La relación entre el director ejecutivo y el presentador nunca había sido buena, pero últimamente había empeorado por desacuerdos de este tipo. Al parecer, sus opiniones se iban alejando cada vez más, no sólo en lo referente a las noticias que debían tener prioridad en cada boletín, sino también en el modo de tratarlas. Sloane, por ejemplo, prefería el tratamiento en profundidad de unos cuantos temas importantes, mientras que Insen era partidario de mencionar la mayor cantidad de noticias aun a costa de «contarlas telegráficamente», según su propia expresión.
En otras circunstancias, Sloane habría discutido la eliminación de la crónica de Arabia, tal vez con éxito, porque el presentador también era editor y tenía bastantes atribuciones, pero en esta ocasión no había tiempo.
Rápidamente, Sloane se dio impulso con los talones, para realizar una experta maniobra con su silla giratoria, que le colocó ante el teclado de un ordenador. Concentrándose e ignorando la conmoción que le rodeaba, tecleó el texto de introducción del boletín de esa noche.
En Dallas-Fort Worth se puede estar fraguando una tragedia. Hemos sabido que hace unos minutos se ha producido una colisión en vuelo entre dos aviones de pasajeros, uno de ellos, un Airbus de Muskegon Airlines, con el pasaje completo. El choque tuvo lugar cuando sobrevolaban la ciudad de Gainsville, Texas, al norte de Dallas. La agencia Associated Press ha informado que el otro aparato, al parecer de poco tonelaje, se ha estrellado. En este momento no disponemos de noticias de su suerte o de las posibles víctimas del accidente. El Airbus sigue en vuelo, incendiado, y los pilotos van a intentar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Dallas-Fort Worth. En tierra, los bomberos y las ambulancias se mantienen a la espera…
Mientras sus dedos volaban por las teclas, en un rincón de su mente Sloane pensaba que pocos espectadores apagarían su televisor antes de que concluyera el espacio informativo de esa noche. Añadió una frase a su texto invitando al espectador a permanecer en esa sintonía y luego pulsó la tecla de impresión. Después pasaría una copia al teleprompter y cuando él llegara al estudio del piso de abajo, lo tendría a punto en el panel electrónico para leerlo.
Mientras Sloane, con su fajo de papeles en la mano, se dirigía a toda prisa hacia las escaleras para bajar la tercera planta, Insen gritaba a un realizador:
– ¿Qué demonios pasa con las imágenes del aeropuerto?
– No ha habido suerte, Chuck… -el realizador, con el receptor del teléfono en el hombro, estaba hablando con el editor de nacionales de la sala de redacción-. El avión incendiado se está acercando al aeropuerto, pero nuestra unidad móvil está a cuarenta kilómetros de allí. No les dará tiempo.
– ¡Mierda! -maldijo Insen.
Si se otorgaran medallas por los trabajos peligrosos en el ámbito de la televisión, Ernie LaSalle, el editor de información nacional, tendría el pecho lleno de ellas. A sus veintinueve años se había distinguido en su trabajo, corriendo frecuentes riesgos, como realizador de exteriores de la CBA en el Líbano, Irán, Angola, las Malvinas, Nicaragua y otros lugares infernales en plena efervescencia. Aunque tales situaciones y crisis seguían existiendo, en ese momento LaSalle contemplaba el escenario nacional, que a veces también podía ser bastante infernal, desde una cómoda butaca de cuero del despacho acristalado que dominaba la sala de redacción.
LaSalle era compacto, no muy alto, dinámico; llevaba una barba cuidada y ropa de calidad… de yuppie, comentaban las malas lenguas. Su cargo como editor de información nacional suponía mucha responsabilidad, que compartía tan sólo con otro directivo del departamento de redacción, el editor de información extranjera. Ambos tenían su mesa en la sala de redacción, que ocupaban cuando se producía alguna noticia candente y ellos tenían que intervenir activamente. El asunto del aeropuerto de Dallas-Fort Worth era una de estas noticias y, por tanto, LaSalle corrió a su mesa de redacción.
La sala de redacción se hallaba en la planta inmediatamente inferior a la Herradura, lo mismo que el estudio de emisión, que utilizaba la hirviente sala de redacción como telón de fondo. La sala de control, donde el productor ejecutivo combinaba los componentes técnicos de cada emisión, estaba en el sótano del edificio.
Habían transcurrido siete minutos desde que el director de la agencia de Dallas había anunciado que el Airbus accidentado se dirigía al aeropuerto. LaSalle colgó bruscamente un teléfono y descolgó otro, mientras leía en la pantalla de su ordenador un nuevo informe de la Associated Press. Estaba haciendo todo lo que estaba en su mano para conseguir cubrir esa noticia, y al mismo tiempo mantenía a la Herradura al tanto de sus progresos.
LaSalle era quien les había participado la desalentadora noticia sobre la situación de la unidad móvil de la CBA más cercana… que, aunque se dirigía hacia el aeropuerto de Dallas infringiendo todas las limitaciones de velocidad, se hallaba aún a cuarenta kilómetros de su objetivo. Ello se debía a que habían tenido un día muy ajetreado en las oficinas de Dallas, y todos los equipos de rodaje, los realizadores de exteriores y los corresponsales habían salido a alguna misión, con la mala fortuna de que todas estaban muy lejos del aeropuerto.
Por supuesto, no tardarían en llegar imágenes, pero serían diferidas y no en directo, del aterrizaje forzoso del Airbus, que evidentemente sería espectacular y acaso desastroso. Tampoco era probable que dispusieran de imágenes para la primera emisión de noticias de la noche, que llegaban vía satélite a toda la zona del litoral oriental y parte del medio oeste.
El único consuelo era que el director de la oficina de Dallas había notificado que ninguna otra emisora nacional ni local tenían equipo de rodaje en el aeropuerto, aunque, como ellos, ya los tenían en camino.
Desde su mesa de la sala de redacción, Ernie LaSalle, todavía atareadísimo con los teléfonos, podía ver los preparativos habituales del estudio brillantemente iluminado mientras entraba Crawford Sloane. Los espectadores del noticiario que veían presentar a Sloane tenían la ilusión de que éste se hallaba en la sala de redacción. Pero, en realidad, había un grueso cristal insonorizante entre ellos para que ningún ruido distorsionara las explicaciones del presentador, excepto cuando se mezclaban deliberadamente para conseguir ese efecto sonoro.
Eran las 18.28 y faltaban dos minutos para salir a antena.
Cuando Sloane ocupó su asiento en la mesa de presentador, de espaldas a la sala de redacción y frente a la cámara central, de las tres que tenía el estudio, se le acercó una maquilladora. Diez minutos antes habían maquillado a Sloane en una salita adjunta a su despacho, pero desde entonces había sudado. La chica le enjugó la frente, le aplicó unos polvos, le pasó un cepillo por el pelo y le vaporizó un poco de laca.
– Gracias, Nina -murmuró Sloane, con cierta impaciencia.
Luego echó una ojeada a sus papeles y comprobó que las primeras palabras de la noticia de cabecera correspondían a las del panel electrónico del teleprompter que tenía delante, donde iría leyendo su texto como si mirara directamente a los espectadores. Los papeles que suelen llevar los presentadores son sólo una precaución por si falla la electrónica.
– ¡Un minuto! -gritó el realizador.
En la sala de redacción, Ernie LaSalle se quedó inmóvil de repente en su silla, atento, sobresaltado.
Hacía un minuto, mientras hablaba con el director de la oficina de Dallas, éste se había disculpado para atender otra llamada telefónica. Mientras LaSalle esperaba, oía la voz de su interlocutor, pero sin entender su significado. Cuando su colega de Dallas reanudó la conversación interrumpida, su comunicado provocó en el editor de informativos una gran sonrisa de satisfacción.