– Déjate de pamplinas -saltó LaSalle sin dejarla terminar-. Aquí hay algo gordo por medio. Y si se va a dar la noticia, la daremos nosotros.
En apenas unos segundos, Ernie LaSalle meditó sus opciones. Eran varias.
La primera consistía en tardar todo el tiempo que hiciera falta para localizar a Crawford Sloane, que tal vez no se hallara en la casa y luego comunicarle personalmente con toda la delicadeza del mundo la espantosa noticia. La segunda era coger el teléfono interior que tenía delante y anunciar a todo el departamento el secuestro de la familia de Sloane, a raíz de lo cual se iniciaría indudablemente un torbellino de actividad para emitir un comunicado especial. La tercera era cursar orden a un jefe de control de que la CBA-News saldría al aire al cabo de unos tres minutos, interrumpiendo la programación habitual con un boletín especial. LaSalle era uno de los pocos directivos con autoridad para decidir una intrusión de ese tipo y, a su juicio, la noticia que acababa de recibir era no sólo notable, sino que revestía un inmenso interés público.
Se decidió por la segunda opción. Influyó en ello su conocimiento de que otra emisora de Nueva York, la WNBC-TV -filial de la NBC-, les pisaba los talones. Indudablemente, la NBC-News recibiría en breve un informe de su filial, igual que la CBA. Por lo tanto, no quedaba tiempo para amabilidades. Y en cuanto a salir al aire inmediatamente, había otras personas, como el director del departamento de informativos, Les Chippingham, capacitadas para tomar esa decisión.
«Lamento mucho hacerte esto, Crawf», pensó LaSalle mientras descolgaba el teléfono interior.
– División de nacionales. LaSalle. El secuestro de Larchmont comunicado anteriormente ha sido confirmado por el jefe de policía local, que ha llamado al FBI. Según la policía, las víctimas son la señora Sloane, el joven Nicholas Sloane y… -pese a su determinación y su profesionalidad, a LaSalle se le quebró la voz. Se endureció y prosiguió-:… y el padre de Crawford, que han sido reducidos violentamente y raptados por unos desconocidos. La WCBA está cubriendo el incidente, tenemos más detalles. Creemos que la NBC está en ello, aunque les llevamos una pequeña delantera. La redacción recomienda salir a antena inmediatamente.
El horror y la consternación barrieron toda la división de informativos como una ola. Todo el mundo dejó de trabajar. Muchos se miraron unos a otros, como preguntándose: ¿Es cierto lo que acabo de oír?
Cuando llegó la confirmación, se atropellaban en boca de todos preguntas sin contestación: ¿Cómo era posible una cosa así? ¿Quién lo habría hecho? ¿Era un secuestro por dinero? ¿Qué querrían los secuestradores? ¿Qué posibilidades hay de que la policía les encuentre rápidamente? Oh, Dios mío, ¿cómo estará Crawford?
Un piso por encima de la sala de redacción, los ejecutivos de la Herradura también se quedaron horrorizados, aunque su pasmo duró sólo unos segundos. En seguida, por rutina y pura disciplina, empezaron a funcionar, como galvanizados.
Chuck Insen, el director de realización, salió de su despacho a la carrera. Todos sus instintos periodísticos le decían que debían seguir el consejo de la redacción nacional de salir a antena inmediatamente. En esos casos, el puesto de Insen estaba en la sala de control, cuatro plantas más abajo. Se dirigió a los ascensores y apretó un botón de bajada con el pulgar.
Mientras esperaba impaciente el ascensor, Insen rebosaba de compasión por Sloane, olvidando totalmente por el momento sus diferencias. Se preguntó dónde estaría Crawf. Insen le había visto de lejos un rato antes, y sabía que él y Les Chippingham habían estado hablando en el despacho de Sloane por razones que Insen no ignoraba en absoluto. Presumiblemente, Crawf estaba en la casa y habría oído el comunicado interior. Lo cual planteaba una cuestión crucial.
Cuando se consideraba que una noticia era lo bastante significativa y urgente para interrumpir la programación, solía ser el presentador de la noche -en la CBA, Crawford Sloane- quien se sentaba ante las cámaras. Cuando el presentador no se hallaba en las inmediaciones, le sustituía otro comentarista hasta que aquél aparecía. Pero Insen comprendía que era absolutamente impensable que Sloane diera esa brutal y desgarradora noticia sobre su propia familia.
En ese momento se abrió la puerta del ascensor y el comentarista de temas económicos de la CBA-News, Don Kettering, se dispuso a salir de él. Kettering, de mediana edad, con un espeso bigote y todo el aspecto de un próspero hombre de negocios, abrió la boca para decir algo pero no pudo: Insen le metió de nuevo a empellones dentro del ascensor y pulsó el botón del sótano. Las puertas del ascensor se cerraron.
– ¿Pero qué…? -farfulló Kettering.
– Espera -dijo Insen-. ¿Has oído la noticia por megafonía?
– Sí, lo siento horrores. Iba a decírselo a Crawf…
– Vas a decírselo -le interrumpió Insen- a los espectadores. Vete al estudio de avances y siéntate a la mesa. Crawf no puede hacerlo. Tú sí. Me pondré en contacto contigo desde la sala de control.
Kettering, de mente ágil y experto reportero general antes de especializarse en economía, asintió. Incluso parecía alegrarse un poco.
– ¿Me vas a adelantar algo?
– Te pasaremos todo lo que tenemos hasta ahora. Tienes un minuto para echarle un vistazo y luego improvisas. Te iremos comunicando todo lo que vaya llegando sobre la marcha.
– Bien.
Insen salió del ascensor y Kettering se dirigió a la planta de emisión.
El edificio bullía de actividad, en algunos casos de forma automática.
En la sala de redacción, el jefe de logística del sector nordeste estaba reuniendo dos equipos de rodaje con sus respectivos corresponsales. Tenían instrucciones de dirigirse a toda prisa a Larchmont y conseguir imágenes del lugar del secuestro y entrevistar a la policía y a algún testigo. Una unidad móvil de transmisión llegaría poco después.
En un pequeño departamento de investigación adjunto a la Herradura, una dependencia de los archivos principales situados en otro edificio, media docena de personas estaban reuniendo precipitadamente por ordenador una biografía de Crawford Sloane y los escasos datos conocidos sobre su familia (pocos, porque Jessica Sloane había insistido siempre en proteger su intimidad y la de Nicholas).
Sin embargo, los documentalistas consiguieron en alguna parte una foto de Jessica, que llegó por fax; un técnico en fotografía estaba esperando a que saliera, inclinado sobre la máquina, para convertirla en una diapositiva. Por la impresora de otro ordenador estaba saliendo un informe sobre la intervención bélica del padre de Crawford, Angus Sloane. También tenían una foto suya. De momento no habían conseguido ninguna foto de Nicky.
Un ayudante de investigación cogió todo el material disponible y bajó corriendo un tramo de escalera hasta el pequeño estudio de avances, adonde acababa de llegar Don Kettering. Justo detrás del ayudante de investigación llegó un ordenanza con el texto del informe de Bert Fisher transmitido por la WCBA-TV. Kettering se sentó ante la mesa central del estudio y, desconectándose de todo lo demás, se sumió en la lectura. A su alrededor iban llegando los técnicos, se encendían los focos. Alguien prendió un micrófono en la americana de Kettering. Un cámara enmarcó a Kettering en su objetivo.
El estudio de avances era el más pequeño del edificio, poco más grande que un modesto cuarto de estar. Tenía una sola cámara y se usaba para las ocasiones como aquélla, porque se podía preparar y empezar a utilizarlo en cuestión de segundos.
Entretanto, en la oscura sala de control donde se instaló Chuck Insen, una realizadora se deslizó hacia el asiento central frente a un panel de monitores, algunos iluminados y otros desconectados. A su derecha tenía a una ayudante con un cuaderno abierto. Los operadores y los técnicos iban ocupando sus puestos y sus órdenes se entrecruzaban.