Harry Partridge, por su parte, llevó a cabo sus propios planes y actuó de otra forma. Investigó pormenorizadamente otras historias que requerían más tiempo y le condujeron, en compañía de un cámara, a lugares más recónditos de Vietnam. Estudió las tácticas militares tanto norteamericanas como del Vietcong, analizando las razones de que no funcionaran en ninguno de los dos bandos. Estudió la relación de fuerzas, estuvo en las zonas conflictivas recopilando datos referentes a la eficacia de los ataques aéreos, las avanzadillas por tierra, las bajas y otros temas de logística. Algunos de sus reportajes contradecían los informes militares oficiales de Saigón, otros los confirmaban, y fue este segundo tipo de reportajes -favorables al ejército norteamericano- lo que separó a Partridge y algunos otros periodistas de la mayoría de corresponsales que cubrían la guerra de Vietnam.
En aquella época, la mayor parte de los reportajes sobre la guerra de Vietnam era negativa y adversa. Una generación de periodistas jóvenes -algunos de ellos simpatizantes de los movimientos de protesta pacifistas- desconfiaban y, a veces, despreciaban al ejército estadounidense, y gran parte del tratamiento informativo reflejaba esas convicciones. Ejemplo de ello fue la ofensiva enemiga de Tet. Los medios de comunicación proclamaron que Tet fue una victoria comunista total y aplastante, afirmación que dos décadas más tarde, después de una investigación pormenorizada, se reveló falsa.
Harry Partridge fue uno de los pocos periodistas que, en aquel entonces, dio la información de que en Tet, las tropas norteamericanas estaban haciéndolo mucho mejor de lo que se venía diciendo; también que el enemigo no estaba tan boyante como pretendían los comunicados y fracasaba en alcanzar algunos de sus objetivos. Al principio, los productores ejecutivos de la Herradura pusieron en duda sus reportajes y quisieron aplazarlos. Pero, después de discutirlo, el impecable historial de fiabilidad de Partridge logró convencerles y sus trabajos fueron emitidos.
Uno de los reportajes de Partridge que no llegó a emitirse incluía una crítica a las opiniones personales negativas presentadas dentro del contexto informativo por el venerable Walter Cronkite, a la sazón presentador del noticiario de la CBS.
Cronkite, durante un programa especial de la CBS sobre «las consecuencias de Tet», había declarado que «la sangrienta experiencia de Vietnam acabaría en un punto muerto» y que «teníamos que superarnos por todos los medios, el enemigo podía igualarnos…».
Luego continuaba: «Decir que la victoria está cerca es creer… a los optimistas que se han equivocado en el pasado». Por lo tanto, Cronkite alentaba a América a «negociar, no como vencedora, sino como un pueblo honorable que había cumplido con su compromiso de defender la democracia y lo había hecho lo mejor posible».
Estos comentarios intercalados entre las noticias escuetas tuvieron un efecto tremendo y, como expresó un comentarista, «dieron fuerza y legitimidad al movimiento pacifista». Se contaba que el presidente Lyndon Johnson dijo que si había perdido a Walter Cronkite, había perdido a la nación entera.
Partridge, a través de diversas entrevistas con una serie de personajes, logró sugerir que no sólo Cronkite podía estar equivocado sino que, consciente de su poder y de su influencia, el presentador de la CBS se había comportado, según las palabras de uno de los entrevistados, «como un presidente no elegido y contraviniendo sus cacareados principios de imparcialidad del periodismo».
Cuando llegó a Nueva York el reportaje de Partridge, fue discutido durante horas y subió a las más altas instancias de la CBA antes de que se alcanzara el consenso de que atacar a la figura nacional de «papá Walter» podía ser como jugar con fuego. No obstante, se hicieron copias extraoficiales del reportaje de Partridge, que circularon en secreto entre los profesionales de los servicios informativos.
Las excursiones de Partridge a las zonas de combate podían mantenerle alejado de Saigón durante una semana, e incluso más tiempo. Una vez que entró ilegalmente en Camboya, permaneció ilocalizable cerca de un mes.
Sin embargo, volvía siempre con alguna historia interesante y al finalizar la guerra todavía se recordaban algunas por su perspicacia. Nadie, incluyendo a Crawford Sloane, discutió nunca que Partridge fuera un periodista soberbio.
Desgraciadamente, como sus reportajes eran menos numerosos y, por lo tanto, menos frecuentes que los de Sloane, Partridge pasó mucho más inadvertido.
Hubo otra cosa en Vietnam que afectó el futuro de Partridge y Sloane: Jessica Castillo.
Jessica…
Crawford Sloane, conduciendo casi automáticamente por unas calles que recorría dos veces todos los días, había dejado la calle Cincuenta y nueve y seguía por la avenida York. Después de unos cuantos cruces torció a la derecha por el acceso norte a FDR Drive. Al poco rato, ya por la margen del East River, libre de cruces y de semáforos, se concedió un aumento de velocidad. Su casa estaba en Larchmont, al norte de la ciudad, en el estrecho de Long Island, a media hora de allí.
Tras él, un Ford Tempo azul también aceleró.
Sloane estaba relajado, como casi siempre a esa hora del día, y sus pensamientos volvieron a Jessica… que había sido, en Saigón, novia de Harry Partridge… pero al final se había casado con Crawford Sloane.
En aquella época, en Vietnam, Jessica tenía veintiséis años, era esbelta, vivaracha, tenía una espesa melena castaña y, en ocasiones, la lengua muy afilada. No toleraba la menor tontería a los periodistas con los que tenía que tratar como portavoz oficial del Servicio de Información de los Estados Unidos (conocida por USIS en el extranjero).
La agencia tenía el cuartel general en la arbolada calle Le Qui Don, en la Biblioteca Lincoln, antes teatro Rex, y el antiguo rótulo del teatro permanecía en su lugar bajo la ocupación de la USIS. Algunos miembros de la prensa acudían a la agencia más veces de las necesarias, esgrimiendo preguntas que esperaban les granjearan un poco más de dedicación de parte de Jessica.
Jessica jugueteaba con su atención porque le divertía. Pero cuando la conoció Crawford Sloane, su corazón pertenecía rotundamente a Harry Partridge.
Todavía hoy, pensaba Sloane, había cosas de aquella antigua relación entre Partridge y Jessica que él seguía desconociendo, cosas que nunca había preguntado y que ya nunca sabría. Pero el hecho de que ciertas puertas se hubieran cerrado hacía más de veinte años y hubieran permanecido cerradas desde entonces nunca le había… nunca le impediría hacerse preguntas sobre los detalles y las intimidades de aquella época.
5
Jessica Castillo y Harry Partridge se sintieron instintivamente atraídos el uno por el otro en cuanto se conocieron, en Vietnam… aunque en su primer encuentro se enfrentaron. Partridge había acudido a la USIS en busca de la confirmación de una noticia cuya existencia él conocía, pero que los militares estadounidenses le negaban. Se refería a la drogadicción de un alto número de soldados norteamericanos en Vietnam.
Partridge había visto multitud de evidencias de tal adicción en sus desplazamientos por las zonas de combate. Se consumían drogas duras, principalmente heroína, y había muchísima. Merced a ciertas indagaciones realizadas por la CBA-News a requerimiento suyo, sabía que los hospitales para veteranos de guerra estaban alarmantemente atiborrados de jóvenes drogadictos procedentes de Vietnam. El asunto se estaba convirtiendo en un problema nacional que rebasaba el ámbito puramente militar.
La Herradura de Nueva York le había dado luz verde para profundizar en esa historia, pero las fuentes oficiales se habían cerrado a cal y canto y no daban información.