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¿Cuánto hace que ha hablado? Seguramente no hace tanto para que haya dejado ya de respirar. Ross permanece más o menos agachado y se dispone a hacer un enérgico esfuerzo para tirar a Nigel de los hombros. ¿Ha intentado Nigel salir por sí mismo? Cada falange de sus pulgares y del resto de sus dedos está enterrada en la tierra, y tiene los brazos estirados al máximo. Ross se aferra a los hombros de Nigel al tiempo que de paso trata de erguirse, pero Nigel no se mueve ni un ápice. Fruto de la desesperación, Ross mete los dedos en la tierra, empujándola con las yemas de los dedos, y consigue localizar los pómulos de Nigel. Al tirar de ellos, la cabeza de Nigel tiembla sobre el tenso cuello, al tiempo que la tierra en la que formaba un molde emite un húmedo resuello. Lágrimas de alivio o gratitud fluyen por sus ennegrecidas mejillas, pero entonces Ross advierte que el líquido es parte de la tierra que cubre no solo el rostro de Nigel, sino también sus ojos, que de otra manera estarían mirando al infinito. La tierra ha taponado también sus agujeros de la nariz, y ha incitado a sus mandíbulas a abrirse por completo para poder llenarle la boca.

El sonido que escapa de Ross cuando se aparta hacia atrás no incluye ninguna palabra. El rostro de Nigel golpea de nuevo el suelo, que vuelve a reclamarlo al instante. Ross queda repantingado al completo sobre su espalda, y se inclina hacia arriba, aterrorizado de que la tierra se lo trague. Es incapaz de pensar o de orientarse. Aunque cree recordar haberse aproximado a Nigel desde el otro lado, la luz del complejo comercial viene ahora de detrás de Ross. Recupera la verticalidad como puede, la luz es suficiente para derramar su sombra sobre la montaña de cabello; todo lo que queda al descubierto de la cabeza de Nigel. Ross hace lo posible para despejar su mente de esa visión mientras huye hacia el complejo comercial, con el cuerpo tembloroso y la helada humedad cubriéndole la totalidad de la espalda.

Otra razón por la que está a punto de dejarse llevar por el pánico es que la niebla se espesa a cada paso. Ese debe de ser el motivo por el que la luz parece estar retirándose, acoplándose a su ritmo. ¿No debería de haber llegado ya a los peldaños o al menos al seto? Se arriesga a mover la vista del sendero luminoso lo suficiente para mirar por encima de su hombro y ver si así puede ver cuánto ha avanzado. La niebla ha borrado todo rastro de Nigel, y se distinguen las huellas de Ross, una serie de irregulares depresiones en el llano sendero. Mira otra vez adelante, preguntándose qué detalle se le ha escapado. La cabeza le tiembla del esfuerzo y por el hecho en el que repara. Solo había un juego de sus huellas detrás; ninguna delante. En ese momento, el resplandor al que sigue deja de brillar. La luz pasa de planear a la altura de los focos a hundirse en la niebla y luego en la tierra, abandonando a Ross en la oscuridad.

Se detiene, al menos tanto como permiten sus temblores, y escudriña la sofocante negrura. Sus ojos tienen tales ansias de encontrar el sueño que fantasean con luces, oleadas informes de luces que se apagan y reaparecen al compás de los latidos de su corazón. Aunque sus ojos son inútiles, debería de poder encontrar el camino de vuelta. Únicamente tiene que volver por donde ha venido, y seguramente será capaz de no tropezarse con Nigel cuando llegue junto a él. Su verticalidad parece inestable incluso cuando pone los dos pies juntos, pero simplemente tiene que repetir la maniobra para conseguir caminar. Cuando adelanta el pie izquierdo de nuevo, Nigel pronuncia su nombre a su espalda.

Ross se da la vuelta sin pensar. Sus pies se resbalan en el suelo pantanoso, y le da pavor perder el equilibrio. Agita los brazos en la invisible niebla y se las arregla para continuar de pie, pero ahora no tiene la más mínima idea de dónde está en relación a las tiendas. Gira la cabeza tan gradualmente como su último acceso de temblores le permite, y entrecierra los ojos por si eso le ayudara a identificar algún rastro de luz; Nigel lo llama de nuevo. Su voz se encuentra a la altura de la cintura de Ross, y suena tan cerca que podría incluso estar al alcance de su mano.

Ross se escabulle de allí. Los dedos se le cierran en un puño, para no arriesgarse a tocar la cara llena de tierra de Nigel. Se esfuerza por recordar algo que le haya dicho su padre y que pueda ser útil en este momento, pero en su cabeza bullen tantas frases de su padre como pedazos inútiles de piedras salen de la tierra: sé tú mismo, haz lo que debas, no conduzcas mañana a no ser que estés seguro de estar despierto… ¿Cómo puede hablar Nigel con la boca llena de tierra? Pero lo vuelve a hacer, esta vez desde el lugar de donde Ross ha huido. Ross se lanza hacia delante sin otro pensamiento que escapar de su alcance. Ya no le importa dónde va a terminar, pero debería. El terreno le hace resbalar, sumiéndolo en la oscuridad.

Extiende las manos justo a tiempo para hundirlas hasta las muñecas en la tierra invisible. Al tiempo que se impulsa con los brazos temblorosos, la voz de Nigel se dirige a éclass="underline"

– Ross, mira aquí -masculla monótonamente, y antes de que haya acabado de hablar, su eco se proyecta al otro lado de Ross. Oye al par de imitadores dar unos pasos informes hacia él, pero lo único en lo que piensa es en lo inútil que ha sido todo este juego. ¿Por qué molestarse en atraerlo a la oscuridad si ya estaba indefenso cuando cayó junto a Nigel? Inmediatamente, le embriaga tal sensación de resentimiento que es incapaz de pensar, se ha dejado ganar por una malevolencia cuyo único propósito es tan primitivo como ella misma: reducirlo a su propio absurdo estado. Aunque excitado por la comprensión, se le llena la nariz de un pestilencia que huele igual que una masa de agua estancada hasta el infinito, o que el aliento de una vetusta boca sin dientes; la boca que le engulle los brazos hasta los hombros. Antes de que esta se cierre en torno a él, dispone del tiempo suficiente para adquirir la conciencia de que no está compuesta solo de tierra, ni tampoco de un cúmulo de carne gelatinosa, sino de algo peor que ambas.

Jake

Está tan concentrado en escudriñar entre la niebla cada vez que advierte un movimiento de algo más sólido que ésta, por si ve a Ross o algún faro de coche aproximarse, que casi deja caer un libro al oír la gigantesca voz de Woody.

– Eh, soy el único de por aquí que tiene que esperar. ¿Alguna idea de en qué puedo ayudar a vuestra labor?

La primera reacción de Jake es agacharse culpablemente, con la intención de buscar el lugar correcto para el libro, o al menos pretender que lo hace, pero no puede resistirse a observar como Connie le dedica una mirada enojada a Greg por si decide responder. El único aspecto de la presente situación que le provoca a Jake algún placer es que Greg ha empezado a resultar molesto para otras personas aparte de para él. Greg no es consciente de los sentimientos de Connie o simplemente los ignora. Levanta la cara como si exponerse a la delgada luz fuera a darle facilidades para pensar con mayor claridad, a no ser que esté simplemente haciéndose el interesante para congraciarse con Woody.

– ¿Qué es eso? -dice Mad al tiempo que Connie emite una respiración comprimida parecida a un estornudo hacia adentro.

Está mirando al fondo de su pasillo, el que lleva a la puerta de la sala de empleados.

– ¿Qué estás viendo? -pregunta Jill desde el otro lado de los estantes.

– Bajo la puerta.

Jill agacha el cuello y luego se aventura a caminar hasta el fondo del pasillo para mirar desde el otro lado de la estantería.

– No veo nada -admite.

– Lo siento -se disculpa Jill, en parte sin sentirlo, y se pone de espaldas a los estantes cercanos.

– Ahora yo tampoco -se queja Mad-. Juraría que había, no sé, una mancha en el suelo.