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Bosch estaba impresionado por el fervor de Pratt. Veía sinceridad e incluso dolor en sus ojos. Asintió con la cabeza.

Inmediatamente supo que quería trabajar para aquel hombre una excepción en su experiencia en el departamento.

– Pero no olvidéis que cerrar un caso no significa cerrar las heridas -añadió Pratt.

– Entendido -dijo Bosch.

– Ahora bien, sé que los dos tenéis larga experiencia en el trabajo de Homicidios. Lo que os va a resultar difícil aquí es la relación con los casos.

– ¿Relación? -preguntó Bosch.

– Sí, relación. Lo que quiero decir es que trabajar en casos de homicidios recientes es algo completamente diferente. Tienes el cadáver, tienes la autopsia, llevas la noticia a la familia. Aquí se trata de víctimas que han muerto hace mucho tiempo. No hay autopsias, no hay escenas del crimen físicas. Trabajamos con expedientes (si podemos encontrarlos) y con los registros. Cuando llegamos a la familia (y hacedme caso, no vayáis antes de estar bien preparados) encontramos a gente que ya ha sufrido el shock y ha encontrado o no formas de superarlo. Desgasta. Espero que estéis preparados para eso.

– Gracias por la advertencia -dijo Bosch.

– Con los asesinatos recientes, es una experiencia casi clínica, porque se trabaja con urgencia. Con los viejos casos, la experiencia es emocional. Vais a ver el peaje que se cobra la violencia a lo largo del tiempo. Que no os pille por sorpresa.

Pratt cogió una gruesa carpeta azul que tenía en un lado de su escritorio y la colocó en el centro de su cartapacio calendario. Empezó a empujarlo hacia ellos, pero se detuvo.

– Otra cosa para la que hay que estar preparado es el propio departamento. Contad con que los archivos estén incompletos o incluso falten. Contad con que las pruebas estén destruidas o desaparecidas. Contad con empezar de cero con algunos de estos casos. Esta unidad se formó hace dos años. Pasamos los primeros ocho meses simplemente revisando el historial de casos y seleccionando los abiertos sin resolver. Enviamos todo el material que pudimos a los investigadores forenses, pero incluso cuando hemos encontrado una coincidencia nos hemos visto mermados por la falta de integridad del caso. Ha sido desastroso. Ha sido frustrante. Aunque no hay estatuto de prescripción en el asesinato, descubrimos que de manera rutinaria se habían eliminado las pruebas e incluso los archivos durante al menos una administración.

»Lo que estoy diciendo es que vuestro mayor obstáculo en algunos de estos casos podría muy bien ser el departamento en sí.

– Alguien dijo que tenemos un resultado ciego que surgió de uno de nuestros bloques de tiempo -dijo Bosch.

Había oído suficiente. Necesitaba ponerse en marcha.

– Sí -dijo Pratt-. Hemos de llegar a eso en un segundo. Déjame terminar mi pequeño discurso. Después de todo, no tengo ocasión de hacerlo con mucha frecuencia. En resumen, lo que queremos hacer aquí es aplicar tecnología y técnicas nuevas a casos viejos. La tecnología tiene esencialmente tres vertientes. Tenemos ADN, huellas dactilares y balística. En las tres áreas, los avances en análisis comparativos han sido fenomenales en los últimos diez años. El problema con este departamento es que nunca había utilizado esos avances para revisar casos antiguos. Por consiguiente, tenemos unos dos mil casos en los cuales hay pruebas de ADN que nunca se han procesado y comparado. Desde mil novecientos sesenta existen cuatro mil casos con huellas dactilares que nunca se han revisado a través de un ordenador.

Los nuestros, los del FBI, del Departamento de Justicia, el ordenador. Los nuestros, los del FBI, del Departamento de Justicia, el ordenador de quien sea. Es casi risible, pero es demasiado triste para reírse de ello. Lo mismo que balística. Estamos encontrando que en la mayoría de los casos las pruebas siguen allí, pero no se han tenido en cuenta.

Bosch negó con la cabeza, sintiendo ya la frustración de todas las familias de las víctimas, los casos barridos por el tiempo, la indiferencia y la incompetencia.

– También descubriréis que las técnicas son diferentes. El policía de Homicidios actual es simplemente mejor que aquel de, digamos, mil novecientos sesenta o setenta. O incluso que el de mil novecientos ochenta. Así que incluso antes de llegar a las pruebas físicas y de revisar esos casos vais a ver cosas que ahora os parecen obvias, pero que no eran obvias para nadie en el momento del crimen.

Pratt asintió con la cabeza. Su discurso había finalizado.

– Ahora el resultado ciego -dijo, empujando la carpeta azul pálido del expediente por la mesa-. Aquí lo tenéis. Es todo vuestro. Cerradlo y poned a alguien entre rejas.

3

Después de salir del despacho de Pratt, decidieron que Bosch iría a buscar la siguiente ronda de cafés mientras Rider empezaba con el expediente del caso. Sabían por experiencias anteriores que ella era la que leía más deprisa y no tenía sentido dividir el contenido de la carpeta. Ambos necesitaban leerlo de principio a fin, para que la investigación se les presentara de la forma lineal en que se llevó a cabo y fue documentada.

Bosch le dijo a Rider que le daba ventaja. Le explicó que quizá se tomara una taza en la cafetería, porque echaba de menos el sitio. El sitio, no el café.

– Supongo que eso me da unos minutos para ir al final del pasillo -dijo ella.

Después de que ella saliera de la oficina hacia el cuarto de baño, Bosch cogió la hoja con el listado de los años que les habían asignado y se la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Salió de la 503, cogió el ascensor hasta el tercer piso y recorrió la sala principal de la División de Robos y Homicidios hasta el despacho del capitán.

El despacho del capitán estaba dividido en dos partes.

Una era su despacho real y la otra era llamada «sala de homicidios». Estaba amueblada con una larga mesa de reuniones donde se discutían las investigaciones, y dos de las paredes estaban llenas de estantes que contenían volúmenes de derecho penal y los libros de registro de los casos de asesinato de la ciudad. Todos los homicidios que se habían cometido en Los Ángeles desde hacía más de cien años tenían una entrada en aquellos diarios encuadernados en piel. Durante décadas rutinariamente se actualizaban los registros cada vez que se resolvía uno de los asesinatos. Era una referencia rápida para determinar qué casos seguían abiertos y cuáles habían sido cerrados.

Bosch pasó un dedo por los lomos agrietados de los libros. En todos ellos ponía simplemente «Homicidios» seguido del listado de años registrados. En los primeros volúmenes cabían varios años. En cambio, en la década de 1980 el número de crímenes había aumentado de tal manera que cada volumen contenía únicamente los de un año. Se fijó en que el año 1988 ocupaba dos tomos, y de repente tuvo una idea de por qué ese año había sido asignado a él y a Rider como nuevos miembros de la unidad de Casos Abiertos. El mayor índice de asesinatos en la ciudad también suponía el mayor índice de casos no resueltos.

Cuando encontró el libro que contenía los casos de 1972 sacó el volumen y se sentó a la mesa. Pasó las páginas, leyendo por encima las historias, oyendo las voces. Encontró a la anciana que fue ahogada en su bañera. El caso nunca se resolvió. Continuó, a través de 1973 y 1974, y luego pasó al volumen que contenía 1966, 1967 y 1968. Leyó los casos de Charles Manson y Robert Kennedy. Leyó los casos de gente cuyos nombres nunca había oído o conocido. Nombres que les habían sido arrebatados junto con todo lo que habían tenido o podido tener.