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– Goshwow, gee and whee, keen-o-peachy…

Se ha dejado muchas consonantes por el camino, y hay poco en su tono que se pueda considerar una melodía. Ni siquiera está seguro de quién es, hasta que se da cuenta de que es Woody cantando, si se le puede llamar así entre sueños. Greg nunca hubiera imaginado que le alegrara oírle cantar; le indica que la tienda está a unos cien grados a su izquierda. En un momento, la amortiguada canción deja de sonar, pero ya no la necesita. Avanza a su encuentro, pero se detiene. ¿Qué es lo que ha resurgido para rodearlo?

Hasta el momento de dar un cauto paso adelante, creía que era meramente niebla y oscuridad. Al echar el peso sobre la otra pierna, sin embargo, el asfalto bajo el marco de niebla se oscurece y humedece. Al retirarse unos pasos, oye un amortiguado sonido de succión a su espalda. Se gira a tiempo para ver la humedad surgir del suelo hacia la niebla, y entonces se ve obligado a extender los brazos en el aire para mantener el equilibrio, pues siente el asfalto bajo sus pies hundirse en el perímetro acuoso. Se mantiene en pie, pero esa no es la solución. A su alrededor, lenta pero inexorablemente, el asfalto ha empezado a hundirse.

Se gira bruscamente, quizá lo suficiente para perturbar a la niebla, que se retira lo necesario para permitirle ver un árbol a su derecha. No ve nada más sólido. El asfalto bajo sus pies se está inclinando como la cubierta de un barco hacia una oleada de negra humedad tan larga e improbable como los límites de la niebla, la cual puede incluso ocultar parte de ella. Rezuma agua del exterior del cemento que rodea el fragmento de césped donde están plantados el árbol y sus acompañantes. Estira una mano, como si buscara un salvavidas y pega un acelerón que le deja un regusto rancio a niebla en la boca. Llega a duras penas y tosiendo al césped, y se abraza al tronco.

No es más ancho que el brazo de un niño pequeño. Bajo el descuidado césped plagado de hojas muertas, el terreno es duro, obviamente por las raíces. ¿Hay insectos o arañas en los troncos? No ha terminado de escupir niebla cuando empieza a picarle la piel. Parece como si algo similar a electricidad rondara sobre él. No hay razón aparente, no obstante. Entonces oye un vago pero punzante aullido, o zumbido, que le recuerda al de los mosquitos. Tan pronto como recupera el aliento, se precipita sobre el árbol del centro y se apoya contra el tronco, descorazonadoramente delgado.

No va a detenerse más tiempo del necesario. Los últimos minutos le han cansado tanto que no tiene ni idea de lo que ha pasado. Su confusión deja paso a pensamientos poco bienvenidos dentro de su cabeza; la imagen de estar apoyado en un árbol situado entre otros dos amenaza con convertirse en una blasfemia imperdonable. Se obliga a ponerse en pie sin apoyarse en nada, como un hombre. Mira a su alrededor minuciosamente, en busca de alguna señal de la librería, y esperando que Woody le ayude emitiendo cualquier clase de sonido, cuando un objeto le cae en la muñeca izquierda.

El objeto es negro y brillante e informe. Deben de ser los restos de una hoja, se dice Greg, elevando la vista al tiempo que se lo quita del brazo. Sin embargo, su mirada se detiene en el primer árbol. Unas cuentas hojas aún penden de él, y la parte inferior de todas ellas mira en dirección a Greg. Son tan pálidas como la niebla, al menos lo poco que se ve de ellas. La mayor parte del follaje está cubierto, o incluso incrustado, de insectos. Lo mismo pasa, advierte, con las ramas sobre su cabeza, sobre las cuales una multitud chorreante de oscurecidos seres reptantes de ninguna especie que le gustaría nombrar en estos momentos han comenzado a demostrar lo débilmente que las partes de su cuerpo están unidas entre ellas. Durante un momento, imagina que el tronco tiembla a causa de la actividad en la copa, pero entonces percibe que una masa de insectos sale a borbotones de las grietas en la corteza y bajan por el árbol para ir a su encuentro.

Se aparta del tronco infestado, pero su piel insiste en picarle y escocerle. Incluso sin verlo, está seguro de que los insectos le están picando, succionándole su fuerza. Al principio, piensa que esa es la razón por la que sus piernas se mueven antes de que dé un paso; le han envenenado, se siente débil. Pero es el empapado terreno el que se ha rendido, no Greg. Él es más fuerte que el terreno, y casi lo grita de manera desafiante al tiempo que arrastra los pies. Antes de que pueda reunir aire para respirar, sus espinillas, pantorrillas y rodillas se sumergen en un gélido y viscoso barro.

No va a dejar que la sensación le asuste. Mientras esté vivo podrá luchar. Escarba con los dedos en la tierra, donde deberían estar las raíces del árbol, pero tienen que encontrarse amontonadas al otro lado del tronco. La tierra se acumula bajo sus uñas a medida que sus pies se hunden más y más, enterrando su pecho y dejando sus manos fuera del alcance de los bloques de cemento alrededor del césped. La niebla desciende abruptamente para empujarlo hacia abajo. Hay agarres a su izquierda, dos rocas grises ahuevadas. Lanzando todo su peso contra los inanimados objetos consigue aferrarse a ellos.

Su mano derecha no le puede aguantar. Se desliza bajo la roca y descubre unas cejas peludas antes de que las puntas de los dedos alcancen a tocar los párpados llenos de barro de ambos ojos. Esforzándose por apartar esa mano, araña con la otra la cara del segundo hombre, al que vio por última vez abandonando reacio su sillón en la tienda. Los dedos de Greg aterrizan en el labio inferior, tirando de la laxa boca y formando en ella una mueca bobalicona. La retira, asqueado por el espectáculo, y los cadáveres se sumergen en la zanja, seguidos por sus propios hombros. Hace un último y desesperado intento por encontrar algo consistente a lo que agarrarse, pero el césped es tan resbaladizo como una babosa. Cree estar sintiendo su cuerpo mezclándose con la tierra, que ya se ha convertido en algo peor que un pantano. La hambrienta y gélida sustancia lo está digiriendo. Esto no tiene sentido, quiere gritar. Es totalmente estúpido. Incluso abre la boca, pero el barro empuja su protesta de nuevo hacia dentro y le llena los oídos de un acuoso siseo que acaba formando un gigantesco: «Sí».

Woody

¿Está viendo un canal religioso o uno científico? Quizá lo segundo, ya que parece que va de una forma de vida tan primitiva que tiene poca conciencia de otra cosa salvo de ella misma. Se subdivide para tener compañía, pero es tan hostil hacia otras criaturas, y en particular hacia la amenaza que supone su inteligencia, que las reduce a su propio estado para poder destruirlas. Sin embargo, el origen de la vida y de la religión parecen tener algo que ver: las vidas que la informe entidad crea por medio de sí misma, y el salvaje culto que atrae, simplemente agradeciendo cada sacrificio atrapando a los que se lo ofrecen también. Solo uno, no para de pensar o de oír Woody, solo uno. ¿Cómo puede estar la pantalla diciéndole todo eso si lo único que ve en ella es una inquietante imagen borrosa? Se le ocurre que esa es la mínima fracción de la entidad en cuestión, una parte tan pequeña y tan cercana a la pantalla, que él o su mente son incapaces de focalizarla. La idea es suficiente para despertarlo por completo.

De hecho está sentado en su silla tras la pantalla, pero no muestra nada parecido a su sueño. Se frota los ojos y se pregunta cuánto tiempo ha estado dormido; lo bastante para haber soñado toda clase de desastres: fallos eléctricos, Agnes atrapada en el montacargas, los amotinados abandonando la tienda… Cada cuadrante de la pantalla muestra a gente colocando libros diligentemente, aunque de momento no distingue a nadie concreto. Una mirada a su reloj le dice que el sol saldrá pronto. Se siente algo culpable por haberse quedado dormido, pero al menos nadie ha tomado eso como excusa para escaquearse. Coge el teléfono y pulsa el botón de los altavoces.