Выбрать главу

El día que se recibió dicho comunicado, Chippingham se hallaba en las inmediaciones de la Herradura cuando un realizador le comentó:

– Les, supongo que vas a discutir en nombre nuestro toda esa guarrada del fondo de acción política, ¿no?

– Pues claro -exclamó Crawford Sloane desde el otro extremo de la sala-. Les nunca aceptaría que la división de informativos recibiera favores políticos en vez de denunciarlos. Podemos confiar en él.

Chippingham no alcanzó a discernir si había ironía o no en las palabras del presentador. En cualquier caso, reconocía que tenía otro problema muy serio originado por la ignorancia de Margot -¿o era pura despreocupación?- de la integridad periodística. ¿Debía presentarse a discutir el tema del fondo de acción política? De todos modos, dudaba que sirviera para nada, puesto que el objetivo primordial de Margot era congraciarse con sus superiores de Globanic y ascender en su propia carrera.

Al final resolvió el problema haciendo que se filtrara la historia, acompañada por el comunicado interno, en el Washington Post. Chippingham tenía un contacto en ese diario a quien ya había utilizado en otras ocasiones y digno de confianza en cuanto a no revelar sus fuentes. El artículo del Post, recogido por otros periódicos, ridiculizaba la idea de involucrar a un medio de comunicación en actividades de presión política. A los pocos días se abandonaba oficialmente el proyecto -según los rumores- por órdenes personales del presidente de Globanic, Theodore Elliott.

La directora general de la CBA volvió a convocar a Chippingham.

– ¿Quién ha sido -le preguntó fríamente, antes de darle los buenos días y sin más preliminares- el que ha mandado mi comunicado al Post?

– No tengo ni idea -mintió él.

– ¡Y una mierda! Aunque no tengas absoluta certeza, seguro que sospecharás de alguien…

Chippingham decidió guardar silencio, aun advirtiendo con alivio que a Margot no se le había ocurrido que pudiera ser él mismo el responsable de la filtración.

Ella rompió el silencio:

– Te has negado a cooperar desde que estoy aquí.

– Lamento que pienses eso porque no es verdad. De hecho, he intentado ser honrado contigo.

– Tu persistente actitud -prosiguió ella ignorando su rectificación- me ha obligado a pedir informes sobre ti y he averiguado varias cosas. Una, que tu trabajo es muy importante para ti en este momento porque económicamente no puedes permitirte perderlo.

– Mi trabajo siempre ha sido muy importante para mí. Y en cuanto al tema económico, creo que eso vale para todo el mundo. Incluso hasta para ti.

Chippingham se preguntó con desasosiego qué le caería a continuación.

– Yo no estoy metida en los follones de un divorcio -dijo ella con una sonrisita de superioridad-. Tú sí. Tu esposa exige una compensación muy elevada que incluye la mayor parte de vuestras propiedades conjuntas y si no la consigue presentará ante los tribunales las pruebas de media docena de relaciones adúlteras, que tú no te has molestado en disimular. También tienes deudas, como un crédito bancario personal, así que necesitas desesperadamente unos ingresos regulares. Si no, te declararás insolvente y te verás en la indigencia.

– ¡Esto es insultante! -objetó Chippingham, levantando la voz-. ¡Es una intromisión en mi vida privada!

– Tal vez -dijo Margot con calma-, pero es la verdad.

A pesar de su protesta, le sobresaltó la amplitud de su información. Estaba en un lío económico casi desesperado, en parte porque nunca había sido capaz de administrar su dinero y a lo largo de los años no sólo había gastado su jugoso salario a medida que lo iba ganando, sino que había contraído muchas deudas. Tampoco había sido capaz en toda su vida de resistirse a la tentación de las mujeres, y Stasia, su esposa desde hacía veinte años, parecía haber aceptado esa debilidad suya… hasta hacía tres meses. Y entonces, sin previo aviso, la rabia contenida y las evidencias acumuladas de Stasia estallaron en un feroz trámite de divorcio. E incluso en una situación tan complicada, él había iniciado insensatamente otra aventura, esta vez con Rita Abrams, una realizadora de la CBA-News. Él no lo había buscado, pero había sucedido. Y luego le había parecido excitante y quiso seguir adelante. Pero la idea de perder su trabajo le asustaba.

– Ahora escúchame con atención -dijo Margot-. No es tan difícil sustituir a un director de informativos, y si es necesario, lo haré. Antes de que te des cuenta de lo que está pasando, estarás de patitas en la calle y habrá otro en tu puesto. Hay montones de candidatos para tu cargo, en esta emisora y en las demás. ¿Está claro?

– Sí, muy claro -respondió Chippingham con resignación.

– No obstante, si juegas en mi bando, te quedarás. Pero la política de la división de informativos la marcaré yo. Recuérdalo. Y otra cosa: cuando yo te ordene algo que no te guste, no me hagas perder el tiempo con esas bobadas de la ética periodística y la honradez. Tú dejaste de ser honrado, si lo fuiste alguna vez, el día que impediste la investigación de la historia de los impuestos de Theo Elliott. -Margot le dedicó una sonrisita-. Oh, sí, también me he enterado de eso. Así que ya estás pringado y unas cuantas veces más no cambiarán nada. Eso es todo. Puedes marcharte.

Esa conversación se había desarrollado dos días antes de que Chuck Insen, y luego Crawford Sloane, recurrieran al director del departamento de informativos con sus problemas personales acerca del boletín nacional de la tarde. Chippingham sabía que sus diferencias debían resolverse cuanto antes. Quería retrasar todo lo posible las visitas a Margot y los enfrentamientos.

– Te estoy diciendo, Crawf, lo mismo que le he dicho a Chuck -explicó Chippingham-. En este momento vais a ocasionar un grave perjuicio a todo el departamento si proseguís públicamente vuestra pugna personal. En las altas instancias, la sección de informativos ha caído en desgracia. Y en cuanto a los planes de Chuck de involucrar a Margot Lloyd-Mason, ella no tomará partido por ninguno de los dos. Probablemente, lo que hará sea ordenar más recortes sobre la base de que, si nos sobra tiempo para luchas internas, es que no trabajamos lo suficiente, y por lo tanto sobra personal.

– Eso puedo discutírselo -dijo Sloane.

– Y yo te garantizo que te ignorará.

Chippingham se estaba empezando a enfadar. Algunas veces, un director de informativos tenía la función de proteger al personal de su departamento, incluso a los presentadores, frente a las altas instancias de la compañía. Pero aquello tenía sus límites; por una vez, decidió ponerse duro.

– Tal vez deberías saber una cosa: nuestra nueva jefa no te tiene demasiado cariño. Por culpa de la maldita carta que tú y los otros mandasteis al Times, te tilda de arrogante y de demasiado caro.

– La carta dio en el clavo -protestó Sloane-. Tengo derecho a expresar libremente mi opinión y eso hice.

– ¡Cojones! No tenías por qué firmar aquello. En eso estoy de acuerdo con Margot. ¡Por el amor del cielo, Crawf, eres un hombre hecho y derecho! No puedes cobrar esas cantidades en la emisora y seguir siendo «uno de los chicos» que se le tiran a la garganta cuando les da la gana.