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Al ver a Nigel cruzar la sala de ventas, Gavin quita el dedo del timbre. No deja de moverse en el sitio, justo detrás de las puertas de cristal; mientras, a su lado, Angus deja de frotarse las manos, aparentemente para no mostrar impaciencia. Los rostros de ambos están rodeados por el halo de sus respiraciones. Apenas Nigel desbloquea la puerta, Gavin brinca sobre el felpudo de «¡A leer!».

– Pareces animado -dice Nigel.

– Siempre alerta, siempre bien, ese soy yo. -Gavin levanta las cejas para subrayar el golpe de humor que Nigel no llega a captar, o en un intento de alzar sus pesados párpados, o quizá es meramente un tic que tensa la piel de su cara puntiaguda.

– ¿Y tú qué, Anyus? -dice, dándose la vuelta-. ¿Has dormido toda la noche?

Angus camina con paso titubeante entre los arcos de seguridad frente al embarrado eslogan, y se frota una porción de su larga cara parcheada con tal fuerza que parece estar intentando borrar el bronceado restante del año anterior.

– Ha pronunciado mi nombre como el de Anyes -explica sin saber si debe parecerle divertido o no, y en qué grado.

– Ya nos habíamos dado cuenta, Anyus.

Tras ellos, el Passat conducido por el novio de Jake se detiene, y Jake le da un furtivo beso antes de bajarse.

– Me las veré con las masas mientras ficháis -dice Nigel, mirando la hoja de rotaciones-. Estarás en caja la primera hora, Angus. Jake y Gavin, a archivar.

No hay ninguna masa a la que atender, por supuesto. Nadie ha tenido jamás que abrir el cerrojo para alguien que no fuera un empleado, la compra de periódicos y revistas podrían atraer a clientes más tempraneros, pero Frugo los absorbe y lidera la entrada al complejo. Nigel coge los impresos de pedidos de clientes del día anterior, después se entretiene en alinear libros de la sección de Animales siguiendo la regulación: media pulgada desde el borde. Cuando Angus reaparece, Nigel se dirige al almacén.

El montacargas está demostrando lo bien que pronuncia dos de las tres palabras que se sabe. Mientras Nigel sube las escaleras, resuena un amortiguado chocar de libros en sus carros. Los estantes de devueltos y dañados deben ser despejados, pero primero se deben enviar los pedidos de los clientes. Antes de eso, se envía a sí mismo a la sala de empleados, donde el ligero e irritante hedor está desapareciendo, y enciende la luz de la oficina. Está a punto de sentarse delante de su ordenador cuando advierte que la puerta de Woody está entreabierta.

Eso no es nada extraño. Woody tiende a dejarla abierta si está en su despacho. Cuando Nigel la empuja un poco, el estandarte de béisbol sobre el escritorio se flexiona como un gusano en la penumbra, y queda adherido a la pared de nuevo. Dos de los cuadrantes del monitor de seguridad en la esquina superior muestran también movimiento: Gavin está de rodillas en Música, y otra figura está en cuclillas en Textos Primera Infancia. Al menos tienen un cliente, aunque la cabeza de la figura, y de hecho todo su cuerpo está demasiado difuminado para que Nigel pueda distinguir ningún otro detalle. Cierra la puerta y se dispone a trabajar en su ordenador.

Manda por correo electrónico la mayoría de las órdenes al almacén americano o al equivalente británico en Plymouth, aunque los editores de una colección de poesía son tan insignificantes que tiene que buscar la dirección y mandar una petición directa. Está a punto de acabar su tarea cuando la voz de Gavin surge desde las alturas.

– Nigel llama al doce, por favor. Nigel, una docena.

Agarra el teléfono para cortar alguna otra posible bromita.

– Sí, Gavin.

– Hay un cliente esperando saber si su orden está lista.

– ¿Me das los detalles?

– Está justo aquí.

– Y su nombre es…

– Sole. ¿Cuál es su nombre de pila? -le pregunta al cliente, y a esto le sigue el sonido de una pausa suavizada por una mano cubriendo el auricular-. Es Robert -dice Gavin, y añade innecesariamente-: El señor R. Sole. [1]

¿Es una broma? Cuando Nigel mira el monitor de Woody, ve a un hombre en el mostrador frente a Gavin. Su pelo gris cuelga de una cola sobre su velludo cuello. Nigel abre la lista de clientes en el ordenador. Riddle, Samson, Sprigg, pero ni un solo Sole ni nada que se le parezca.

– ¿Me confirmas el nombre? -se atreve Nigel a preguntar.

– Me pregunta sobre su nombre -le pide confirmación al cliente. Otra pausa interfiere con la respiración de Nigel-. Es como dije antes -informa Gavin.

– Voy para abajo -dice Nigel, y se dirige con rapidez hacia las escaleras para evitar que lo repita.

Está casi en el mostrador de información cuando el cliente se gira volteando la coleta en el aire y desprendiendo aroma a astracán. Su labio inferior ayuda al superior a alzarse en una sonrisa al tiempo que se toca el hoyo de la barbilla y extiende una mano tan rechoncha como su arrugada cara moteada.

– Bob Sole.

– Un placer. Nigel -responde este, y rápidamente añade-: Yo me encargo del señor Sole, Gavin. ¿Recuerda por casualidad cuándo ordenó su libro, señor Sole?

– El día que abrieron. Fui casi el primero en entrar por esa puerta.

– Me alegra comprobar que sigue viniendo.

– Ya era hora de que hubiera algo de inteligencia por aquí.

Nigel no está seguro de si se refiere a Textos o al interlocutor, y se obliga a no apostillar nada al comentario.

– ¿Conoce el nombre del autor?

– Sé su nombre, si eso le sirve de ayuda. Bottomley, se llama el tipo. No me pregunte el título del libro.

Nigel teclea el apellido en la búsqueda del catalogo en línea. Al poco surgen los resultados, sacando a relucir títulos como: En los bosques de Delamere, Historias de un comerciante de Stockport, Asesinatos y caos en Manchester, Poemas para los picos, Campos y canales de Cheshire…

– ¿Podría ser este? -sugiere Nigel, pivotando la pantalla para que el cliente vea su contenido.

– Uno se pregunta cómo puede salir algo semejante de la dura cabezota de alguien, ¿verdad? -replica el señor Sole, presumiblemente refiriéndose a sí mismo-. ¿Puede hacer otro intento?

– Lo haré en cuanto vuelva a la oficina. Me temo que su orden de algún modo se ha perdido en el sistema, lo siento.

– No es culpa de ninguno de sus empleados.

No obstante, una vez le ha dictado a Nigel una dirección en Lately Common y este ha impreso el recibo, el señor Sole examina cuidadosamente su copia antes de doblarla y metérsela en el bolsillo. Ahora mismo es el único cliente; de hecho, Nigel no notó cuando dejó de haber alguien en Primera Infancia; la sección estaba desierta cuando bajó. Le enseña su identificación a la pared y se apresura de vuelta a su ordenador.

Tiene puesto un protector de pantalla que no ha visto antes. Muestra la imagen de varias figuras haciendo una danza o algún tipo de rutina repetitiva; parece que no ha cargado del todo, porque es demasiado grisácea y borrosa. Presiona una tecla para deshacerse del espectáculo y busca prensa de Manchester. Manda la orden del libro de Bottomley y mira el monitor de seguridad para comprobar si el señor Sole está esperando para saber si su pedido está en orden; no es así, la clientela se limita a dos hombres calvos en los sillones. Ambos están mirando fijamente al estante más cercano, como si los lomos de los libros fueran suficiente lectura, hasta que uno levanta la cara, como un pez sacando la boca de la superficie de un estanque.

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[1] N. del T.: El sonido fonético de la inicial y del apellido en inglés equivale a la palabra «arsehole», que se puede traducir como «gilipollas».