Выбрать главу

El Ford Tempo había cambiado de táctica y en ese momento se hallaba varios vehículos por delante de Sloane. La salida de Larchmont de la autopista estaba ya a pocos kilómetros tan sólo, y Carlos y Julio, al corriente de los hábitos de Sloane, sabían que él la tomaría. Preceder de vez en cuando al individuo vigilado era una vieja estratagema. El Ford Tempo tomaría por la salida de Larchmont en primer lugar, esperaría a que Sloane le imitara y luego le dejaría adelantarle.

Unos diez minutos más tarde, cuando el presentador de la CBA rodaba por las calles de Larchmont, el Ford Tempo le seguía discretamente a cierta distancia y se detenía cerca de la casa de Sloane, situada en Park Avenue, frente al estrecho de Long Island.

La casa, muy propia de una persona con los sustanciosos ingresos de Sloane, era grande e imponente. Blanca, con el tejado de pizarra gris, se alzaba en un cuidado jardín con un paseo semicircular para la entrada de vehículos. Unos pinos gemelos señalaban la entrada y un farol de hierro forjado pendía sobre la puerta principal, de dos hojas.

Sloane abrió con el mando a distancia la puerta de su garaje de tres plazas, metió su automóvil y cerró la puerta tras de sí.

El Ford continuó un poco más y prosiguió su vigilancia desde una distancia prudencial.

7

Sloane oyó voces y risas mientras recorría el pequeño pasillo cubierto que comunicaba el garaje con la vivienda. Se hizo el silencio cuando abrió la puerta y penetró en el vestíbulo alfombrado al que daban la mayor parte de las habitaciones de la planta baja.

– ¿Eres tú, Crawf? -llamó su mujer desde el cuarto de estar.

– Si no lo fuera estarías metida en un lío -respondió él en broma.

Volvió a oírse su melodiosa carcajada.

– ¡Bienvenido, quienquiera que seas! Ahora mismo voy.

Oyó unos tintineos cristalinos y el crujido de unos cubitos de hielo en un vaso y supuso que Jessica estaba preparando un martini, su ritual vespertino de bienvenida para relajarle de todos los acontecimientos de la jornada.

– ¡Hola, papá! -gritó Nicholas, su hijo de once años, desde la escalera.

Estaba muy alto para su edad y un poco flaco. Sus inteligentes ojos se iluminaron mientras corría a abrazar a su padre.

Sloane le devolvió el abrazo y luego le pasó los dedos por el pelo, castaño y rizado. Era justo la clase de recibimiento que él deseaba, y tenía que agradecérselo a Jessica. Casi desde su mismo nacimiento, Jessica había inculcado a Nicky su convicción de que el cariño debía demostrarse mediante el contacto.

Al principio de su matrimonio, las demostraciones de cariño no le resultaban cómodas a Sloane. Él reprimía sus emociones, se callaba algunas cosas, dejaba que el otro las adivinara. Ello formaba parte de su carácter reservado, pero Jessica no lo merecía, así que se había esforzado por quebrantar esa reserva y, por ella y luego por Nicky, lo había conseguido. Sloane recordaba sus palabras:

«Cuando te casas, cariño, las barreras desaparecen. Por eso estamos "unidos"… ¿Te acuerdas? Así que durante el resto de nuestras vidas, tú y yo vamos a decirnos exactamente lo que sentimos y, algunas veces, incluso a demostrarlo también.»

Esta última frase se refería a su vida sexual, que, hasta bastante tiempo después de la boda, siguió ofreciéndole a Sloane sorpresas y aventura. Jessica había adquirido algunos libros eróticos orientales, bien ilustrados y explícitos, y le gustaba experimentar y probar nuevas posiciones. Tras escandalizarse un poco al principio y superar cierta timidez, Sloane acabó disfrutando también con aquello, aunque siempre era Jessica la que tomaba la iniciativa.

(Algunas veces se preguntaba sin poder remediarlo: ¿Tenía ya aquellos libros eróticos cuando salía con Partridge? ¿Habían puesto en práctica su contenido? Pero Sloane nunca se había atrevido a preguntárselo, tal vez porque temía que ambas respuestas fueran afirmativas.)

Con el resto de la gente, su reserva persistía. Sloane era incapaz de recordar cuándo había abrazado a su padre por última vez, aunque recientemente había sentido el impulso de hacerlo varias veces, pero al final se había reprimido, dudando de la reacción de Angus, que tenía un comportamiento muy estricto, riguroso, incluso.

– ¡Hola, cariño!

Jessica apareció con un vestido verde claro, un color que siempre le había gustado. Se abrazaron tiernamente y luego él entró en la sala de estar. Nicky se quedó un rato con ellos, como todos los días; ya había cenado y no tardaría en marcharse a la cama.

Qué tal van las cosas en el mundillo musical? -preguntó Sloane a su hijo.

– Muy bien, papá. Estoy practicando el Preludio Número Dos de Gershwin.

– Recuerdo esa pieza -siguió su padre-. Gershwin la compuso cuando era joven, ¿verdad?

– Sí, a los veintiocho años.

– Al principio me parece que hace así: «Tum-ti-ta-tum, Tiiii-ta-ta-ti-tum, ti-tum-ti-tum-ti-tum… -canturreó. Nicky y Jessica se echaron a reír.

– Ya sé a qué fragmento te refieres, papá, y también sé por qué lo recuerdas.

Nicky cruzó la sala y se dirigió al piano de cola. Luego empezó a cantar con una clara voz de tenor joven, acompañándose al piano.

In the sky the bright stars glittered

On the bank the pale moon shone

And from Aunt Dinah's quilting party

I was seeing Nellie home.

La frente de Sloane se frunció, esforzándose por hacer memoria.

– Me suena mucho… ¿No es una vieja canción de la época de la Guerra Civil?

– ¡Exactamente, papá! Nicky estaba radiante.

– Ahora lo entiendo -dijo su padre-. Lo que intentas decirme es que esa melodía es casi la misma que la del Preludio de Gershwin…

– Al revés -Nicky sacudió la cabeza-, primero fue la canción. Pero no se sabe si Gershwin conocía la canción y la usó o fue sólo por casualidad.

– Y nunca se sabrá, ¡mecachis! -exclamó Sloane, divertido e impresionado por los conocimientos de Nicky.

Ni Jessica ni él se acordaban de la edad que tendría Nicky cuando empezó a demostrar interés por la música, pero fue desde sus primeros años, y en la actualidad la música era su principal inquietud.

Nicky se había enamorado del piano y recibía lecciones de un antiguo concertista, un austríaco de bastante edad que vivía relativamente cerca de allí, en New Rochelle. Hacía unas semanas, el profesor había dicho a Jessica:

– Su hijo posee ya un dominio de la música inusual para su edad. Más adelante podrá seguir por el camino que desee: como intérprete, como compositor o quizás como estudioso… Pero lo más importante es que para Nicholas, la música habla con voz de ángel y de felicidad. Forma parte de su alma. En mi opinión, será el hilo conductor de su vida.

Jessica consultó su reloj:

– Nicky, se está haciendo tarde.

– ¡Ay, mamá, déjame un ratito más…! Mañana no hay colegio.

– Pero tendrás un montón de cosas que hacer, como todos los días. La respuesta es no.

Jessica era la encargada de imponer disciplina en la familia y, tras desearles las buenas noches, Nicky se fue. Poco después le oyeron tocando en su dormitorio, en un piano electrónico que usaba cuando no podía tocar el piano de la sala.

En la sala de estar tenuemente iluminada, Jessica se dirigió a los martinis que había preparado poco antes. Mientras la observaba escanciarlos, Sloane pensó: «¿Qué más se puede pedir?» Con frecuencia le embargaba ese sentimiento respecto a Jessica, y lo atractiva que seguía después de más de veinte años de matrimonio. Ya no llevaba el pelo largo, ni le preocupaba ocultar sus mechas plateadas. También tenía arrugas en torno a los ojos. Pero su figura era esbelta y bien formada y sus piernas todavía atraían las miradas de los hombres. En conjunto, pensó, no había cambiado y él seguía sintiéndose orgulloso cuando entraba en cualquier parte del brazo de Jessica.