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– Vosotros dos no tenéis que esperar fuera, ya sabéis. Quizá si intentáis entrar lo consigáis.

No mucho después, Angus oye una serie de golpes sordos e irregulares escaleras abajo. Son más audibles que los otros sonidos, que sin embargo percibe más cercanos. Cada vez se siente más incapaz de mirar atrás.

– ¿Qué pasa contigo, Angus? ¿Oyes algo que yo no oigo? -dice la gran voz de Woody.

Angus tiene la sensación de que si responde podría atraer la atención sobre él, especialmente cuando lo único que consigue decir es:

– ¿Qué iba a oír?

– A Ray o a Nigel, o a ambos, por ejemplo.

Angus aguza los oídos pero el resultado solo aumenta su incertidumbre sobre cuántos sonidos realmente oye y cuál es su procedencia.

– No han dicho nada todavía.

– Greg y Ross, daos un respiro. Angus, dale una voz a Ray y Nigel.

Gritar no es algo que le apetezca a Angus. Observa su pálida sombra aplanándose contra la pared tenuemente iluminada y desea poder ser igual de anónimo y discreto.

– ¿Ray? ¿Nigel? Woody quiere saber qué está pasando -grita solo porque sabe que Woody no iba a parar de acosarlo hasta que lo hiciera.

Al principio su llamada solo trae silencio, pero es seguida por una serie de subrepticios sonidos sordos, como si unos objetos demasiado blandos para ser manos o cabezas avanzaran torpemente por un cristal. Pronto la voz de Woody los hace inaudibles.

– ¿Algún mensaje para mí?

– No oí ninguno, lo siento.

– No puedo decir que me sorprenda. Parecía que me estabas gritando a mí y no a ellos. ¿Por qué no vas a buscarlos y luego me cuentas? Está claro que no haces nada en este puesto.

Angus se sentiría agradecido de escapar de él y de los ruidos de la estancia, si no fuera porque eso le va a llevar a acercarse a la oscuridad. Es incapaz de decidir qué es peor mientras sale de la habitación. Prefiere evitar mirar los ordenadores, pero la alternativa es observar su sombra ascendiendo como una desolada marioneta sin rostro por la pared. Le hace sentir como un niño asustado despierto en su cama en mitad de la noche, ni siquiera seguro de que se trate de su propia sombra o de lo que hará si la luz desaparece por completo. ¿Por qué no aprendió a conducir? Le hubiera permitido alejarse de la niebla esta noche en lugar de tener que ser traído a Textos por su padre. A medida que la sombra se extiende delante de él, se alarga y se distorsiona como una ameba intentando parecer un hombre, antes de perder fuerza en la puerta de la sala de empleados y derramarse en la oscuridad. Angus se queda junto al umbral y se pone las manos en la boca, aunque sus dedos bloquean la visión de algunas de las indistinguibles figuras de la sala de empleados.

– ¿Ray? ¿Nigel? -grita- ¿Podéis responder?

No quiere esforzarse en escuchar más de lo estrictamente necesario, ya que al hacerlo es consciente del suave e insistente avance en la oficina a su espalda. Seguramente es Woody apoyándose impacientemente sobre la puerta justo antes de disponerse a exigir una respuesta:

– ¿Entonces quién ha dicho qué?

Una taimada y difusa voz imita a la de Woody, mucho más fuerte, y Angus se tiene que convencer de que ha sido causada por los altavoces de abajo, por eso proviene de la oscuridad.

– Nadie ha dicho nada todavía -admite.

– No puedo oírte.

– Todavía nada -grita Angus a través de la oscuridad, que parece saludarle con un inquietante movimiento.

– No te oigo aún. ¿Por qué no intentas hablar solamente conmigo en lugar de con el resto de la tienda?

Angus podría echarle en cara eso mismo, pero se gira apenas lo bastante para exclamar:

– No responden.

– Bien, eso no tiene sentido. No pueden haber ido a ninguna parte. No están en la sala de ventas, ¿verdad, Greg? Tengo razón. Escucha, Angus, no has hecho todavía lo que te he pedido. Te dije que los buscaras, no que nos gritaras. Mejor que no te hagas a la idea de que no tienes que hacer lo que digo solo por el hecho de que esté aquí encerrado durante un tiempo.

El dilema de quedarse en la inestable y tenue iluminación o aventurarse en la oscuridad le parece una pesadilla de la que Angus no tiene posibilidad de despertar. Siendo una pesadilla, tiene la facultad de anular el tiempo, de tal modo que le costaría poder decir cuándo le ha preguntado Woody:

– ¿Te has ido ya, Angus?

– Voy.

Angus casi chilla y se da la vuelta para asegurarse de que Woody lo oiga. Lo que cree ver lo propulsa fuera de la estancia, aunque al alejarse deja la mayor parte de la luz fuera de su alcance. Ya no está seguro, o intenta no estarlo, de que las figuras grises estuvieran aplanando sus supuestos rostros contra el interior de las pantallas de los ordenadores, ensuciando el cristal con sus anchas y abiertas bocas de un aspecto tan voraz como estúpido. Se obliga a pensar que el estúpido será él si deja que su mente lo paralice. El único problema es la falta de sueño. Tiene ocasión de probarle a Woody que los británicos dan la cara por el grupo.

¿Está Woody tan preocupado por estar atrapado en su despacho que se ha olvidado de que Agnes debe de estar pasándolo peor que él? Angus cruza la sala de empleados, que parece compuesta por una tenue y no demasiado corpórea niebla, y se inclina sobre la entrada al almacén. Una innecesaria cantidad de oscuridad cerca ambos lados de su cabeza.

– ¿Agnes? -grita-. ¿Nigel? ¿Hay noticias por ahí abajo?

Quiere creer que oye a Agnes aporrear las puertas del montacargas, habiendo agotado todas sus fuerzas, pero el sonido no proviene de delante de ella. Solo hay silencio en esta oscuridad. ¿Es incapaz de oírle o está demasiado asustada para contestar? Si es lo segundo, Agnes no se imagina hasta qué punto simpatiza con ella. Nigel debe de haber quedado atrapado en el exterior del edificio; eso explicaría el segundo chasquido de las puertas y la subsecuente falta de respuesta. Angus está a punto de intentar tranquilizar a Agnes diciéndole que ya no se encuentra sola, y de paso a sí mismo, si consigue oírla.

– Angus, si estás haciendo lo que oigo, trata de usar la cabeza -interviene la gigantesca voz de Woody.

Eso no parece requerir una respuesta, lo que al menos significa que Angus no tiene que mirar en dirección a la oficina, desde donde el nubloso resplandor parpadea como si hubiera cosas moviéndose por ella. Angus ruega que sigan haciéndolo dentro y no fuera.

– Deja a Nigel y a Agnes, mira si Ray necesita ayuda. Si los fusibles se arreglan, el montacargas también, es obvio.

Si es tan obvio, ¿por qué no lo mencionó antes? Angus se siente herido por que le haga parecer un idiota delante de toda la tienda.

– Agnes -grita entre sus manos-, voy a ayudar con los fusibles y entonces estarás bien.

El resentimiento hacia el comentario de Woody le conduce a la sala de empleados para demostrarles a todos que no es un inútil. Le sigue tan poca cantidad de la tenue luz que no es apenas capaz de advertir que la puerta hacia las escaleras está cerrada. ¿Es eso lo que hace inaudibles los gritos de Ray? Angus pasa deprisa junto al reloj, sobre todo porque le recuerda a un agujero desde el que podría surgir una cara, y abre la puerta. Cuando está a punto de dar un paso adelante para gritarle a Ray, se choca con un objeto que había agazapado tras la puerta.

Es una silla. Ray debió de bloquear la puerta con ella, pero la barra metálica la hizo caer. Angus empuja la puerta con los hombros y coloca la silla a dos patas contra ella antes de proceder. Hay algo más que oscuridad ahí delante. ¿Están las escaleras inundadas? Si eso es un intento de Ray de reunir aire en sus pulmones, ¿va a parar en algún momento? Incluso si está respirando por la boca, la inhalación es demasiado larga. Le lleva demasiado tiempo a Angus comprender que lo que oye es el quedo gruñido del secador de manos del servicio de caballeros situado entre las taquillas de los empleados y la parte superior de las escaleras. El sonido acuoso también proviene de allí.