– ¿Soy la única que cree que estamos dando muchas cosas por sentado? -interviene Mad.
Aparentemente así es, porque Greg tiene tiempo de colocar ruidosamente un par de libros antes de que Ross participe.
– ¿Respecto a qué?
– Obviamente has oído a Ray, Connie, y entiendo por qué no dice mucho, pero ¿cómo estás tan segura de que Nigel ha ido a buscar ayuda, Greg?
– Quizá tú puedas decirme adonde más puede haber ido.
– Supón que simplemente ya no podía aguantar verse sumido en la oscuridad. Quizá no haya ninguna luz en absoluto ahí dentro.
– Por favor -se enfada Greg, y en caso de que no tenga el cerebro suficiente para entender la razón, añade-: Los encargados no actúan de esa manera.
– Yo podría hacerlo.
Al instante Connie desea no haber dicho eso, ni siquiera para sugerir que Mad tiene parte de razón, pues Greg emite un breve y bajo «ajá» que Connie considera el sonido más insultante que ha escuchado jamás.
– ¿Incluso dejando a Agnes… a Anyes, en el montacargas? -le pregunta Jill cuando está a punto de descargar toda su ira contra Greg.
– Tienes razón, no me imagino a Nigel haciendo tal cosa.
– Si fue a buscar ayuda -insiste Mad-, ¿por qué no ha vuelto? Ha tenido tiempo de ir paseando por todo Fenny Meadows desde que oímos la puerta.
– Obviamente -dice Greg, con la única intención de crear suspense en su público mientras se agacha a recoger un libro y alza su rostro gris sobre las estanterías-, los guardias no estaban en su garita y ha tenido que ir a buscarlos.
Mira a través del escaparate y de nuevo posa sus ojos en el libro. Por un instante, Connie cree distinguir actividad en la niebla, pero las inestables figuras que debe de haber imaginado no eran ni por asomo tan altas como Nigel o un guardia, por lo que aparta esa impresión de su mente.
– ¿Se me permite hablar ya? -dice Jake.
– Ya lo has hecho -dice Greg-. Intenta decir algo que merezca la pena.
Si alguien tenía que darle permiso a Jake, esa era Connie. Está a punto de decir eso cuando Jake le da la espalda teatralmente a Greg.
– ¿Ese no ha sido Angus? -pregunta.
– ¿Cuándo? -dice Mad.
– Cuando estabais discutiendo sobre Nigel.
– Nadie discutía -le informa Greg-. Estábamos sopesando la situación. Algunos de nosotros tratamos de no convertirlo todo en una riña de colegialas.
Jake mira a todos para ver si alguien se ha ofendido, lo que provoca que Connie sienta tanta antipatía por él como la que ya sentía por Greg.
– Llámalo como quieras -insiste Jake-, estabais discutiendo.
Su victoria acaba con toda conversación.
– ¿Qué crees haber oído? -pregunta Jill con visible desgana.
– Angus llamándonos, o intentando hacerlo. Sonaba un poco estridente.
La expresión de Greg sugiere que la estridencia es solo cosa de Jake.
– ¿Alguien más ha oído algo semejante?
Aunque nadie parece querer ponerse del lado de Greg, el silencio denota lo contrario.
– Bueno -dice Jake-, si no era Angus tuvo que ser Ray.
Greg se ríe con una corta risita teñida de lástima e incredulidad, pero Connie se pregunta si la insistencia de Jake es para hacer que Greg se ponga tan nervioso como lo está ella, o simplemente le falta inteligencia. Antes de que pueda decirle a Jake que se guarde sus imaginaciones, Jill dice:
– ¿Por qué nosotros no lo hemos oído?
– Me sorprendes, Jill -responde Greg, haciendo hincapié en su nombre-. Obviamente porque no había nada que oír.
– No me refiero a eso, Connie. Angus debe de haber llegado ya abajo, ¿por qué no les oímos hablar?
Connie intenta controlar su resentimiento por que alguien tenga que sugerir esa idea mientras avanza por el cada vez más oscuro pasillo hacia la salida de la sala de empleados. La iluminación de la salida no es mucho mejor que la total oscuridad. La oscuridad le empieza a recordar el aspecto de su dormitorio una noche de su niñez, en la que se despertó en mitad de la noche y encontró todas las puertas moviéndose lentamente en la oscuridad, para después detenerse por obra de lo que quiera que se escondiera tras ellas. Tiene la tentación de golpear la puerta para perderle el miedo y de paso conseguir una respuesta.
– Siento molestarte, ¿está Angus contigo, Ray?
– Oh sí.
No puede ser otra cosa que la amortiguada voz de Ray, a no ser que sea la de Angus. Cualquiera que sea el interlocutor, parece estar preocupado, pues apenas es capaz de formar las palabras.
– ¿Estáis los dos bien? -pregunta, aunque no finge sentirse deseosa de volver a oír la voz de nuevo.
– Oh sí.
Al menos ambos responden, aunque las palabras suenan incluso con menor claridad; podría pensar que sus bocas se están desprendiendo. Tiene la grotesca e innecesaria noción de que se está convenciendo a sí misma de que los reconoce, en realidad no distingue cuál es cuál. Concretamente, no ve ningún motivo por el que puedan considerar sus preguntas como algo gracioso. La impresión de que están a punto de estallar en carcajadas la conduce a preguntar:
– ¿Cómo lo lleváis?
Le gustaría creer que no han repetido la misma respuesta, aunque esta vez con unas voces tan espesas que suenan embadurnadas de alegría. Las monótonas sílabas son apenas comprensibles, pero en eso también influye la intervención de Woody.
– ¿Qué pasa contigo, Connie? Parece que no mucho.
Coge el aparato más cercano, que parece un hueso brillante. Tiene que agacharse hasta el aparato para ver cuál es el botón adecuado para amplificar su voz.
– Estoy intentando averiguar qué están haciendo Ray y Angus. Pensé que querrías saberlo.
Al momento siguiente, Woody se transfiere al auricular.
– ¿Y qué hacen?
– No estoy segura. Escucha tú mismo. -Sostener el teléfono en dirección a la puerta no ayuda a aliviar su nerviosismo, pues su sombra se alarga en forma de larva sobre los lomos de los libros-. Ray, Angus -grita no obstante-, Woody está a la escucha en el teléfono por si queréis hacerle saber lo que estáis haciendo.
Desea fervientemente que vuelvan a repetir su frase, pero llega a la conclusión de que era una simple broma infantil a su costa cuando el silencio, más burlón si cabe, es todo lo que obtiene por respuesta.
– Vamos, antes hablasteis. Woody quiere oíros ahora. -Arroja el auricular con tal fuerza contra el silencio que casi golpea la puerta con él. Una vez que el brazo comienza a dolerle de mantenerlo extendido, devuelve el aparato a su oreja-. No contestan.
– ¿Podría ser que no les guste tu tono?
Le parece algo tremendamente injusto.
– Quizá tú podrías enseñarme cómo hacerlo.
– Sonríeme y deseo concedido. -Al sacar los dientes y mostrárselos al techo, Woody reacciona-. Espero que puedas darle a tu equipo mejor ejemplo que ese. -Y lanza su voz al aire-: Ray, Angus, Connie sostiene el teléfono junto a la puerta. Habladme alguno de los dos.
Moverse entre la oscuridad le agrada a Connie menos que nunca. La puerta no se mueve ni está a punto de abrirse; simplemente es incapaz de mantener quieta la sombra del aparato.
– ¿Estás segura de que pueden oírme? -explota la voz de Woody segundos después.
– Si puedes oírme a mí -grita-, podrás oírles a ellos.
– Ray o Angus, decidme algo.
Connie tiene que observar como la puerta tiembla inquieta por unos largos momentos antes de que la voz de Woody se torne diminuta de nuevo.
– Dime que los has oído y yo no.
– Esta vez no.
– ¿Qué dijeron antes?
– Nada con sentido.
– Para ti quizá, ¿podría tratarse de eso?