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La medicina forense califica de traumatismo a toda violencia ejercida sobre un organismo humano. Cuando el traumatismo se produce por el choque de un cuerpo de superficie regular o irregular, contra un cuerpo humano o animal, llamamos al mismo contusión.

Una de las posibles formas medico legales de las contusiones son las heridas contusas, y dentro de éstas, la caída y sus variedades. Los forenses sólo califican al hecho de caída, si el sujeto se encontraba de pie o acostado. (De pie y empujando.)

Cuando el sujeto cae desde una altura de hasta 50 metros se denomina defenestración, y de más de 50 metros, precipitación. La caída, y éste es el punto más importante, es casi siempre accidental. (XXXXXXXXXX) O por lo menos así la clasifica la medicina forense. En cambio la defenestración y la precipitación pueden ser accidentales, homicidas o suicidas. (Okey, esto fue caída.)

14.

Los días siguientes fueron un infierno. No pasó nada. ¿Cómo una puede sentirle el gusto a lavar los platos, a barrer o a planchar, cuando tiene entre manos algo tan importante como el encubrimiento de un asesinato? ¿Cómo concentrarse en el punto del caramelo, en bajar la comida del freezer, o limpiar un inodoro? ¿Cómo soportar la eterna cara de culo de una hija adolescente?

Recién el viernes empezó a moverse la cosa. Al mediodía estaba viendo un noticiero mientras comía algo. Yo siempre miro el noticiero mientras como, pero le bajo el volumen. ¡Hay cada noticia que se te atraganta la comida! Le subo la voz sólo cuando aparece la cronista de espectáculos o la que da el tiempo. Pero ese día me encontré con una cara conocida y subí el volumen antes de lo esperado. Era Charo, la sobrina de Tuya, saliendo de una comisaría junto con un matrimonio mayor, que resultaron ser los padres de la occisa. Lo de occisa es una apreciación personal, el periodista hablaba de "la desaparecida hija del doctor Soria". La noticia tuvo mayor relevancia de la esperada, justamente porque el padre de Tuya era un médico retirado pero muy conocido, con lo que el asunto cobraba un encanto adicional para el periodismo. Los padres se veían abatidos, y la morocha los ayudaba a llegar al auto entre micrófonos y flashes. La única que respondía a algunas de las preguntas era ella. Me quedé mirándola. Definitivamente, no era linda. Llamativa, tal vez, porque era muy alta, muy erguida. Linda no. Algo de ella me molestaba sobremanera. La miraba y no terminaba de darme cuenta. Hasta que la enfocaron bien de frente, antes de subir al auto. ¡Tenía un par de tetas! ¡Ese tipo de tetas que me dan tanta bronca! Redondas, duritas, orgullosas. Tetas jóvenes. Aunque yo ni de joven las tuve. Mi mamá tampoco, por eso ella odiaba esa creencia popular que dice que las tetas perfectas tienen que entrar justas en una copa de champán. De las copas redondas, no las alargaditas, por supuesto. ¿O ésas son de sidra? Yo de chica tenía esa fantasía. Me las medía. De lejos. Nunca me atreví a hacer la prueba concreta. Me daba miedo que la copa me hiciera un efecto sopapa y mis tetas quedaran atrapadas para siempre. Esas pavadas que una piensa cuando todavía es inocente. Hoy por hoy no tengo esa clase de miedos. Pero soy consciente de mis limitaciones; mis tetas ya no pasarían esa prueba. Las de Charo sí.

Me olvidé de las tetas. Cambié de canal, busqué en todos los noticieros y canales de noticias, pero todos repetían la misma escueta información acerca de "la extraña desaparición de la hija del doctor Soria". Sentí pena por Tuya. No porque estuviera muerta. Ésa es la ley de la vida, unos nacen, otros mueren. Nadie sabe cuándo te va a tocar el turno, pero que te toca, te toca. Sentí pena por la forma en que se referían a ella. Alicia seguía siendo "la hija del doctor Soria". Claro, Alicia sólo podía ser Tuya en la clandestinidad. A mí, sí me asistía el derecho. Me saqué de encima el mote "la hija de Blanca" cuando pasé a ser "la mujer de Ernesto". Y me encanta que me llamen así, siento que me da mi lugar en el mundo. Mi territorio. Además es bueno que los demás sepan que una no está sola, que hay un hombre que te banca, que si se te pincha la goma del auto alguien te la va a cambiar. La sociedad es muy machista, hay que aceptarlo. Por eso mi mamá se hacía llamar "la viuda de Lamas". Aunque mi papá estuviera vivo, en alguna parte.

Tenía que avisarle a Ernesto que el tema de la desaparición de Tuya había tomado estado público. Pero no me pareció adecuado decírselo por teléfono. En este país es demasiado fácil escuchar la conversaciones ajenas. Yo misma me enteré de la trágica cita de Ernesto con Tuya levantando un tubo. Ni qué hablar de teléfonos ligados, escuchas, rastreos de llamadas. Yo por teléfono sólo hablo pavadas. Y con el tema de Tuya había que ser muy cuidadoso. Además, no me costaba nada ir hasta la oficina de Ernesto y decírselo en persona.

Cuando llegué a la oficina la recepcionista estaba ocupada recibiendo una correspondencia, así que fui al ascensor sin anunciarme. Bajé en el piso de Ernesto. Obviamente su secretaria no estaba, así que fui directo a su oficina y me metí. Ernesto no estaba solo, había una mujer en su escritorio, frente a él. "Perdón, no quise interrumpir." La mujer se dio vuelta. Era Charo. Lloraba. Ernesto nos presentó. La morocha se levantó, se secó las lágrimas y me dio la mano. Odié sus tetas una vez más. En persona eran mucho más impactantes que por televisión. Una remera blanca, los pezones marcados. "Lamento mucho lo de su tía", dije. "Esperemos que no tengamos que lamentar nada", me dijo ella. Una ordinaria. Al fin y al cabo, yo no hacía otra cosa que ser solidaria con el dolor de su familia. Hay gente que es así.

Ernesto la acompañó hasta el ascensor. Yo me quedé esperando.

15.

– Para de llorar que no te entiendo nada.

– Está todo mal, ¿entendés?

– ¿Peor?

– …

– Cómame, dale,

– Mi viejo…

– ¡Le dijiste!

– Bueno, loca, no me grites que yo tío te hice nada.

– …

– Bueno dale…

– …

– Dale, no llores.

– …

– Córtala un poquito así me comas.

– ¡Mi viejo anda con una mina!

– ¡No te puedo creer!

– Sí.

– Con esa cara de santo.

– ¡Es un hijo de puta!

– ¿Vos estás segura?

– Sí, leí las cartas de la mina.

– ¿Dónde las encontraste?

– En el garaje, en el escondite de mi vieja.

– Entonces tu vieja sabe.

– Y se hace la reboluda. Mi vieja es la peor.

– ¡Qué quilombo!

– Me da asco.

– Y vos que te preocupabas por contarle a tu viejo lo tuyo.

– Soy una pelotuda.

– Ahora anda y tirásela de una.

– ¿Para qué?

– Para que te ayude por lo menos con la guita.

– ¡Por mí que se meta la guita en el orto!

– Y qué, ¿en tu casa todo vida normal?

– Sí, son dos caretas. Duermen juntos y todo.

– Che, ¿y cogen?

– ¡Yo que sé!

– No, porque hay que tener estómago para curtir con un tipo que sabes que curte con otra…

– …

– Discúlpame, yo sé que es tu viejo, pero bueno, ¿es así o no?

– A mí de mi vieja no me extraña nada. Pero mi viejo… yo nunca pensé.

– Son todos iguales, te dicen a vos lo que tenés que hacer y después ellos hacen la que más les conviene.

– Yo también voy a hacer la que más me conviene.

– Sí, mándate con lo tuyo y no te des más máquina.

– …

– ¿Juntaste la guita?

– Todavía no sé qué voy a hacer.

– Mira que yo te presto eso que te dije.

– Todavía no sé qué voy a hacer.

– Pero se te viene la fecha encima.

– Sí, ya sé.

16.

Ernesto acompañó a Charo hacia la salida. Mientras esperaban el ascensor se percató de que nadie estuviera mirando y la besó. Fue una estupidez, si Inés lo hubiera visto se habría complicado todo. Pero la besó. Charo se deshizo de él. Se enojó. No era el momento. Estaba alterada. Todo había salido mal. Apretó varias veces el botón del ascensor. Se abrieron las puertas. Subió. Se quedó mirando a Ernesto mientras las puertas se cerraban. No dijo nada, sólo lo miraba.