– ¿Sabe que el teléfono de mi casa no está en la guía?
– Sí, pero supongo que los secuestradores lo habrán conseguido. Lo conocen bastantes personas. -Havelock sacó un cuaderno-: Ahora, señor Sloane, necesito que me conteste a unas preguntas.
– Adelante.
– ¿Han recibido, usted o algún miembro de su familia, alguna amenaza, que usted recuerde? Piénselo con detenimiento, por favor.
– Que yo sepa, no.
– ¿Cree usted que puede haber hecho algún comentario en los informativos que haya originado alguna enemistad especial por parte de alguna persona o grupo?
– Una vez al día, por lo menos -repuso Sloane levantando las manos en un gesto de impotencia.
– Ya me lo suponía -asintió el agente del FBI-, así que dos de mis colegas van a visionar las grabaciones de sus noticiarios, retrocediendo hasta abarcar los dos últimos años, por si surge alguna idea. ¿Qué me dice del correo? Recibirá usted mucha correspondencia.
– Nunca la leo. El personal de informativos de la emisora no recibe el correo directamente. Es una decisión de la dirección.
Havelock enarcó las cejas y Sloane continuó:
– Todo lo que difundimos genera una enorme cantidad de correspondencia. Leer todo lo que recibimos nos llevaría mucho tiempo. Y si además quisiéramos responder, el proceso sería interminable. La dirección opina que si estamos protegidos de las reacciones individuales ante las noticias podemos mantener mejor nuestra perspectiva e imparcialidad. -Sloane se encogió de hombros-. Quizás algunos no estén de acuerdo, pero así es como se hace.
– Entonces, ¿qué pasa con la correspondencia?
– La filtra un departamento denominado servicio de audiencia. Todas las cartas son contestadas y todo lo que se considera importante se envía al director de la sección de informativos.
– Supongo que conservan todo el correo.
– Creo que sí.
Havelock tomó nota.
– Encargaremos que lo repase alguien.
Durante una pausa Chuck Insen llamó a la puerta y entró.
– ¿Puedo interrumpirles…?
Los otros dos asintieron, y el director de realización dijo: -Crawf, sabes que vamos a hacer todo lo posible por ti, por Jessica, Nicky…
– Sí, lo sé -le agradeció Sloane.
– Creemos que no debes presentar tú las noticias esta noche. Por una parte porque van a hablar mucho de ti. Y por otra, si presentaras el resto, produciría un efecto de normalidad, casi como si la emisora no le diera importancia, lo cual no es cierto.
Sloane lo consideró y luego dijo, pensativo:
– Supongo que tienes razón.
– ¿Te sentirías capaz de ser entrevistado… en directo?
– ¿Crees que debo hacerlo?
– Ahora que ha saltado la noticia -dijo Insen-, creo que cuanta más publicidad se le dé, mejor. Siempre existe la posibilidad de que algún espectador aporte información.
– Entonces acepto.
Insen asintió y después continuó:
– Sabes que las demás emisoras y la prensa quieren entrevistarte. ¿Darías una conferencia de prensa esta tarde?
– De acuerdo, sí -cedió Sloane, con un gesto de impotencia.
– Cuando termines, Crawf, ¿quieres venir a hablar conmigo y con Les en mi despacho? Queremos que nos des tu opinión respecto a los planes que tenemos.
– Preferiría que, dentro de lo posible -intervino Havelock-, el señor Sloane permaneciera en este despacho, junto a este teléfono.
– No se preocupe, no estaré muy lejos -le tranquilizó Sloane.
Leslie Chippingham ya había telefoneado a Rita Abrams a Minnesota con la ingrata noticia de que debían abandonar sus planes de un fin de semana romántico. Le explicó qué le resultaba imposible salir de Nueva York en medio de esta terrible historia.
Pese a su decepción, Rita fue comprensiva. Los periodistas de televisión estaban acostumbrados a que acontecimientos inesperados trastornaran su vida, incluso sus aventuras amorosas.
– ¿Me necesitas ahí? -le había preguntado ella.
– En caso afirmativo, no tardarás en enterarte -le dijo él.
Por lo visto, el agente especial Havelock, habiéndose convertido en la sombra de Crawford Sloane, pretendía acompañar al presentador a la reunión del despacho de Insen. Pero éste le cerró el paso.
– Vamos a discutir temas privados de la emisora. Puede usted recuperar al señor Sloane en cuanto terminemos. Entretanto, si se produce algo urgente, tiene usted libertad absoluta para interrumpirnos.
– Si no le importa -dijo Havelock-, les interrumpo ahora mismo para ver dónde va a estar el señor Sloane.
Se deslizó con determinación por la puerta e inspeccionó la estancia.
Detrás de la mesa de Insen había dos puertas. Havelock las abrió. Una de ellas daba a un armario de materiaclass="underline" después de examinar su interior, la cerró. La otra daba a un lavabo. El agente federal entró en él, echó un vistazo y volvió a salir.
– Sólo quería asegurarme -le dijo a Insen- de que no había ninguna otra salida.
– Se lo podía haber dicho yo mismo -contestó éste.
– Algunas cosas prefiero comprobarlas por mí mismo -sonrió levemente Havelock, saliendo del despacho y sentándose ante la puerta.
Cuando el agente realizó su inspección, Leslie Chippingham ya estaba en el despacho, y mientras Sloane e Insen se instalaban dijo:
– Chuck, explícaselo tú.
– El hecho -empezó Insen mirando a Sloane a los ojos- es que no confiamos en las agencias gubernamentales ni en su capacidad para resolver esta situación. Ahora bien, Les y yo no queremos desmoralizarte, pero recordamos muy bien cuánto tiempo tardaron los del FBI en encontrar a Patricia Hearst… más de año y medio. Y otra cosa más…
Insen rebuscó entre los papeles de su mesa y cogió lo que Sloane reconoció en seguida como un ejemplar de su propio libro La cámara y la verdad. Insen lo abrió por una página señalada con un punto.
– Tú mismo has escrito, Crawf: «Los ciudadanos de los Estados Unidos no nos veremos libres del terrorismo en nuestro propio territorio durante mucho tiempo más. Pero no estamos preparados, ni en el aspecto mental ni en ningún otro, para esta clase de guerra despiadada que todo lo impregna». -Insen cerró el libro-. Les y yo estamos completamente de acuerdo.
Hubo un silencio. El recuerdo de sus propias palabras asombró y chocó a Sloane. En lo más hondo, había empezado a preguntarse si había algún motivo terrorista, acaso relacionado con él, detrás del secuestro de Jessica, Nicky y su padre. ¿O era una idea demasiado ridícula para ser considerada siquiera? Al parecer no, puesto que dos expertos veteranos del periodismo apuntaban claramente en la misma dirección.
– ¿Creéis en serio que los terroristas…? -preguntó Sloane por fin.
– Es una posibilidad, ¿no? -respondió Insen.
– Sí. -Sloane asintió-. Yo también empezaba a preguntármelo.
– Recuerda -intervino Chippingham- que en este momento no tenemos ni idea de quiénes son los que han raptado a tus familiares, ni lo que quieren. Cabe la posibilidad de que sea un secuestro convencional, a cambio de un rescate económico, y Dios sabe que eso ya sería bastante horrible. Pero estamos considerando otras posibilidades de mayor alcance, por ser tú quien eres.
Insen recogió el hilo de lo que hablaban antes:
– Hemos mencionado al FBI. No queremos preocuparte, pero si consiguen sacarles del país, lo cual entra dentro de lo posible, entonces el gobierno tendrá que recurrir a la CIA. Y bueno, en todos estos años en que ha habido ciudadanos norteamericanos retenidos en el Líbano, la CIA, con todo su poder y sus recursos, sus satélites de espionaje, inteligencia e infiltración, nunca ha logrado descubrir dónde les tenía escondidos una banda de terroristas compuesta por gentuza semianalfabeta. Y eso en un país pequeño, poco mayor que el estado de Delaware. Así que, ¿quién puede afirmar que la misma CIA de siempre será capaz de hacerlo mejor en otra parte del mundo?