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– Está helado. El arranque, me refiero -balbucea-. Arrancó porque se heló, y ahora se ha helado otra vez.

– ¿Entonces vas a dejarlo? -dice Connie tras asegurarse de que ha acabado.

– Tengo que hacerlo. Nadie puede hacer nada.

Tanto Mad y Jill parecen inclinadas a no estar de acuerdo, y le aterra que hagan algo más que discutir. ¿Está oyendo algo arrastrándose bajo el capó, anticipándose a la insistencia de alguien en que mire?

– En serio, necesita un mecánico de verdad -se oye suplicar en lugar de afianzar-. Tendremos que ir dos en cada coche.

La idea es recibida con tan poco entusiasmo que se pregunta si es contraproducente, ¿pero qué otra alternativa hay? Tiembla y urge silenciosamente a Connie a que se separe del Rapier. Al fin emerge del interior, anunciando reacia:

– Jill, iré contigo si me lo permites. Eres la que vive más cerca de mí.

Las luces de Mad brillan de nuevo, manchando la oscuridad de rojo y animándola a aumentar su solidez.

– ¿Entonces quién coge cada camino? -pregunta.

– Tú coges la autopista -dice Connie-. No olvides que buscas un teléfono y a Ross.

Mad rechaza resentida la implicación de que necesita que le recuerden eso. Jake teme de repente que el coche de Jill no arranque, lo que es otra razón para que tiemble descontroladamente.

– ¿Y luego qué? -pregunta.

– Id a casa y esperad noticias. Llamaré a la tienda después si nadie me llama a mí. No os preocupéis, os defenderé a todos lo mejor que pueda. Incluido Greg.

Eso suena al germen de una nueva discusión que los mantendría atrapados en la niebla. Jake se ahorra el comentario mientras observa a Connie abrir la puerta del pasajero del Nova. Debe de estar regodeándose en algún tipo de instinto de protección, pues es el único que sabe lo que ha invadido el coche de Connie. El motor de Jill emite un sonido ahogado y acaba muriendo. En el momento justo en el que va a urgirles a ambas a que entren en el coche de Mad, el motor del Nova petardea y se acelera. Jake y su mal definida sombra, medio absorbida por la niebla, esprintan al encuentro del Mazda.

– Bien -resuella metiéndose en él.

– Creo que ya estamos. No hay prisas, ¿verdad? Tal como está la cosa.

– Quizá no -dice con demasiadas sílabas-. Pero ¿a qué estamos esperando?

– A que te pongas el cinturón de seguridad, espero.

Cuando Jake se coloca el cinturón, el codo le escuece como si la niebla hubiera penetrado en una herida abierta. El Mazda comienza a retirarse de la mancha de luz, que se atenúa al difuminarse. Solo está soñando que la tienda tiene la determinación de no dejarles escapar; quizá la borrosa telaraña que proyecta el faro astillado le ha inducido esa idea. ¿Se está retirando la niebla detrás del coche en menor medida que el muro? Intenta imaginar que no está colaborando a que queden atrapados al decir:

– ¿Podemos esperar un momento?

– Esa no será tu idea de ser femenino, ¿verdad? Eso de cambiar de idea a cada momento.

Tiene que recordarse que ella no es como Greg.

– Quiero ver a los otros alejarse, ¿tú no?

– Iba a hacerlo hasta que tú me distrajiste.

No tiene que discutir. Necesita concentrarse en conducir, por poco razonablemente que se esté comportando, incluso aunque la lucha por mantenerse callado a su lado le suponga el mismo esfuerzo que respirar bajo el agua. El Mazda gira marcha atrás, iluminando el coche de Connie, tan quieto que parece totalmente abandonado. Cuando una oscura y brillante figura se asoma desde su escondrijo tras el Rapier, un grito comienza a separar sus labios, y entonces descubre que es el coche de Jill al encender sus luces.

No sabe si Mad se está tomando su tiempo como venganza por su anterior sugerencia. No sigue a las luces traseras de Jill hasta que estas se han confundido con la niebla. Al pasar con el Mazda junto al coche de Connie, cree ver el capó levantándose un poco, como una trampa a punto de atrapar a su presa. Hace lo posible por mirar el espejo sin alertar a Mad, pero la niebla lo esconde antes incluso de que pasen la esquina de la tienda.

Al tiempo que los coches giran en el frontal de Textos, Jake cree oír una voz incomprensible, tan amortiguada como enorme. Ve a Greg, una silueta grisácea que se agacha y coloca libros y se vuelve a agachar, tan deprisa que parece decidido a terminar todo el trabajo extra él solo. ¿Lo está manipulando la voz como una marioneta? La silueta se gira y les envía a los coches un irónico saludo, o bien se pone la mano sobre los ojos para verlos bien, consiguiendo únicamente que la niebla le niegue ese placer, si era eso lo que buscaba. Entonces pasan los arbolillos cercanos, caídos como si los hubieran acabado de arrancar, y el Mazda gana velocidad. Se acerca tanto a las furiosas luces de Jill que Jake se pregunta si Mad quiere que se sienta amenazada, en venganza por traerla tan cerca de donde el Mazda atropelló a Lorraine. Hasta el momento que la niebla se traga el tocón roto y Mad suelta el pie del acelerador, Jake no deja de tener que contenerse para no pisar el freno.

Está cada vez menos seguro de que no oye un murmullo sin palabras bajo la niebla. La impresión se niega a irse, lo que agrava la sensación de que algo demora a los coches. El asfalto detrás del Nova se asemeja tanto a una corriente de barro que debe renovar la creencia de que los vehículos están avanzando, aunque demasiado lentamente para distanciarse del recuerdo de lo que vio en el interior del coche de Connie. Cuando las luces de frenado de Jill se encienden teme conocer la razón, hasta ver que sus faros iluminan el restaurante, cerrado y sin luz.

– Entonces Ross no puede haber llamado desde ahí -dice Mad.

Ahora mismo lo más importante para Jake es que se encuentran en la salida del complejo comercial. Las sombras, tan bajas como el mobiliario, desfilan por el restaurante mientras los faros de Jill giran hacia la salida. Con el Mazda detrás, Jill conduce por la desierta carretera hasta el carril situado entre los setos que blanden sus rezagadas espinas como si los haces de luz las hubieran erizado. Jill toca el claxon, y Connie y la propia Jill agitan la mano en el espejo retrovisor del parabrisas. Mad toca el suyo, y ambos imitan el movimiento de manos, pero no está seguro de que los vean, pues la niebla extingue las luces traseras del Nova. Con un suspiro que prefiere no interpretar, Mad gira a la izquierda tras el restaurante.

No podrá respirar con normalidad hasta no estar seguro de que la cosa que vio detrás de Textos no los está persiguiendo camuflada en la niebla. Mira nerviosamente hacia los edificios y el espacio abierto que estos oscurecen, en colaboración con la niebla. Aprieta los dientes hasta que le duelen con tal de no meterle prisa a Mad para que acelere.

El restaurante está junto a un bloque inacabado, con ventanas de polietileno, y Jake imagina que no son más que ojos, tan cargados de cataratas que se salen de sus cuencas, y junto a ese bloque, otro que no llega ni a edificio; es una jaula de metal sin tejado. Permite que algo más de la luz de los focos llegue al coche, pero ¿por qué parte de la luz se encuentra tan cerca del suelo? Porque pertenece a un vehículo que avanza entre los incompletos edificios directo al Mazda.

– ¡Cuidado! -grita Jake, ensordeciéndose a sí mismo de un grito y agarrando el volante.

El coche se encuentra casi en el seto del otro lado de la carretera antes de que Mad recobre el control.

– ¿Qué c…? -comienza a decir Mad antes de recordar que es una señorita-. ¿Qué intentas hacernos, Jake?

– ¿No lo has visto? Tienes que haberlo visto. Había un coche o algo.

– ¿Dónde? -pregunta, y para su consternación, pisa el freno-. Dime dónde.

Quiere suplicarle que se alejen de allí, pero no obstante gira la cabeza para mirar por la ventana trasera. Una esquelética esquina del edificio en construcción es visible, pero no hay ni rastro del vehículo que vio cuando agarró el volante, y tiene que admitirlo.