– Nada en absoluto.
– Eh, Angus, ¿por qué no ves si puedes llegar a la puerta junto al montacargas? Puedes comprobar cómo está Agnes.
El arrastre de pies se reanuda, aunque ahora suena a carne deslizándose por el suelo. Greg no se las ha arreglado para encontrarle una explicación al ruido cuando Woody se dirige a él, ya sin necesidad de teléfono.
– Hay mucho que colocar mientras esperas, Greg. Dale una voz cuando estés abajo, Angus.
Greg se controla para no volver airadamente a las estanterías con los libros del mostrador. No es una de las mujeres ni tampoco Jake. Caminando rápidamente pero con mesura por la sala de ventas descubre lo cansado que está realmente; lo bastante para ver unas figuras achaparradas corriendo por los pasillos o derrumbándose sobre sí mismas como gelatina gris. Es seguro que no ha apartado la atención de la entrada lo bastante para que se cuele alguien, y además, ningún intruso podría tener tal aspecto. Coloca los libros y el resto del monárquico montón para así poder regresar al final del pasillo junto a la ventana.
La iluminación carece de la fuerza que creía recordar, pero esa no es excusa para que aminore el ritmo; no hay excusas, como solía y suele decir su padre. Greg se agacha, se endereza y hace todo lo posible por encontrar el lugar adecuado para cada libro tan pronto como capta su atención. Aquí hay uno de Lamb, pero no es cosa suya sacrificarlo; solo Dios tiene derecho, porque era parte de Dios hecho carne. Aquí va uno de Lawy tres de Lawless, que resumen bien el estado del mundo. Aquí está Lone, [7] igual que Greg en este momento, sin razones para quejarse, su padre tiene que lidiar con dificultades peores en el cuartel todos los días. Greg también estaría allí, o en una patrulla en cualquier lugar del mundo si a su madre no le asustara tanto la posibilidad de que sufriera algún daño. Pensó que su padre apreciaría que ayudara a la gente a mejorar por medio de la lectura, pero hay pocos libros en la tienda que Greg recomendaría. Tendrá que expresar su opinión si Textos pretende promocionar a gente como Brodie Oates, hombres tan avergonzados de su sexo que quieren ser mujeres. Su padre y los demás hombres de verdad se han visto forzados a aceptarlos en las fuerzas armadas. Greg sabe qué tipo de fuerza se merecen, pero ¿es su expresión tan sombría como sus pensamientos? Cuando le sonríe al techo, no consigue ninguna respuesta de Woody. Se ocupa de más volúmenes; Mann, [8] que parece un hombre determinado a mostrar que es tal; Marks, que no Marx, para alegría de Greg; May, que podrías pensar que ha resurgido en el lenguaje. Piensa en un chiste que le gustaría contar («En estos días May debería colocarse bajo Can» [9]), solo para demostrar que tiene sentido del humor. Vuelve a mirar al techo, pero Woody no le interroga sobre lo que tiene en mente. Greg podría contárselo a Angus si este se molestara en llegar a la puerta junto al montacargas; ¿Cuánto tiempo piensa tardar Angus en hacerlo? La oscuridad no sería excusa para un soldado, ni tampoco para nadie. No es Angus el que hace a Greg devolver a May al montón de libros junto a sus pies, no obstante. Está seguro de haber visto un movimiento fuera, casi clandestino a causa de la niebla.
Planta las manos en la ventana y mira a través de su aliento en el frío cristal. Antes de que la niebla la oscurezca, distingue una luz difusa rondando por el aparcamiento. Ha estado tan concentrado colocando que ha olvidado estar atento a si venían los servicios de emergencia; quizá dudaba que los renegados llamaran. Se da la vuelta y alza el rostro para gritar:
– Por fin.
Woody no responde. Debe de haberse quedado dormido. Tratándose del jefe merece más descanso que el resto, y Greg se siente al mando. Ray y Angus tienen que haberle oído y parecen estar agitando sus brazos alegremente, saltando y causando un ruido sordo en cada aterrizaje, y lanzándose contra la puerta; Angus ya ha llegado a la otra. Greg puede pasar sin sus payasadas, sobre todo porque le ha distraído de lo que ocurre detrás del escaparate. Al mirar por el cristal se da cuenta de que las luces se han perdido en la niebla.
Corre hacia la entrada tan rápido que traspasa el dolor de sus hombros a la cabeza. Empuja los carros a un lado, y solo comienza a vacilar cuando llega al pavimento. ¿Qué es lo que suena igual que una gigantesca respiración en medio de la lóbrega niebla, como el vapor humeante de una bestia en busca de su presa? Al alejarse dejando un silencio expectante, entiende que solo pude haber sido el ruido de un vehículo que se ha detenido.
– ¡Aquí! -grita-. ¡Os hemos llamado!
Aparte de las tonterías de Ray y Angus, que han empezado a incomodarle más que a enfadarle, hay silencio. Supone que el conductor del vehículo está contactando con su sala de control, lejos de los oídos de Greg, pero eso puede que no ayude. Se pone las manos ahuecadas en la boca para gritar:
– ¿No me oye? Estamos aquí. La librería.
El motor resopla y al principio lo toma por una respuesta. Cuando el sonido remite teme que el conductor no lo haya oído.
– Woody, voy a por ellos -grita, señalando la niebla con ambas manos-. No parecen saber dónde encontrarnos.
Woody sigue dormido. Greg considera usar el teléfono, pero no quiere despertarlo de golpe. Además, el conductor podría alejarse durante ese tiempo precioso. No puede evitar sentirse ofendido por como Angus y, sí, Ray, le han dejado con toda la responsabilidad, pero demuestra que es capaz de sacarlo todo adelante. Bloquea la entrada con los carros y se aleja a toda prisa de la tienda, gritando a todo pulmón:
– Esperen. Voy por ustedes.
Oye una exhalación que debe de provenir de los frenos neumáticos, por enorme y ansiosa que suene.
– Eso son los frenos. ¡Espérenme ahí! -aúlla, corriendo por el asfalto. La niebla recorre el lugar como un enorme paño empapado y podrido desde el que los árboles cercanos se deshilachan; dos arbolillos y el tocón golpeado por el coche de Madeleine. Rodea el fragmento de césped crecido del que nacen los árboles. El ruido de frenos sonaba más allá de ellos, aparentemente también de los otros arbolillos que la niebla momentáneamente descubre un centenar de metros adelante, ¿o es que se ha alejado el coche en silencio?
– ¿Dónde estáis? -pregunta Greg con tal vehemencia que la niebla le escuece en la garganta-. Somos los que os llamamos. Nos habéis encontrado.
Esto parece surtir algún efecto, gracias a Dios; Greg comenzaba a preguntarse si estos tipos necesitaban una invitación. El sonido, similar a una respiración excitada se repite no demasiado lejos de su cabeza. Tiene una cualidad babosa que podría sobrevivir sin apreciar, y suena igual que si proviniera de una profundidad mayor a lo que la lógica consideraría normal; será cosa de la cada vez más lóbrega niebla. Cae el silencio, pero no antes de que localice las luces en el aparcamiento. Corre hacia ellas a tal velocidad que casi pierde pie en el resbaladizo asfalto. Las luces de un vehículo resplandecen cien metros por delante, tan difusas que son parte del lóbrego entorno más que una mera proyección sobre él. ¿Se están alejando? Media docena de pasos no le permiten verlas mejor, y no ve ninguna parte del vehículo. Abre la puerta para llamarlo, aunque se llena inmediatamente de niebla cuando las luces giran y se precipitan contra él.
¿Le va a pasar lo mismo que a Lorraine? No se lo merece; ni siquiera Lorraine lo merecía. Entonces las luces se separan y se unen con la niebla a ambos lados de Greg. Se da cuenta demasiado tarde de que no estaba en peligro. Había comenzado a huir de las luces en lugar de encararlas, y ahora no tiene ni idea del lugar desde dónde venía.
Al menos está claro que tenía derecho a sospechar. Ninguno de los desertores se ha molestado en responder a sus llamadas, o la ayuda hubiera llegado ya. Tanta supuesta solidaridad con la compañera en el montacargas, y tan poca inquietud por liberar a Woody… Greg no tiene ninguna duda de que les encantaría saber que le han hecho perderse en la niebla. Por supuesto, exagera, el complejo comercial es demasiado pequeño para que nadie se pierda demasiado tiempo. ¿Qué haría su padre en esta situación? Quedarse donde está, piensa, y mirar a su alrededor atentamente hasta reconocer algún elemento cercano. Comienza a seguir ese plan cuando de repente oye una difusa voz entre la niebla.