– Ray -le llama Angus-, ¿eres tú?
Al momento, el secador deja de respirar. Espera, hasta que comienza a preguntarse si eso era una respuesta, lo que al menos le da tiempo para identificar el chapoteo de agua en un lavabo. Alguien ha debido de dejar un grifo abierto. Así se quedará hasta que vuelva la luz.
– Ray, ¿puedes decir algo? -dice para meterle prisa, gritando a plena voz.
No es ni mucho menos tan alta como la de Woody, pero él no tiene bocas por toda la tienda.
– ¿Alguien más piensa que es increíble que Angus esté todavía gritando y no haya ido al lugar al que se le ha dicho? Uno pensaría que no quiere que tengamos luz para trabajar.
Angus siente la carga de la antipatía de todos, una oscuridad adicional e incluso más opresiva. Está convencido de que Ray se ha refugiado en los servicios, por el miedo a la oscuridad, y ahora está demasiado avergonzado para admitirlo; eso explica el silencio. Si se está escondiendo ahí dentro, Angus no va a molestarlo más. Puede abrir la puerta al pie de las escaleras y dejar entrar cualquiera que sea la luz disponible en la sala de ventas. Justo la necesaria para permitirle encontrar los fusibles, o simplemente ver algo, será más que suficiente.
Se aleja del último rastro de iluminación en el preciso lugar donde las puertas de las taquillas con los nombres de los empleados escritos, sin ningún motivo lógico, le traen a la mente imágenes de lápidas. Hasta que encuentra la barandilla de la derecha para agarrarse, podría haber jurado que estaba a punto de lanzarse a un pozo sin fondo. Sus dudas se disipan cuando vuelve a oír ruido proveniente de los servicios, de nuevo la respiración del secador de manos. ¿No comprende Ray que eso traiciona su presencia? Angus prefiere no imaginarse cuál es el estado mental de Ray para que haya llegado al punto de ponerse a jugar con la máquina en mitad de la oscura estancia. Quizá está desesperado por secarse el sudor nervioso; no es una idea agradable. Ayudará a Ray y a Agnes al tiempo que le enseña a Woody, y a cualquiera que comparta su desdén hacia él, que Angus puede tener éxito en una empresa en la que otros parecen haber fallado. Se aferra a la pegajosa barandilla y da un paso.
Un escalón espera a su pie en el lugar correcto, otro algo más abajo, y así hasta la planta inferior. Solo tiene que confiar en ellos, porque puede ver la meta al fondo de las escaleras, un brillo horizontal tan fino como la hoja de un cuchillo. ¿Ha abierto Ray más el grifo? El sonido no puede estar realmente siguiendo a Angus. Quizá Ray se está echando agua fría en la cara en la oscuridad. Debió de meterse en los servicios antes de que Woody sugiriera que él y Nigel dejaran entrar a Greg y Ross. Ahora es cosa de Angus; la lámina de luz, a la que se acerca a cada escalón que desciende, lo confirma. Entonces pisa una superficie sin borde. Ha llegado a la planta inferior.
El suelo resplandece a causa de la vaga luz. Se agarra a la barandilla mientras baja el otro pie, y luego avanza a grandes zancadas por el pasillo. Su mirada está fija en la luz bajo la puerta, pero no hay nada que le haga sentir la necesidad de andar con cuidado. Ni siquiera ve venir el objeto que se enreda en sus pies y le hace caer de frente en la oscuridad.
¿Es la oscuridad más profunda de lo que debería, o se trata de algo que ha venido a su encuentro? Cuando las palmas de sus manos se encuentran con el suelo, estas empiezan de inmediato a vibrar, lo cual es comparativamente tranquilizador. Entonces el dolor comienza a remitir, permitiéndole preguntarse con qué ha tropezado. Se levanta vigorosamente para alejarse de ello, pero no antes de llegar a la conclusión de que el objeto es un cuerpo. Alguien yace demasiado quieto en el suelo.
Angus se apoya contra la pared y luego se obliga a alargar la mano. Sus dedos tocan las suelas de un par de zapatos. Parecen finos y ligeros, y se hallan alejados el uno del otro, lo que le trae a la cabeza los andares de un payaso. La suela derecha está deformada por una cavidad, en la que se resiste a meter un dedo. No cree que sea una información que Ray quisiera proporcionarle. Avanza hacia delante de rodillas y localiza una de las manos de Ray, que está o ha estado arañando la moqueta. Angus la levanta por la muñeca para buscarle el pulso, y no es que sepa lo que está haciendo; ni siquiera está seguro de discernir cuál es el que procede de su propia mano magullada. Los dedos de Ray caen sobre el dorso de esta. Su roce intranquiliza a Angus, están dañados de alguna manera; han sido objeto de violencia. Agarra la muñeca, pero sus propias magulladuras le impiden tener la certeza de que hay pulso. Deja caer la mano con cuidado, y se desplaza por el costado de Ray hasta darse cuenta de que las perneras de sus pantalones están mojadas. Sus rodillas están hundidas en agua.
El suelo en el lado izquierdo del pasillo, donde se encuentran los fusibles, está inundado. Ahora entiende por qué lo ve brillar y por qué pensó que el sonido del agua le estaba siguiendo escaleras abajo. Si Ray estaba de pie sobre el agua cuando intentaba arreglar los fusibles y tenía un agujero en los zapatos… ¿no se supone que los fusibles modernos están preparados para ser seguros en tales circunstancias? La pregunta sin respuesta parece despertar a Ray, Angus oye movimiento a su derecha, y aguzando la vista advierte el vago contorno de una cabeza levantándose.
Instintivamente alarga una mano magullada para sostener el cuello de Ray. Sus dedos se hunden en la masa hinchada hasta los nudillos. Resuella y se ahoga, y al agitarlos siente la sustancia aferrarse a él como barro. No es lo bastante rápido para esquivar un par de fríos y rechonchos labios que le asen la palma. Entonces, el objeto que se posaba en el pecho de Ray salta encima de él con un sonido similar a un saco de gelatina, y repta pesadamente para tomar una posición entre Angus y la puerta.
Puede oír voces discutiendo tras ella. Sus colegas no andan muy lejos, pero no servirá de nada gritar para pedir ayuda; no han sido capaces de abrir la puerta desde su lado. El no puede desde el suyo. Ha perdido la habilidad de moverse o hablar ante la expectativa de ser rozado por la achaparrada y blanda figura en la oscuridad. Entonces llega un momento en el que el pánico le infunde movimiento a sus pies y estos intentan conducirle de vuelta al lugar de procedencia, no sin trastabillarse. Sabe que está dejando a Ray atrás, pero Ray no está en condiciones de quejarse; si lo estuviera no hubiera podido soportar tener ese objeto sobre el pecho. Angus agarra la barandilla e intenta emprender la retirada, pero tiene tanto miedo de tropezarse de nuevo que se da la vuelta y se impulsa hacia delante, encarando la oscuridad. El agua le salpica en el otro lado de las escaleras, hace todo lo posible por ignorar el sonido y tratar de permanecer tranquilo y creer que no oye nada merodeando a su espalda. Ha sobrepasado ya la mitad del camino cuando distingue un sonido que no es agua. Proviene de arriba.
Debe de ser Woody. Ha sido capaz de liberarse de alguna manera. Sus pasos son blandos y deliberados, descansa en cada escalón y hace una pausa antes de cada descenso. Nadie le culparía por tener cuidado. Angus cierra la mano en la barandilla, preguntándose por qué no puede sentir que Woody también está aferrado a ella.
– ¿Woody? -dice-. Vuelve. Hay…
Su voz empieza a vacilar desde el momento en el que ha pronunciado el nombre de Woody, porque al hacerlo provocó una respuesta. No se la puede describir como una palabra, pero es sin duda una negación, un grave gruñido que sugiere que el interlocutor no mueve demasiado la boca. Durante el tiempo que el recién llegado tarda en dar dos laboriosos pasos hacia él, es incapaz de moverse, lo cual lo enrabieta de tal modo que le impulsa a ascender.
– No te tengo miedo -grita o chilla, o al menos lo intenta. Pero sí que lo tiene, y se gira a ciegas; no tiene adonde ir. Siente como si incluso las escaleras se hubieran hartado de él, porque se apartan de su alcance y la barandilla evita su agarre. Durante más tiempo del que jamás hubiera soñado solo percibe una asfixiante oscuridad. Entonces el suelo del pasillo le rompe el cráneo, dejando escapar sus sesos y permitiéndole entrar en la oscuridad, concediéndole únicamente el tiempo justo para sentir que algo se le acerca ansiosamente desde la oscuridad para reclamarlo, sea lo que sea.