– Debe de haber sido la niebla -dice.
– Sí, bueno, a partir de ahora da igual lo que veas, déjame conducir a mí. Esperaría de Greg que intentara ponerse al mando, pero no de ti.
Devuelve el coche a la carretera y casi no coge velocidad. Los edificios inacabados se agazapan como si la tierra se los estuviera tragando. Las tinieblas se afianzan sobre el último de ellos justo cuando queda a la vista el túnel bajo la autopista, una cueva embadurnada de gigantescos símbolos chorreantes y habitada por una alerta niebla.
– ¿Crees que nos peleamos los unos con los otros porque estamos muy cansados? -dice Mad, al tiempo que sube la rampa que conduce a la autopista, que Jake esperaba bloqueada.
– No sabría decirte.
De hecho, cree que el cansancio es la última de las razones, pero no va a molestarse en pensar sobre ello cuando le acaba de comparar con Greg. El coche se aventura al interior de la autopista, tras vacilar en lo alto de la rampa, y Mad pone a prueba el resentimiento de Jake.
– Si por casualidad ves un teléfono o a Ross, no dudes en decirlo.
Jake siente la tentadora esperanza de pensar que Ross difícilmente se habrá puesto a vagar por la autopista, pero ¿es así? Podría haberlo hecho para ir en busca de un teléfono. Las luces de Fenny Meadows se alejan bajo el coche, y parece que estaban diluyendo la niebla, que se cierne sobre el parabrisas como si un cielo entero de lluvia contenida se hubiera concentrado en el oscuro paisaje. Los haces de los faros la atacan con una debilidad cercana al agotamiento, pero el coche no puede haber parado su progresar, pues un indicativo de algún tipo aparece a un lado de la carretera. ¿Está la niebla tras él disipándose? No, Jake está viendo otra de las luces que advirtió en el complejo comercial, y ahora sabe dónde están. Es un terreno pantanoso, y los pantanos a veces emiten fuegos fatuos. Cuando era niño leyó algo sobre ellos, y deseaba poder ver uno; el deseo se le ha concedido. Está a punto de hablarle del fenómeno a Mad, cuando esta escudriña un cartel por la ventanilla de Jake.
– ¿Era eso para el siguiente teléfono? ¿Cuánto decía que…?
La luz se aparta de la niebla y se divide al encontrarse con dos faros en el lado equivocado de la autopista; en el mismo carril del Mazda. Sobre ellos, la ventanilla delantera de un Jaguar agita sus parabrisas a modo de reproche. Tras el cristal, el conductor, un hombre con la frente encasquetada en una gorra de cuero, mira su móvil. Para demostrar que es más estúpido de lo que eso ya sugiere, quita la otra mano del volante y hace gestos de borracho. Tener tiempo para asimilar tantos detalles convence a Jake de que Mad es capaz de evitar la colisión; de hecho ya está girando el volante. Entonces la velocidad del Jaguar fulmina la distancia entre ambos coches, y se transforma en una única explosión de metal y cristales. En ese instante, Mad le agarra la mano a Jake, y él la cierra contra la suya. Durante un momento desea que fuera Sean, pero entonces se siente agradecido de su cercanía; hay una presencia que se siente encantada de que se produzca el choque y no recibe cordialmente su reconciliación. De hecho, esparce lo que queda de la inteligencia de ambos por la oscuridad.
Jill
Hace sonar el claxon y el coche de Mad responde, lo que prepara su mente para el comienzo de la persecución. Cuando agita la mano en el espejo, Connie la imita, pero no hay ninguna razón para que piense que Connie se está riendo de ella o dando a entender taimadamente que preferiría estar en el Mazda. La niebla arrastra al Mazda y sus luces, un rojizo fulgor desaparece de la nada que ilustra los setos, y entonces el espejo le muestra a Jill únicamente el espacio entre ellos, que continúa menguando a medida que el Nova sigue avanzando.
– ¿Nos vamos ya? -sugiere Connie.
– Ya lo hacemos.
– No pasa nada si no te sientes cómoda conduciendo más deprisa. Pero no me siento bien dejando a Anyes encerrada durante más tiempo del necesario. Ni a Woody, por supuesto.
Jill piensa si debe sonreír ante la obligada última frase, pero no está segura de si Connie consideraría que daba lo de Woody por sentado, una posibilidad que a Jill le ofende un poco.
– Puedes culparme si quieres -le responde sin embargo.
– Gracias, pero es realmente responsabilidad mía.
Jill no va a fingir: preferiría tener a Jake de pasajero. Connie lo dejó claro cuando antes casi dijo que desearía no ir en el coche de Jill. Las ennegrecidas y mojadas espinas de los setos rodean al coche, y se solidifican junto a la niebla, formando una única masa.
– Entonces tú aceptarás toda la responsabilidad, eso dijiste.
– No estoy segura de que pueda hacer eso, ¿verdad? A no ser que quieras que conduzca.
– Realmente no, gracias.
– Entonces tú tendrás que ser responsable de esto, ¿no crees? Algunas personas piensan que no soy tan mala.
– No recuerdo haber dicho que lo fueras.
Connie gira la cabeza como si intentara forzar a Jill a reconocer su expresión. Cuando Jill se concentra en el pedazo iluminado de carretera, el velo de niebla se empieza a abrir.
– Conduciendo.
– También hay gente que dice lo mismo de mí.
– Supongo que tu niña pequeña es una de ellas.
– Se pondría de mi parte, no te preocupes -responde Jill, apretando el volante con más fuerza mientras intenta recuperar el control de sus palabras-. Ella es una de las razones por las que te pregunté cuánta responsabilidad estás dispuesta a asumir. La mayor de las razones.
La humedad que sisea bajo el coche rellena la pausa durante la cual se niega a mirar la expresión en el rostro de Connie.
– Ninguna en absoluto -acaba diciendo Connie.
La reducida carretera parece temblar por la incredulidad de Jill hasta que recupera el agarre del volante.
– No vas a salir impune de esto.
– No hay nada de lo que salir impune. No aparecí hasta mucho después de que rompieras con Geoff. Espero que no le estés diciendo a tu hija lo contrario.
Jill siente su cerebro sumido en discrepancias que enrarecen la atmósfera del coche más que la niebla. No entiende por qué ha dejado que el malentendido continuara, pero sin embargo, una parte de ella quiere aprovecharse de ello y usarlo como excusa para enfrentarse a la otra mujer, ahora que la tiene atrapada.
– Te preguntaba si ibas a decirle a quien lo tenga que saber que participaste en la rotura de la puerta. No me importaría conservar mi trabajo -apunta solamente, pero le requiere cierto esfuerzo de contención.
– No veo muy probable que lo conservemos, ni Mad ni Jake tampoco.
Jill se siente ahora como una niña a la que han incumplido una promesa.
– Pero lo hicimos por Woody tanto como por los demás -dice estúpidamente.
– ¿Ah, sí? Puede que piense que lo hicimos para huir de él.
– No vas a decir eso, ¿verdad? ¿Quién nos va a ayudar?
– Yo telefonearé. Eso tendrá que bastar hasta que duerma un poco.
Jill ya no entiende lo que dice Connie, o si sus comentarios sirven para algo que no sea robar oxigeno al coche.
– Entonces déjame conducir.
– No recuerdo haber empezado la discusión.
Jill tampoco, es como si la oscuridad se hubiera tragado su memoria, pero no le gusta sentirse acusada.
– ¿Podemos intentar llevarnos bien mientras estemos metidas en esto?
– ¿Crees que no lo intento?
– Supongo que quieres estar en esta situación tanto como yo.
– Menos si cabe.
Jill se ha esforzado todo lo posible. No pueden discutir si no hablan. Se concentra en ignorar el bulto inerte de silencio hostil en el que se ha convertido Connie, porque el avance del coche no puede distraerla de la presencia de la otra mujer. La negra carretera repta incesantemente hacia ella bajo la niebla que los setos parecen demorar, y solo las curvas del carril la obligan a estar mínimamente vigilante. Incluso estas emergen tan gradualmente que podría estar soñando que se toman tiempo para no molestarla. No tiene ni idea de cuantas se han hundido en la niebla o cuánto ha avanzado el Nova.