– ¿Encontró el archivo? -preguntó Rider.
– Aquí está -dijo Kibble-. Puedo prestárselo, pero si quieren preguntarme por el chico, háganlo ahora. Mi pizarra de la tarde empieza en cinco minutos. Si me retraso provoco un efecto dominó que dura toda la tarde y salgo de aquí a las tantas. Esta noche no puedo, he quedado. -Estaba radiante ante la perspectiva de su cita.
– Muy bien, ¿qué recuerda de Mackey? ¿Ha mirado el expediente?
– Sí, lo he ojeado mientras volvía hacia aquí. Mackey era sólo un meón bromista. Un pobre drogadicto de poca monta con un componente bastante racista. No era gran cosa. Me gustaba bastante tenerlo metido en un puño, pero nada más.
Rider había abierto la carpeta y Bosch se estaba inclinando hacia ella para mirarla.
– ¿El caso de lascivia fue por exhibirse?
– De hecho, ahí descubrirán que el chico se pasó con el speed y el alcohol (mucho alcohol) y decidió aliviarse en el patio de alguien. Resultó que allí vivía una chica de trece años y estaba fuera jugando al baloncesto. El señor Mackey decidió después de ver a la niña que como ya había sacado su colita al viento lo mismo podía seguir adelante y decirle a la niña si quería probarla. ¿He mencionado que el padre de la niña trabajaba en la División Metropolitana del Departamento de Policía de Los Ángeles y que casualmente estaba fuera de servicio y en casa cuando ocurrió el incidente? Salió y redujo al señor Mackey. De hecho, el señor Mackey se quejó después de que casualmente, o quizá no tan casualmente, lo habían tirado al suelo justo encima del charco que acababa de hacer. No le hizo ninguna gracia.
Kibble sonrió al relatar la historia. Bosch asintió. Su versión era más colorista que el resumen del caso que figuraba en el expediente.
– Y simplemente pidió la condicional.
– Exacto. Le ofrecieron un acuerdo y lo aceptó. Me lo asignaron.
– ¿Algún problema durante sus doce meses?
– Nada salvo sus problemas conmigo. Pidió otro agente, pero le denegaron la petición y se quedó clavado conmigo. Lo mantenía controlado, pero se notaba bajo la superficie. No podría decirle qué le molestaba más, si el hecho de que fuera negra o el hecho de que fuera mujer.
Miró a Rider al decir la última parte, y ésta asintió.
El archivo contenía detalles del pasado delictivo de Mackey y de su biografía.
Había fotos tomadas durante sus primeras detenciones que serían el elemento base. Había demasiado en juego para tratarlo delante de Kibble.
– ¿Podríamos disponer de una copia? -le preguntó Bosch-. Y también nos gustaría que nos prestara alguna de estas primeras fotos, a ser posible.
Los ojos de Kibble se entornaron un momento.
– Están trabajando en un caso viejo, ¿eh? -Rider asintió.
– De hace mucho -dijo.
– Un caso aparcado, ¿eh?
– Los llamamos abiertos -dijo Rider. Kibble asintió pensativamente.
– Bueno, aquí nada me sorprende: he visto a gente robar una pizza y ser detenida dos días antes del final de una condicional de cuatro años. Pero por lo que recuerdo de este Mackey, no me parecía que tuviera instinto asesino. En mi opinión. Es un discípulo, no un líder.
– Es una buena lectura -dijo Bosch-. No estamos seguros de que se trate de él. Sólo sabemos que estuvo implicado. -Se levantó, preparado para irse-. ¿Y la foto? Una fotocopia no sería lo bastante clara para enseñarla.
– Puede llevársela siempre que me la devuelva. Necesito mantener el archivo completo. La gente como Mackey tiene tendencia a volver, ¿entiende?
– Sí, y se la devolveremos. ¿Puede hacerme también una copia de ese artículo? Quiero leerlo.
Kibble miró el recorte de periódico clavado a la pared del cubículo.
– Pero no mire la foto. Ese es mi viejo yo.
Después de salir de las dependencias del Departamento Correccional, Rider y Bosch cruzaron la calle hasta los edificios municipales de Van Nuys y caminaron entre los dos tribunales para llegar al centro comercial que había en medio. Se sentaron en un banco junto a la biblioteca. Su siguiente cita era con Arturo García, en la División de Van Nuys, que también era uno de los edificios del complejo gubernamental, pero era temprano y querían estudiar antes el expediente del Departamento Correccional.
El archivo contenía descripciones detalladas de todos los delitos por los que Roland Mackey había sido detenido desde su decimoctavo cumpleaños. También contenía información biográfica utilizada por los agentes de la condicional a lo largo de los años para determinar aspectos de su supervisión. Rider le pasó a Bosch la ficha policial, mientras empezaba a revisar los detalles biográficos. De inmediato Kizmin Rider interrumpió a Bosch en su lectura para mencionar datos de Mackey que pensaba que podían ser pertinentes en el caso Verloren.
– Se sacó el graduado escolar en Chatsworth High en el verano del ochenta y ocho -dijo-. Así que eso lo sitúa justo en Chatsworth.
– Si se sacó el graduado escolar, eso significa que antes había abandonado los estudios. ¿Dice en dónde?
– Aquí no hay nada. Dice que se educó en Chatsworth. Familia disfuncional.
Mal estudiante. Vivía con su padre, soldador en la fábrica de General Motors en Van Nuys. No suena a alumno de Hillside Prep.
– Aun así hemos de comprobarlo. Los padres siempre quieren que a sus hijos les vaya mejor. Si fue allí y conoció a Rebecca y después lo echaron, eso explicaría por qué no lo entrevistaron en el ochenta y ocho.
Rider simplemente asintió. Continuó leyendo.
– Este tipo nunca salió del valle -dijo-. Todas las direcciones son de por aquí.
– ¿Cuál es la última conocida?
– Panorama City. La misma que en Auto Track. Pero si está aquí, probablemente es vieja.
Bosch asintió. Cualquiera que había pasado por el sistema penitenciario tantas veces como Mackey sabía que le convenía cambiarse de casa el día en que terminaba la condicional. Y sin dejar dirección. Bosch y Rider irían a la dirección de Panorama City a comprobarlo, pero Bosch sabía que Mackey ya no iba a estar. Allí donde se hubiera trasladado no había usado su nombre en los servicios públicos ni había actualizado su licencia de conducir o su registro de vehículo. Estaba volando por debajo del radar.
– Dice que estuvo con los Wayside Whities -dijo Rider al revisar el informe.
– No me sorprende.
Wayside Whities era el nombre de una banda carcelaria que había existido durante años en el Wayside Honor Rancho del norte del condado. Las bandas normalmente se formaban siguiendo líneas raciales en las prisiones del condado, más como medio de protección que por animadversión racial. No era raro encontrar a miembros judíos en la banda de orientación nazi Wayside Whities. La protección era la protección. Era una forma de pertenecer a un grupo y evitar las agresiones de otros grupos. Se trataba de una medida de supervivencia en prisión. La pertenencia de Mackey al grupo era sólo una conexión tenue con la teoría de Bosch de que la raza posiblemente había sido un factor a tener en cuenta en el caso Verloren. -¿Algo más sobre eso? -preguntó.
– No que haya visto.
– ¿Y la descripción física? ¿Algún tatuaje?
Rider pasó las hojas y sacó un formulario de la prisión.
– Sí, tatuajes -dijo, leyendo-. Lleva su nombre en un bíceps y supongo que el nombre de una chica en el otro, RaHoWa.
Deletreó el nombre y Bosch empezó a sentir el primer cosquilleo de que su hipótesis era sólida.
– No es un nombre -dijo-. Es código. Significa Racial Holy War. Las dos primeras letras de cada palabra. El tipo es uno de los fieles. Creo que a García y Green se les pasó y lo tenían delante.
Sintió la subida de la adrenalina.
– Mira esto -dijo Rider con urgencia-. También tenía el número ochenta y ocho tatuado en la espalda. El tipo tiene un recordatorio de lo que hizo en el ochenta y ocho.
– Más o menos -dijo Bosch-. Es otro código. Trabajé en uno de esos casos de supremacía blanca y recuerdo todos los códigos. Para esos tipos ochenta y ocho significa doble H porque la H es la octava letra del alfabeto. Ochenta y ocho equivale a HH, es decir, Heil Hitler. También usan un noventa y ocho para Sieg Heil. Son muy listos, ¿no?