– De momento -respondió York-, todos los indicios lo sugieren.
– ¿Jensen?
– Sí, señor. Así es.
– Ha dicho que la furgoneta Nissan estaba matriculada en Nueva Jersey…
– Según uno de los testigos, sí, señor.
El comisario de policía meditó.
– Si ha sido un secuestro y han cruzado la frontera del estado, el caso entra en la jurisdicción del FBI. Ley Lindbergh. -Y añadió-: Aunque esa clase de detalles al FBI le tienen sin cuidado.
Sus últimas palabras tenían un deje de amargura y reflejaban la convicción de muchos funcionarios de que el FBI intervenía en los casos importantes que le gustaban y siempre encontraba razones para declinar los demás.
– Voy a llamar al FBI ahora mismo -dijo categóricamente el comisario.
Volvió a su coche y descolgó el micro. A los dos minutos regresó junto a los demás y ordenó al detective York que volviera a la casa y se quedara allí.
– Primero pídale a la empleada que llame al señor Sloane y hable usted personalmente con él. Dígale lo que sabemos y que vamos a hacer todo lo que podamos. Después, responda a las llamadas de teléfono. Tome nota de todo. Recibirá ayuda en seguida.
El sargento y Jensen recibieron instrucciones de quedarse fuera protegiendo la casa.
– No tardará en llegar la gente como moscas a la miel. No dejen que pase nadie más que el FBI. Cuando llegue la prensa haciendo preguntas, envíenlos a la comisaría.
En ese momento oyeron acercarse un coche con gran estrépito. Volvieron la cabeza. Era un Volkswagen «escarabajo» blanco, y el jefe de policía comentó sombríamente:
– Aquí está el primero.
Bert Fisher no tuvo necesidad de comprobar cuál era el número 66 de Park Avenue. El grupo de coches de la policía era suficientemente revelador.
Cuando detuvo su coche junto al bordillo y se bajó, el comisario de policía ya estaba en el suyo, a punto de marcharse. Bert se le acercó a toda prisa:
– ¿Puede hacer alguna declaración, comisario?
– ¡Ah, es usted! -El jefe bajó el cristal de su ventanilla; conocía al viejo colaborador de prensa desde hacía muchos años-. ¿Una declaración sobre qué?
– Oh, venga, jefe… Lo he oído todo por la radio, incluidas sus instrucciones de llamar al FBI. -Bert echó un vistazo a su alrededor, comprendiendo que su presentimiento era acertado-. Ésta es la casa de Crawford Sloane, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Y ha sido secuestrada la señora Sloane?
Como el comisario vacilaba, Bert suplicó:
– Mire, soy el primero que ha llegado. ¿Por qué no le da una oportunidad a un vecino?
El comisario, que era un hombre sensato, pensó: ¿Y por qué no? Fisher le caía bien, a veces era una lata como un mosquito insistente, pero nunca resabiado como algunos periodistas.
– Si ha oído todas las comunicaciones -dijo el jefe-, sabrá ya que todavía no tenemos certeza absoluta de nada. Pero creemos que la señora Sloane puede haber sido secuestrada, con su hijo Nicholas y su suegro.
Bert, tomando nota de lo que le decía el comisario, sabía que aquélla era la historia más importante de su vida y no quería estropearla.
– O sea que me está usted diciendo que la policía de Larchmont está actuando sobre la suposición de que tres personas han sido secuestradas.
– Correcto -asintió el comisario.
– ¿Tiene alguna idea de quién puede haberlo hecho?
– No. Ah, una cosa. Todavía no se ha informado al señor Sloane, y estamos intentando ponernos en contacto con él. Así que, antes de dar tres cuartos al pregonero, denos tiempo para decírselo, por favor.
Con aquello, el comisario concluyó las confidencias y Bert se precipitó hacia su Volkswagen. Pese a la advertencia del comisario, no tenía intención de esperar ni un segundo. Lo único que le preocupaba era dónde estaba la cabina telefónica más cercana.
Poco después, mientras se alejaba de Park Avenue, Bert vio un coche que se acercaba en dirección contraria, y reconoció a su ocupante: era el colaborador local de la WNBC-TV. Así que la competencia estaba en el ajo. Pues si quería mantenerse en cabeza, Bert tenía que moverse a toda prisa.
Un poco más adelante, en Boston Road, encontró una cabina de teléfonos. Mientras marcaba el número de la WCBA-TV le temblaban las manos.
16
A las 11.20, en la sala de redacción de la WCBA-TV, la tensión, ya a punto de estallar, seguía aumentando, como era habitual durante la hora que precedía a la emisión del noticiario de mediodía. Ese día en especial había un denso programa de noticias, con varios reportajes compitiendo por la primera posición.
Un famoso pastor evangelista, de visita en Nueva York para recoger un premio religioso, había aparecido muerto en su suite del Waldorf, al parecer por una sobredosis de cocaína, y la prostituta que había pasado la noche con él estaba siendo interrogada por la policía. En el centro de Manhattan estaba ardiendo un bloque de oficinas; la gente, atrapada en los pisos altos, era rescatada por un helicóptero. Un millonario de Wall Street, enfermo terminal de cáncer, recorría las calles del Bronx en una silla de ruedas repartiendo a puñados billetes de cien dólares. Desde un coche blindado que le seguía, le iban aprovisionando de tanto en tanto.
En aquel escenario casi de manicomio, pasaron la llamada telefónica de Bert Fisher al mismo redactor que, al enterarse de quién le llamaba, le espetó:
– Oye, estamos al borde del colapso. ¡Suéltalo todo rápido!
Bert obedeció y el joven periodista exclamó, incrédulo:
– ¿Estás seguro? ¿Absolutamente seguro? ¿Tienes la confirmación?
– Del jefe de policía -añadió Bert muy ufano-. Me ha hecho la declaración en exclusiva y se la hice repetir para asegurarme.
El redactor se había puesto en pie y gesticulaba, gritando a la directora de informativos:
– ¡Coge la línea cuatro! ¡La línea cuatro!
Apremió a un jefe de logística que estaba en la mesa de al lado:
– Necesitamos un equipo de rodaje en Larchmont, en seguida. No me preguntes de dónde lo sacas, cógelo de otro sitio, de donde sea, y mándalo inmediatamente para allá.
La directora de informativos estaba hablando con Bert Fisher. Cuando hubo tomado nota de lo esencial, le preguntó:
– ¿Quién más tiene la historia?
– Yo he sido el primero, soy el primero. Pero cuando me iba estaba llegando alguien de la WNBC.
– ¿Le acompañaba un equipo de rodaje?
– No.
El redactor se acercó a ella y le comunicó:
– Tengo las cámaras en camino. Son las que cubrían lo del Bronx.
La directora instruyó a Bert Fisher por teléfono:
– No cuelgues.
Después ordenó al redactor que tenía más cerca:
– Coge la línea cuatro. Es Fisher, desde Larchmont. Anótalo todo y luego lo redactas como noticia de cabecera.
Al mismo tiempo, la directora de informativos descolgó un teléfono que conectaba directamente con la emisora de televisión. Lo cogió Ernie LaSalle, el editor de nacionales de la CBA.
– El secuestro de Larchmont se ha confirmado -le dijo-. Hace media hora, un grupo de desconocidos ha raptado a la esposa de Crawford Sloane, su hijo y su padre.
– ¡Dios santo! -La incredulidad y el asombro de LaSalle recorrieron la línea-. ¿Lo sabe ya Crawf?
– No creo.
– ¿Y la policía?
– Desde luego, y han avisado ya al FBI. Nuestro colaborador, Fisher, tiene una declaración del jefe de policía de Larchmont -repasó sus notas y le leyó en voz alta las palabras del comisario, la pregunta de Fisher y la confirmación-: «correcto».
– Repítemelo -le dijo LaSalle escribiendo frenéticamente.
La directora de informativos de la WCBA se lo repitió, y después añadió:
– Sabemos que la WNBC está en ello, aunque detrás de nosotros. Mira, vamos a darlo a mediodía como sea, e incluso estoy considerando si debemos interrumpir ahora mismo la programación. Pero he pensado que como se trata de la familia…