Rider negó con la cabeza de manera casi nostálgica.
– Hace unas horas nos han dado esto como un regalo de bienvenida. Se suponía que Iba a ser coser y cantar…
– El ADN hace que todo el mundo salte a una conclusión. Ése es el problema:
La gente cree que la tecnología lo soluciona todo. Ven demasiada televisión.
– ¿Es ésta tu extraña forma de decir que no crees que lo hiciera él?
– Todavía no sé lo que creo.
– Entonces lo seguimos, le pinchamos el teléfono, lo asustamos de alguna manera y vemos a quién llama y cómo reacciona.
Bosch asintió con la cabeza.
– Eso estaba pensando -dijo.
– Antes ha de autorizarlo Abel.
– Seguimos las reglas, como me ha dicho el jefe hoy.
– Vaya, vaya… ¡El nuevo Harry Bosch!
– Lo tienes delante.
– Antes de pedir la escucha hemos de asegurarnos de que ninguno de los protagonistas conocía a Roland Mackey. Si se confirma, voto por ir a ver a Pratt por el pinchazo.
– Me parece bien. ¿Qué más has sacado de la lectura?
Quería ver si ella había captado la corriente racial subyacente antes de proponerlo.
– Sólo lo que había allí -respondió Rider-. ¿Había algo más que se me ha pasado?
– No lo sé, nada obvio.
– ¿Entonces qué?
– Estaba pensando en el hecho de que la chica era mulata. Incluso en el ochenta y ocho tenía que haber gente a la que no le gustara la idea. Si a eso añadimos el robo del que surgió el arma… La víctima era un judío. Dijo que lo estaban acosando y que por eso compró la pistola.
Rider asintió pensativamente mientras tragaba un bocado de arroz.
– No hay que perderlo de vista -dijo ella-. Pero no veo que haya que echar las campanas al vuelo con eso.
– No había nada en el expediente…
Comieron en silencio durante unos minutos. Bosch siempre pensaba que Chinese Friends tenía las gambas más suaves y dulces que había comido nunca con el arroz frito. Las costillas de cerdo, tan finas como los platos de plástico en los que las comían, también eran exquisitas. Y Kiz tenía razón, era mejor comerlas con la mano.
– ¿Y Green y García? -preguntó Rider al fin.
– ¿Qué pasa con ellos?
– ¿Cómo los calificarías en esto?
– No lo sé, quizás un suficiente, siendo generoso. Cometieron errores y retardaron las cosas. Después parece que cumplieron el expediente. ¿Y tú?
– Lo mismo. Escribieron un buen expediente, aunque da la sensación de que lo hicieron para cubrirse las espaldas, como si supieran que nunca iban a resolverlo. Se esmeraron en que el expediente mostrara que no habían dejado piedra sin mover.
Bosch asintió y miró su bloc en la silla vacía que tenía al lado. Leyó la lista de gente a interrogar.
– Hemos de hablar con los padres y con García y Green. También necesitamos una foto de Mackey. De cuando tenía dieciocho.
– Creo que es mejor dejar a los padres hasta que hayamos hablado con los demás. Puede que sean los más importantes, pero han de ser los últimos. Quiero saber lo más posible antes de sacudirlos, con esto después de diecisiete años.
– Bien. Quizá deberíamos empezar con la condicional. Hace sólo un año que terminó. Probablemente estaba asignado a Van Nuys.
– Sí. Podemos ir allí y después pasamos a hablar con Art García.
– ¿Lo has encontrado? ¿Sigue trabajando?
– No tuve que buscar. Ahora es jefe de la comandancia del valle.
Bosch asintió. No estaba sorprendido. A García le había ido bien. El puesto de inspector de comandancia lo situaba justo por debajo del subdirector. Eso significaba que era segundo al mando en las cinco divisiones de policía del valle de San Fernando, incluida la de Devonshire, donde años antes había investigado el caso Verloren.
Rider continuó.
– Además de nuestros proyectos regulares en la oficina del jefe, cada uno de los ayudantes especiales era una especie de enlace con una de las cuatro comandancias. Mi asignación era el valle. Así que el inspector de comandancia García y yo hablábamos de vez en cuando, aunque solía tratar con su ayudante, un tal Vartan.
– Ya te entiendo… Tengo una compañera muy bien conectada. Probablemente le estabas diciendo a Vartan y García cómo manejar el valle.
Ella negó con la cabeza simulando estar enfadada.
– No me vengas con hostias. Trabajar en la sexta planta me dio una buena visión del departamento y de cómo funciona.
– O cómo no funciona. Y hablando de eso, hay algo que debería contarte.
– ¿Qué es?
– Me encontré con Irving cuando fui a buscar café. Justo después de que te fueras.
Rider inmediatamente se mostró preocupada. -¿Qué pasó? ¿Qué dijo?
– No mucho. Me llamó recauchutado y mencionó que voy a estallar y que, cuando me pase eso, el jefe caerá conmigo por haberme recontratado. Y, por supuesto, cuando pase la tormenta, Don Limpio estará allí para subir un peldaño.
– Joder, Harry. ¿Un día en el trabajo y ya tienes a Irving mordiéndote el culo?
Bosch separó las manos, casi golpeando el hombro del señor que estaba sentado en la mesa de al lado.
– Fui a buscar café y estaba allí. Fue Irving el que se me acercó, Kiz. Estaba ocupándome de mis asuntos, te lo juro.
Rider bajó la mirada y continuó comiendo sin hablarle. Dejó el último trozo de costilla de cerdo, a medio comer, en el plato.
– No puedo comer más, Harry. Vámonos de aquí.
– Yo estoy listo.
Bosch dejó más que suficiente dinero en la mesa y Rider dijo que la próxima vez pagaría ella. Se metieron en el coche de Bosch, un Mercedes SUV negro, y recorrieron Chinatown hasta la entrada norte de la 101. Llegaron hasta la autovía antes de que Rider volviera a hablar de Irving.
– Harry, no te lo tomes a la ligera -dijo ella-. Ten mucho cuidado.
– Siempre tengo cuidado, Kiz, y nunca me he tomado a ese hombre a la ligera.
– Lo único que digo es que le han pasado por delante dos veces para el puesto máximo. Podría estar un poco desesperado.
– Sí, pero ¿sabes lo que no entiendo? ¿Por qué tu hombre no se deshizo de él cuando llegó aquí? ¿Por qué no hizo limpieza? Mandar a Irving al otro lado de la calle no es poner fin a una amenaza. Eso lo sabe cualquiera.
– No podía deshacerse de él. Irving lleva más de cuarenta años de servicio.
Tiene muchos contactos fuera del departamento y en el City Hall. Y sabe dónde están enterrados muchos cadáveres. El jefe no podía tomar ninguna medida contra él sin estar seguro de que no habría respuesta.
Otra vez se instauró el silencio. El tráfico de primera hora de la tarde hacia el valle era fluido. Tenían puesta la KFWB, la emisora de todo noticias e informes de tráfico y en la radio no hablaban de problemas más adelante. Bosch miró el indicador de gasolina y vio que todavía le quedaba medio depósito.
Antes habían decidido alternar el uso de sus coches particulares. Habían solicitado y obtenido la aprobación para compartir un vehículo del departamento, pero ambos sabían que ésa era la parte fácil. Podían pasar meses, o incluso más, antes de que dispusieran del vehículo. El departamento no tenía ni el coche sobrante ni presupuesto para comprar uno. La solicitud era un mero trámite burocrático previo a que el departamento pagara por gasolina y kilometraje de sus coches particulares. Bosch sabía que con el tiempo haría tantos kilómetros en su Mercedes que el gasto probablemente sería mayor que el del coche aprobado.
– Mira -dijo él al fin-. Ya sé lo que estás pensando, aunque no lo estés diciendo. No te preocupas sólo por mí. Te jugaste el cuello por mí y convenciste al jefe para que me contratara. Créeme, Kiz, sé que no sólo me la juego yo…, este recauchutado. No has de preocuparte y puedes decirle al jefe que no tiene que preocuparse. Lo he entendido. No habrá un reventón.