El Airbus de Muskegon Airlines procedente de Chicago… se hallaba a sesenta millas de Dallas… con el pasaje casi completo… cuando se produjo una colisión en vuelo…
Cuando un corresponsal experimentado escribía crónicas para la televisión, como Partridge, sus palabras no coincidían exactamente con las imágenes. Era una fórmula artística especializada difícil de aprender, y algunos reporteros de televisión no lo lograban nunca. Incluso entre los escritores profesionales, ese talento no era reconocido como se merecía, porque el texto se escribía para acompañar imágenes y rara vez sonaba bien solo.
El truco, como sabían muy bien Harry Partridge y sus colegas, consistía en no describir las imágenes. Los espectadores de televisión ya veían lo que estaba sucediendo en la pantalla, y no necesitaban una descripción verbal. Pero el texto no debía estar tan alejado de los sucesos como para distraer la atención del espectador. Era un equilibrio literario, casi instintivo.
Otro hecho que reconocían los profesionales de la televisión era que las mejores crónicas no consistían en frases y párrafos bien construidos. Funcionaban mucho mejor los fragmentos de frases. Los hechos, escuetos, los verbos fuertes y activos; un guión debía chisporrotear. Y finalmente, el corresponsal debía infundir a su reportaje un cierto significado mediante su entonación y su actitud. En efecto, un buen corresponsal tenía que ser un buen reportero, pero además, un actor, actividades que Partridge dominaba a la perfección, aunque ese día sufría la limitación de no haber visionado las imágenes, como solía hacer. Pero sabía más o menos en qué consistirían.
Partridge concluyó con un primer plano, hablando directamente a la cámara. A su espalda continuaba la actividad en torno al Airbus.
El suceso traerá cola… más detalles trágicos, la cifra de muertos y heridos. Pero está claro que los riesgos de colisión se están multiplicando… en el espacio aéreo, en nuestro cielo abarrotado… Harry Partridge, Noticias de la CBA, Dallas-Fort Worth.
Pasaron a Rita la cinta con el comentario y el primer plano. Confiando en Partridge, y conociéndole demasiado bien para perder más tiempo verificando su trabajo, mandó que lo transmitieran todo a Nueva York sin verlo. Un momento después lo vio y lo escuchó admirada mientras el técnico lo transmitía. Recordando la discusión de una hora y media antes en el bar del aeropuerto, pensó que, con sus múltiples habilidades, Partridge demostraba ganarse con todo merecimiento esos honorarios mucho más elevados que los del corresponsal del New York Times.
En el exterior, Partridge estaba realizando otra de sus atribuciones como corresponsaclass="underline" un reportaje radiofónico para el informativo radiado de la CBA, basándose en sus notas e improvisando a más y mejor. Cuando terminara la transmisión para la televisión, enviarían esa crónica a Nueva York, vía satélite.
3
La sede de la CBA en Nueva York se encontraba en un edificio de ladrillo, de ocho plantas, sencillo y poco impresionante, en la zona este del alto Manhattan. De la antigua fábrica de muebles sólo quedaba la carcasa de la estructura original, y su interior había sido remodelado y restaurado en multitud de ocasiones por diversos contratistas. Ese trabajo poco sistemático y hecho por partes había dado pie a un laberinto de corredores por donde se perdían los visitantes no acompañados.
Pese al lúgubre emplazamiento de la CBA-News, las oficinas contenían una fortuna en prodigios electrónicos, en su mayor parte en territorio del personal técnico, en el segundo sótano, al que a veces se referían como las catacumbas. Y allí, entre una multitud de servicios, había un departamento vital de nombre prosaico: la sala de «cintas de una pulgada».
Todos los reportajes de los equipos de la CBA del mundo entero llegaban vía satélite y, ocasionalmente, por vía terrestre, a la sala de cintas de una pulgada. Y desde allí se enviaban todas las noticias grabadas, a través de una sala de control y de nuevo vía satélite, hasta los espectadores.
Esta sala padecía varios males endémicos: enormes tensiones, nervios a flor de piel, toma de decisiones al instante, órdenes urgentes, sobre todo justo antes y durante las emisiones de Últimas Noticias.
En esos momentos, una persona no familiarizada podría considerar lo que sucedía allí dentro como una escena de un desorganizado manicomio o una pesadilla tecnológica. La impresión era más intensa debido a la semipenumbra, necesaria para observar aquel bosque de pantallas de televisión.
Sin embargo, la operación funcionaba sin tropiezos, deprisa y con precisión. Allí, cualquier error podía ser desastroso, aunque rara vez ocurría alguno.
Media docena de aparatos de montaje de vídeo, inmensos y sofisticados, con consolas y pantallas de televisión incorporadas dominaban la actividad. Tales aparatos utilizaban cintas magnéticas de una pulgada de anchura, de la más alta calidad, y las más fiables. Ante cada consola se sentaba un experto que recibía, montaba y transmitía las cintas a gran velocidad, según las instrucciones. Los montadores, de mayor edad que la media de los profesionales del edificio, formaban un grupo abigarrado que parecía alardear de vestirse descuidadamente y de un comportamiento tumultuoso. Por tales razones, un comentarista les describió como los «pilotos de combate» de la televisión.
Todas las tardes, una hora antes de la edición nacional de Últimas Noticias, un productor de informativos abandonaba su puesto en la Herradura y bajaba cinco pisos para dirigir a los montadores de la sala de cintas de una pulgada. Una vez allí, ejercía de maestro, dando instrucciones a voz en grito y gesticulando con los brazos; visionaba todo el material que llegaba para el noticiario de esa noche, y decidía modificaciones en el montaje si las consideraba necesarias, al mismo tiempo que mantenía informados a sus colegas de la Herradura de las noticias de que disponía y de lo que le parecían a primera vista.
Siempre parecía que todo llegaba a la sala de cintas de una pulgada a toda prisa y con retraso. Era tradicional que los realizadores, los corresponsales y los montadores que trabajaban en la calle pulieran y revisaran su material hasta el último momento, así que la mayor parte llegaba durante la media hora previa al inicio de la emisión, e incluso con la edición en antena. Algunas veces, la primera parte de una crónica salía del vídeo para ser emitida mientras la segunda parte todavía se estaba grabando en otro aparato paralelo. Durante esos momentos, los montadores, nerviosos y sudorosos, se esforzaban al máximo.
El productor ejecutivo que solía asumir esa tarea era Will Kazazis, nacido en Brooklyn, descendiente de emigrantes griegos, cuya excitabilidad había heredado. Ese rasgo, sin embargo, era muy adecuado para su cargo y, a pesar de ello, nunca perdía los estribos. Así pues, fue Kazazis quien recibió la transmisión vía satélite de Rita Abrams desde Dallas-Fort Worth: las primeras imágenes de Minh Van Canh «sin desbrozan› y la grabación de la crónica de Harry Partridge, con su primer plano final.
Eran las 18.48… Quedaban diez minutos de emisión. Acababa de empezar una cuña de publicidad.
Kazazis ordenó al montador que había recibido la transmisión:
– Móntalo rápido. Utiliza toda la grabación de Partridge, con las mejores imágenes. A tu criterio. ¡Venga, rápido!
Por mediación de un ayudante, Kazazis ya había avisado a la Herradura de que había llegado el reportaje de Dallas. Chuck Insen, que estaba en la sala de control, le preguntó por teléfono:
– ¿Qué tal es?
– ¡Fantástico! ¡Magnífico! -le contestó Kazazis-. Justo lo que se podría esperar de Harry y Minh.
Sabiendo que no le daba tiempo para visionar personalmente la crónica, y con absoluta confianza en Kazazis, Insen le ordenó: