– Eso he entendido.
– Es lo que ha dicho.
– Va a llamarlos.
– Mientras lo haya dicho… -se siente Mad aparentemente obligada a comentar-. Acababa de decirle eso a Anyes, ¿no? Lo de que no siempre los americanos hablan como nosotros. Podía haberse ahorrado esos comentarios mientras ella estuviera encerrada en el montacargas.
– Woody también está encerrado -interviene Greg-. Quizá piense que solo es cuestión de tener algo de aguante durante un rato.
– En absoluto es lo mismo -arguye Jill-. Preferiría estar donde él, en el mismo lugar me refiero.
¿En qué posición te gustaría estar con él en medio de la oscuridad? En lugar de preguntarle eso, pues no tiene idea de por qué se le ha pasado por la cabeza, Connie dice:
– ¿Podemos al menos asegurarnos de no parar de colocar si queremos seguir charlando? Tenemos que adelantar.
– Eso va por todos, ¿verdad? -pregunta Jake.
– Todos y cada uno, por supuesto.
Alza la barbilla y señala con su cara las estanterías de Greg, que frunce el ceño y separa un poco los labios revelando sus dientes apretados.
– Yo no dejaría la boca abierta mucho tiempo, Gregory -le aconseja Jake con deleite-. Nunca sabes lo que cualquiera estaría tentado de meter ahí dentro.
Connie tiene la sensación de que la luz mortecina no les está arrebatando solo el color, como si esta y la interminable noche los estuviera reduciendo a una cruda esencia de sí mismos.
– Creo que ya hemos tenido bastante charla -dice-. No ayuda a nuestro trabajo.
Greg se agacha furioso para coger un libro. Jake sonríe para sí antes de hacer lo mismo. Connie teme exacerbar los ánimos si añade algo más, y en lugar de eso intenta concentrarse en colocar. Tiene que sostener cada libro junto a la ventana del escaparate para aprovecharse de la esquiva luz; diría que cada repetición de ese gesto atrae un poco más la niebla hacia ellos. Greg tiene la firme determinación de dar ejemplo o bien de desafiar a todos a igualar su velocidad; hace tanto ruido con los libros que virtualmente oculta un breve alboroto en el pasillo de los fusibles. No puede significar que Ray los haya arreglado, ya que las luces continúan muertas. Connie se está preguntando si debería averiguar cómo le va cuando en ese momento Woody proclama que Ray y Nigel deberían dejar entrar a Greg y Ross.
– Ya tendrían que haber sido capaces de hacerlo -se queja Greg, pero esa parece ser la única respuesta. Aparte del repiqueteo de libros en los estantes no se oye nada más; no hay señales de actividad tras las puertas. Connie no puede juzgar cuánto tiempo pasa, pues este es tan inerte como la niebla, antes de que Woody anuncie:
– Vosotros dos no tenéis que esperar fuera, ya sabéis. Quizá si intentáis entrar lo consigáis.
Al tiempo que Greg avanza hacia la puerta detrás de la que se encuentra Ray, mira atrás para meterle prisa a Ross, que va camino de la otra. Connie no puede evitar sentirse resentida al ver como Greg pasa su tarjeta por el lector, como si esta fuera a encontrarse más dispuesta a dejarle paso a él que a ella. En realidad, no debería alegrarse secretamente de que tampoco le conceda a él permiso para cruzarla. Greg y Ross compiten dándole golpes a las puertas con los hombros, y Ross es el primero en rendirse.
– No creo… -resuella y se toma tiempo para respirar-. No creo que Nigel esté ahí.
– Ya había considerado la posibilidad de que no estuviera -dice Greg y le propina a la puerta un poderoso pero inútil golpe.
– ¿Y cómo es eso, Greg? -consigue contener su irritación lo suficiente para preguntar.
– Lo oí salir antes. Ahora estoy seguro de lo que oí. Habrá ido a avisar a los de seguridad. Debe de haber estimado que hacían falta en el montacargas.
– ¿Por qué no telefoneó en vez de hacer eso?
– No podía hacerlo desde donde estaba, ¿no? Hubiera tenido que subir otra vez a oscuras.
Connie se siente estúpida porque haga falta que le digan todo eso, especialmente teniendo en cuenta que debería saber las respuestas a todas esas preguntas. Sin duda, Greg es el más convencido de que sería un mejor encargado, sobre todo porque ella es una mujer. Intenta encontrar una forma de demostrar que su teoría sobre Nigel es incorrecta.
– Danos una explicación a lo de Ray entonces, Greg -dice Jake.
– No tengo constancia de nada que haya necesidad de explicar. Es un buen encargado.
– Salvo por que parece estar escondiéndose de ti.
– No sería yo el que… -Del enigmático rostro de Greg surge una oscuridad de la que él es el único causante, al darse cuenta de que ha permitido que se le malentienda-. Si estás preguntando por qué no ha llegado a la puerta, debe de ser porque está muy ocupado con los fusibles. Y es un trabajo lo suficientemente duro para detenerse y dejarlo a medias.
– Deberíamos oírle -dice Ross-. ¿No lo has oído?
– No con el ruido que estábamos haciendo.
– ¿Y ahora que no lo estamos haciendo?
– De momento no.
– Trata de gritarle algo -sugiere Connie-, ¿o preferirías que lo hiciese yo?
– Soy perfectamente capaz. -Greg les da la espalda a todos y se inclina sobre la puerta, donde su sombra se encoge-. ¿Ray? -grita, y las manos de su sombra se mezclan con la silueta sin rostro que es su cabeza-. Ray -grita de nuevo a través de sus manos-. Ray.
– Parecen tres hurras sin destinatario -se mofa Jake.
Connie está a punto de apresurarse hacia la puerta detrás de la que Ray seguramente se encuentra, cuando la voz de Woody aparece encima de su cabeza:
– Angus, si estás haciendo lo que oigo, trata de usar la cabeza.
– No me puedo imaginar lo que Woody no quiere que haga Angus en la oscuridad, ¿puedes tú, Greg? -exclama Jake.
– Jake, para un ratito -sugiere Jill.
– Bueno, no quería molestar a nadie.
Connie no tiene ninguna duda de que Greg se cree con el deber de responder. Está a punto de interceder para que eso no ocurra cuando Woody la interrumpe:
– Deja a Nigel y a Agnes, mira si Ray necesita ayuda. Si los fusibles se arreglan, el montacargas también, es obvio.
– No es tan obvio, ¿verdad? El montacargas podría no funcionar con los mismos fusibles. Los teléfonos no lo hacen -protesta Mad tras soltar un libro en un estante superior.
– Woody sabe perfectamente qué va con qué -dice Greg, convencido.
Woody no sabe que Ray no responde, o que Nigel ha salido en busca de ayuda. Nigel parece estar tomándose su tiempo, y mientras tanto, ¿qué se supone que ha de hacer Agnes? Connie marcha camino de la puerta en la que Greg está perdiendo el tiempo y llama con los nudillos.
– Ray, puedes al menos hacernos saber que estás ahí.
No le ha gritado. El hecho de que le griten puede hacer que se distraiga y se sienta lo bastante molesto para no dignarse a responder. Pone la oreja en la pared a tiempo para captar un inquieto e impaciente movimiento, y luego un brusco gruñido. Estará demasiado ocupado o concentrado para hablar.
– Misión cumplida, Greg -dice-. Quizás algunas cosas necesitan de un toque femenino.
– No le he oído.
– Yo sí. -Se encuentra muy cerca de perder la calma por culpa de tu manía por meterte en todo-. Y no quiere que le molestemos mientras está trasteando con los fusibles en mitad de la oscuridad.
Observa a Greg con una paciencia que le provoca una sensación de tibia pesadez en los ojos, hasta que al fin vuelve a sus estanterías. Le divierte advertir como Greg no se permite transmitir la sensación de que no quiere moverse, lo cual podría connotar falta de implicación con la tarea y con la tienda.
– ¿Alguien más piensa que es increíble que Angus esté todavía gritando y no haya ido al lugar al que se le ha dicho? Uno pensaría que no quiere que tengamos luz para trabajar -exclama Woody.
¿Es Angus otra de las distracciones que impiden que Ray responda? Connie regresa al pasillo donde estaba colocando y coge un libro en cada mano para aumentar el ritmo, pero se da cuenta de que intentar leer dos portadas en el débil hilo de luz lo aminora a la mitad. Vuelve al antiguo método, esperando furiosa que Greg no lo haya notado. Coloca varios libros, causando unos sonidos que pretenden ser triunfales pero que no transmiten otra cosa que no sea monotonía.