apenas resistencia, impulsándole más allá de la puerta con un pedazo de metal en la mano, restañando la madera.
La regla ni siquiera se ha partido por la mitad. Menos de un tercio queda colgando del hueco.
– Suena a que por fin has conseguido algo -exclama Woody al tiempo que un hormigueo recorre la piel de Angus.
– He roto la regla -dice Angus una vez ha recuperado el control y es capaz de gritar en lugar de chillar.
– ¿Que has roto qué?
– La regla con la que intentaba forzar tu puerta.
– Entonces no eres el caco que pretendiste hacerme creer que eras. Supongo que es momento de volver a la fuerza bruta. ¿Quieres que te busque algo de compañía?
No puede estar refiriéndose al ruido de detrás de Woody, tan distante y amortiguado que es prácticamente inaudible. Angus mira a su espalda y se dice que debe de estar soñando despierto, que todo es a causa del hecho de estar en pie a estas horas intempestivas; unas masas grises borrosas no pueden estar hocicando en el interior de las pantallas de los ordenadores.
– ¿Quién? -pregunta.
– Intentémoslo con un par de los deportistas de ahí abajo -propone, y tan inmediatamente como Angus comienza a retirar los fragmentos de regla, Woody amplifica su voz-: Ray, Nigel, uno de vosotros o los dos, ¿por qué no dejáis lo que estáis tardando demasiado en hacer y abrís una puerta para dejar que pasen Greg y Ross a ayudar a Angus. No entiendo cómo no habéis pensado en eso antes.
Angus tampoco lo entiende, mientras espera una respuesta. Es imposible que no hayan oído a Woody, sin embargo siguen sin responder. ¿Puede el vago sonido a su espalda tener alguna conexión con ellos? Quizá son Agnes o Nigel golpeando las puertas del ascensor. No ha conseguido distinguir nada más cuando la voz de Woody cubre el sonido.