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– Inténtalo con un tono más estridente y quizá te oiga -dice Jake antes de darse cuenta de que Woody puede oírle a través del auricular que Connie hace rato que no cubre con la mano.

– Supongo que yo tampoco lo creo. Venga, todos de vuelta a las estanterías.

– He dicho que os vayáis -insiste Connie, señalando la salida con el teléfono.

– No dirías eso si no estuviera encerrado -espeta Greg.

Jake está deseoso de ver como Connie machaca a Greg, pero lo está más de marcharse. Al pasar junto al mostrador con Mad y Jill a su espalda, Woody dice con una voz similar a una enorme y falsa sonrisa:

– Eh, ¿ya no funciona esto? Yo me oigo perfectamente.

– Y aquí abajo se te oye perfectamente -grita Greg asintiendo con fuerza y mirando al techo-. Todos te oímos.

Jake cierra la mano en el picaporte metálico, que tiene un tacto tan frío y húmedo como un palo recién sacado del barro. Culpa a sus manos sudadas, que deben de ser responsables también de que el metal parezca rezumar óxido. Tira del picaporte, y la puerta de cristal vibra contra su gemela como un gong hablando en voz baja, pero eso es todo.

– Connie -dice subiendo el volumen más de lo pretendido-, no está abierta.

– Ni debería estarlo tampoco -comenta Greg.

– Lo está, Jake. Así es como la dejé. Simplemente empuja, o mejor tira.

Jake hace ambas cosas vigorosamente. El cristal crepita como si estuviera siendo azotado por una tormenta, mientras, la niebla se mueve detrás de la puerta imitando el movimiento que Jake está tan desesperado por que se produzca, o bien reuniéndose para enfrentarse a su persona.

– Si no está cerrada, no sé lo que pasa -dice con toda la calma que puede, tras zarandear la puerta hasta bordear la cacofonía.

Connie devuelve firmemente el auricular a su posición y se acerca a las puertas meneando la cabeza.

– No lo entiendo, pero vale -dice, y teclea unos cuantos números en el teclado antes de abrir triunfalmente la puerta de par en par. Al menos, esa es su intención, pero el resultado no es otro que un cristal inamovible.

– ¿Has olvidado el código de nuevo? -pregunta Woody, sonriendo audiblemente-. No me lo preguntes a mí.

– He puesto el correcto. Estoy segura -le asegura Connie a todos salvo a él, y lo teclea una segunda vez, para luego tirar de las puertas hasta que rechinan. Jake casi chilla, temeroso de que los cristales se rompan, dejándola con el picaporte en la mano e invadida de fragmentos de cristal. Al final la suelta, resollando-. Tiene que ser algo relacionado con la electricidad.

Jake está a punto de romper el silencio, parecido a una tormenta a punto de estallar, cuando Jill dice lo mismo que él está pensando.

– Tendremos que romperla para salir entonces.

– No sé si quiero ser la responsable de esa acción -dice Connie.

– Entonces simplemente sé responsable de no impedírnoslo -espeta Jake.

– Habrá que romperla tarde o temprano -dice Mad-. ¿Cómo si no van a entrar los servicios de emergencia?

Connie se pone un dedo en los labios palpando la expresión de su rostro.

– ¿Qué vais a usar? No podemos permitir que nadie salga herido.

Ninguno de ellos se da cuenta de que Greg se ha escabullido detrás del mostrador y ha cogido el teléfono hasta que Woody habla:

– ¿Hay algo que creas que debo saber, Greg?

– Dicen que van destrozar la puerta.

– No van a hacer tal cosa. Díselo para que no puedan poner la excusa de que no se han enterado.

– Woody lo prohíbe -dice Greg, y, como queriendo congraciarse en mayor medida con su jefe, no se resiste a sonreír.

– Pásame el teléfono, por favor -dice Connie, y antes de acabar de hablar ya está al otro lado del mostrador, frente a Greg, y extendiendo una mano-. Dámelo -prácticamente escupe.

– Woody, ¿quieres que…?

– Haz lo que se te dice. -Agarra el teléfono y el auricular golpea en la oreja de Greg-. Eso ha sido culpa tuya -le informa, dándole la espalda-. Si no la abrimos de alguna manera, Woody, ¿qué va a pasar con Agnes?

– Nada que no haya pasado ya. Quizá nada diferente a lo que llevo yo horas aguantando.

¿Cómo puede alguien ponerse de su parte después de decir algo así? Le parece a Jake que con eso, Woody ha conseguido que Connie no se oponga a ningún método de escape, y enseguida sabe qué hacer. Corre hacia el carro que acaba de descargar y lo pone de frente a la salida. Mad y Jill parecen anonadas al entender su plan, pero de inmediato se colocan a ambos lados del carro para ayudarle a empujar. Cuando retroceden para tomar más impulso, Greg sale disparado de detrás del mostrador, frotándose la oreja para que todo el mundo sea consciente de su dolor, y se sitúa delante de la puerta, con los brazos y las piernas extendidos.

– Se os han dado órdenes -grita.

– Eres mi hombre, Greg -exclama Woody-. ¡No pasarán!

– Será mejor que te quites de en medio -le advierte Jake, empujando el carro en su dirección-. Si te quedas ahí te va a entrar el carro por el culo.

– Sí, muévete Greg -le urge Mad.

– Vamos a hacerlo -dice Jill-. Vas a tener que moverte.

Connie cuelga el teléfono de golpe y se cruza de brazos.

– Ya has dejado clara tu postura, Greg, ahora hazte a un lado. Estoy al cargo aquí abajo, y no quiero que nadie se haga daño.

– Woody lo ve todo, así que no puedes estar al cargo.

Jake siente la frustración de las mujeres hacia Greg sumarse a su propio odio hacia él. Quizá ellas también experimentan esa sensación, porque se ha convertido en algo tan opresivo que es necesario descargarla de alguna forma, o si no caerá desmayado. Empujando con estruendo el carro, visualiza cómo se va a estampar contra la entrepierna de Greg a no ser que se aparte. Casi en el último momento, vira el carro a la derecha, pero Greg se mueve lateralmente como un cangrejo para bloquearle el paso. Jake trata de obligarse a no dudar, pero el carro tiembla y se detiene a unos centímetros de Greg.

– Muévete -casi grita Jake.

– ¿Quién me va a obligar? No veo a ningún hombre.

Jake echa el carro hacia atrás y le ataca ferozmente. Una sonrisa despectiva se dibuja en los labios de Greg antes de que advierta que Mad y Jill también caen sobre él. Le agarran por los brazos y se esfuerzan por derribarlo, mientras Jake se las arregla para contenerse y no cogerle del cuello; en vez de eso le clava las uñas en las costillas. Greg intenta reírse, pero no es la diversión lo que saca a relucir sus dientes. En unos pocos segundos, pierde el equilibrio lo suficiente para que sus atacantes lo arrojen a un lado con tal violencia que cae trastabillándose detrás del mostrador. Jake corre a por el carro y Mad y Jill se aferran a los lados. Apenas ha empezado a avanzar, Greg se interpone de nuevo en su camino. Cuando intenta frenarlo, Jake le golpea con el carro en el estómago. Resuella y se tambalea, y Jake se pregunta sin ninguna aprensión si será Greg el objeto que rompa el cristal. Pero un Greg de rostro enardecido vuelve a acercarse al carro, y Jake lo rodea para intentar deshacerse de él.

Tiene que hacerle perder el equilibrio. Se dice a sí mismo que está siendo racional, pero le resulta insanamente satisfactorio darle una patada a Greg en la espinilla con toda la fuerza que su odio puede reunir. Cuando Greg recula, luchando por contener las lágrimas de dolor, Jake lo persigue y le engancha el tobillo con el pie para hacerle caer. Un empujón en su pecho regordete finaliza el trabajo y le hace golpear el suelo de detrás del mostrador con el hombro o, a Jake no le importa lo más mínimo, la cabeza.

– ¡Hacedlo ahora! -le grita a Mad y Jill.

– Jake -exclama Connie cuando Jake avanza para ponerse de pie junto a Greg.

¿Acaso no está únicamente tratando de mantener a Greg donde está ahora? Está a punto decirlo, aunque eso acabe con todos los miedos de Greg, cuando el estruendo del carro culmina en un agudo repicar. Durante un momento, la puerta de la derecha se mantiene intacta, pero entonces se derrumba hacia fuera esparciendo por el pavimento cientos de fragmentos, como si un inmenso joyero se hubiera derramado. Mad y Jill se encogen, y Jill aparta el carro como si intentara salvarlo de un ataque repentino de la niebla. Las dos mujeres avanzan casi de la mano hacia esta cuando Woody habla, tan alto y omnipresente que su voz podría provenir igualmente de la niebla que de todos los rincones de la tienda.