Connie
– No hay necesidad de parar ahí abajo -la rodea la voz de Woody desde todas las oscuros rincones de la sala de ventas-. No hay necesidad de rascarse la barriga. Veis mejor que nosotros.
Connie lo duda en su caso. No le gustaría ser una de las personas atrapadas arriba sin luz ni ventanas, pero Woody no puede echar de menos la iluminación si su monitor sigue funcionando. Espera que se concentre en abrir la puerta. Ya se siente lo suficientemente degradada por no poder abrir con su tarjeta la puerta que conduce a los fusibles, para que observe todas sus acciones y le de órdenes como si fuera una más de la troupe de marionetas. Aunque desearía no ser la única encargada en la planta de abajo, es sobradamente capaz de hacerse cargo. Solo tiene que aceptar la visión de la sala de ventas, ahora que ha sido conquistada por el resplandor de afuera. Además de haber arrebatado de todo color a las hordas de libros, la luz grisácea parece haber traído consigo algo de la niebla asentada sobre la pared trasera, donde las sombras son tan gruesas como el barro. Examina los rostros de los empleados que se han retirado hacia las ventanas buscando una mejor iluminación. Todos parecen embotados y mermados por la escasa luz. Greg se ha quedado en su sección y levanta libros tenazmente del suelo para escudriñarlos con tal fuerza que se le tuerce la boca en una sonrisa inconsciente cada vez que busca el lugar adecuado para ellos en el estante.
– No hay motivos para discutir, ¿verdad? -dice Connie dirigiéndose a todos-. Tenemos suerte de estar donde estamos.
No le importaría obtener alguna respuesta a su intento de levantar los grises espíritus, aparte de encogimientos de hombros o murmullos. Incluso Greg parece demasiado ocupado para mostrar su conformidad, a no ser que piense que su despliegue de implicación lo coloca por encima de la necesidad de responder.
– No tengáis miedo de decirme que estoy equivocada -dice Connie-. Levantad la mano si preferiríais estar arriba.
Jill tensa sus labios mientras sus ojos dan un posible indicio de sonrisa a punto de surgir, y los dedos de Mad se agitan como si estuviera considerando la idea, pero nadie más llega tan lejos.
– Bien entonces.
Connie busca un modo de mostrar algo de entusiasmo.
– Preferiría estar en la cama -murmura Ross con demasiada claridad.
– Estoy segura de ello, pero ninguno de nosotros tiene ahora la posibilidad de estar allí ahora, ¿verdad?
Connie no es inmediatamente consciente de que no debería haber dicho eso mientras miraba a Mad. Le dedica una fugaz sonrisa de disculpa, que no parece servir de mucho; parece un mero intento de esa expresión que Woody lleva cierto tiempo sin tratar de forzarles a dibujar en sus rostros, gracias a Dios.
– Veamos en qué estanterías podemos trabajar -sugiere- hasta que Ray nos devuelva algo de energía.
– No creo que tuviéramos mucha de todas formas -murmura Jake.
– Esa clase de comentario no va a arreglar nada -arguye Greg-. No hay necesidad de que hagas el papel de Agnes en su ausencia.
– Podría sonar igual que otras personas mucho peores.
– ¿Por qué tienes que sonar como una mujer entonces?
– Algunos de nosotros pensamos que no hay nada de malo en ello -intercede Mad.
Acompaña su comentario con una mirada dedicada solo a Jill, y Connie intenta dejar aparte su resentimiento cuando sugiere:
– Vamos a concentrarnos en las estanterías junto a la ventana. No creo que tengas problemas con eso, Jill.
– Estaré contenta mientras alguien me eche una mano con mi sección.
– A mí me podría venir bien una de vez en cuando -dice Mad.
Connie sospecha que Ross se pueda tomar eso como la entrada para una posible respuesta que a Mad, más que a cualquier otra persona, no le gustaría escuchar.
– ¿Podemos hacer todos un esfuerzo para llevarnos bien? -dice-. Tener que aguantar esto tendría que unirnos.
La sección de Jill consta de tantos pasillos como empleados hay ahora mismo en la sala de ventas, lo que significa que Greg no tiene excusa para quedarse en el suyo.
– En realidad, Greg, quise decir que todos nos reuniéramos aquí -le hace saber Connie.
Del libro que sostiene en alto parece surgir un rostro rudimentario y resplandeciente en la portada, luego la luz pierde el reflejo y desaparece.
– Intento ver dónde va esto -dice-. Nunca dejes un trabajo a medias.
No va a encajar el golpe. Cuando se da cuenta de que está perdiendo el tiempo intentando pensar un comentario que demuestre quién está al cargo, se retira a uno de los pasillos de Jill. Mientras coloca libros decolorados por la oscuridad, observa de reojo a Greg hasta que este se digna a unirse a sus compañeros. Ha estado tan pendiente de él que se ha perdido el comienzo de una conversación entre Jill y Mad.
– A mí tampoco me gusta -dice Jill.
Connie lo intenta pero no consigue ignorarlas.
– ¿Qué es lo que no os gusta a vosotras?
– El aspecto que tiene todo ahí afuera -dice Mad.
– Yo lo veo igual que antes, y de todos modos estamos dentro, no fuera.
– Mad estaba diciéndome que la tienda parece estar atrayendo a la niebla.
Es culpa de Connie que todo el mundo haya oído eso. Solamente Greg se controla ostentosamente para no mirar por la ventana y se asegura de que se le oiga colocar. Connie desearía que la niebla, su palidez, su dubitativo y sigiloso progreso, evidente gracias al resplandeciente rastro, no le recordara al enorme cuerpo de un caracol que avanzara desde el oscuro e invisible cielo.
– Alguien estará contigo en un momento -dice una enorme voz surgiendo entre la grisura.
Woody hace una pausa lo bastante larga para que Connie asuma que se refiere a los empleados de abajo, pero entonces nombra a Agnes, aunque no de la manera preferida por ella. Se cuestiona la pronunciación de alguna forma, y destaca lo poco americana que resulta, para luego acabar revelando que Agnes está atrapada en el montacargas. Su voz se desprende de los múltiples nidos situados en los rincones de la tienda, sin conseguir noticias del progreso de Ray en su misión de arreglar los fusibles, y Connie descuelga el teléfono de Información.
– Sí, Connie. Estoy aquí -le responde antes de darle tiempo a colocárselo en la oreja.
– ¿Estamos seguros de que Nigel será capaz de sacarla?
– Supongo, ya veremos.
Al menos Connie comprende ahora por qué antes oyó las puertas del pasillo de Pedidos chasquear dos veces. Nigel ha debido de estar intentando hacer entrar algo de luz, y no pudo mantenerlas abiertas.
– ¿Cuánto tiempo ha estado ahí dentro?
– Es de suponer que desde el apagón.
Eso es demasiado tiempo encerrada a oscuras. Por muy molesta que sea Agnes, dadas las circunstancias, los comentarios de Woody sobre su nombre han sido bastante imperdonables.
– ¿Crees que deberíamos llamar a los servicios de emergencias? Espero que se dediquen a sacar a gente de los ascensores -sugiere Connie no sin algo de esfuerzo.
– No había pensado en ellos. Haré todo lo que haga falta.
– ¿Tendrás su número, verdad? No hay necesidad de que te diga que no es el mismo de América.
– Correcto, no hay necesidad.
– Entonces te dejo con el asunto, ¿no? El de llamarlos, me refiero.
– Puedes apostar por ello. ¿Por qué no te concentras en animar a tu equipo con más fuerza? Quedará mucho tiempo para ordenar cuando las luces vuelvan.
– ¿Va a llamarlos? -dice Ross apenas ha posado el auricular en el sitio correspondiente.