Mackey llevó el Toyota hasta un concesionario que se encontraba en la otra punta de Van Nuys Boulevard. Mientras estaba allí, dejando el vehículo siniestrado, Bosch recibió otra llamada. Robinson le dijo que habían vuelto a llamar a Mackey. Esta vez al Northridge Fashion Center, donde un empleado de la librería Borders se había quedado sin batería.
– Este tío no va a tener tiempo de leer el periódico si sigue así de ocupado -dijo Rider después de que Bosch le explicara la llamada telefónica.
– No lo sé -dijo Bosch-. Me pregunto si sabe leer siquiera.
– ¿Te refieres a la dislexia?
– Sí, pero no sólo a eso. No le he visto leer ni escribir. Me pidió que rellenara yo el formulario de la grúa. Después tampoco quería rellenar un recibo al final, o no podía. Y había esa nota para él en el escritorio.
– ¿Qué nota?
– La cogió y la miró un buen rato, pero no estoy seguro de que supiera lo que decía.
– ¿Pudiste leerla? ¿Qué decía?
– Era una nota de la gente del turno de día. Visa había llamado para confirmar una solicitud que había hecho, supongo.
Rider juntó las cejas.
– ¿Qué? -preguntó Bosch.
– Sólo me parece extraño, él pidiendo una tarjeta de crédito. Eso lo haría localizable, y pensaba que era lo que trataba de evitar.
– Quizás está empezando a sentirse seguro.
Mackey fue directamente del concesionario Toyota al centro comercial, donde puso en marcha el coche de una mujer. A continuación dirigió su grúa de nuevo hacia la base. Eran casi las diez en punto cuando aparcó en el garaje. Las esperanzas tenues de Bosch se mantuvieron a flote cuando miró a través de los prismáticos desde el centro comercial al otro lado de la calle y vio a Mackey caminando desde el camión a la oficina.
– Podríamos estar todavía en juego -le dijo a Rider-. Lleva el periódico.
Era difícil no perder a Mackey en el interior del garaje. La oficina delantera tenía cristal en dos de los lados y no suponía un problema. Sin embargo, ya habían cerrado las puertas del garaje, y en ocasiones daba la sensación de que Mackey desaparecía en esas áreas, donde Bosch no podía verlo.
– ¿Quieres que sea tus ojos un rato? -preguntó Rider. Bosch bajó los prismáticos y la miró. Apenas podía interpretar su rostro en la oscuridad del coche.
– No, estoy bien. De todos modos tú has conducido todo el rato. ¿Por qué no descansas? Hoy te he despertado temprano.
Bosch volvió a levantar los prismáticos.
– Estoy bien -dijo Rider-, cuando necesites un descanso…
– Además -dijo Bosch-, casi me siento responsable por este tipo.
– ¿Qué quieres decir?
– Bueno, todo el asunto. O sea, podríamos haber detenido a Mackey y apurado en comisaría. En cambio, hemos venido en este sentido, y es mi plan. Soy responsable.
– Todavía podemos apurado. Si esto no funciona, probablemente será lo que tendremos que hacer.
El teléfono de Bosch sonó.
– Quizás ésta es la que estamos esperando -dijo al contestar.
Era Nord.
– Pensaba que nos habías dicho que este tipo se sacó el graduado escolar, Harry.
– Lo hizo. ¿Qué pasa?
– Acaba de llamar a alguien para que le leyera el artículo del periódico.
Bosch se sentó un poco más firme. Estaban en Juego. No importaba cómo le hubieran comunicado la historia a Mackey, lo importante era que quería saber lo que decía.
– ¿A quién ha llamado?
– A una mujer llamada Michelle Murphy. Sonaba como una antigua novia. Le ha preguntado si todavía compraba el periódico todos los días, como si ya no estuviera seguro. Ella le ha dicho que sí, y Mackey le ha pedido que le leyera el artículo.
– ¿Lo comentaron después de que ella se lo leyera?
– Sí. Ella le ha preguntado si conocía a la chica del artículo. Él ha dicho que no, pero luego ha dicho: «Conocía la pistola.» Tal cual. Entonces ella ha dicho que no quería saber nada más, y eso ha sido todo. Han colgado.
Bosch pensó en la nueva información. La trampa que había llevado a cabo había funcionado. Había golpeado una roca que no se había movido en diecisiete años. Estaba excitado, y sentía la inyección de adrenalina en la sangre.
– ¿Puedes reproducirnos la grabación por la línea? -preguntó-. Quiero oírla.
– Creo que podemos -dijo Nord-. Deja que vaya a buscar a uno de los técnicos que rondan por aquí… Eh, Harry, volveré a lIamarte. Mackey está haciendo una llamada.
– Vuelve a llamarme.
Bosch cerró rápidamente el teléfono de manera que Nord pudiera volver a su monitor. Excitadamente recontó a Rider el informe sobre la llamada de Mackey a Michelle Murphy. Se dio cuenta de que Rider también había captado la tensión.
– Puede que funcione, Harry.
Bosch estaba mirando a Mackey a través de los prismáticos. Estaba sentado detrás de la mesa de la oficina y hablando por su teléfono móvil.
– Vamos, Mackey -susurró Bosch-. Vomítalo. Cuéntanos la historia.
Pero entonces Mackey cerró el teléfono. Bosch sabía que la llamada había sido demasiado corta.
Diez segundos déspués Nord volvió a llamar a Bosch.
– Acaba de llamar a Billy Blitzkrieg.
– ¿Qué ha dicho?
– Ha dicho «puede que esté en apuros» y «podría necesitar perderme», y entonces Burkhart le ha cortado y ha dicho «no me importa lo que sea, no hables de esto por teléfono». Han acordado reunirse cuando Mackey salga de trabajar.
– ¿Dónde?
– Parecía que en la casa. Mackey ha dicho «¿estarás ahí?», y Burkhart ha dicho que estaría. Mackey ha preguntado: «¿Y Belinda? ¿Sigue ahí?», y Burkhart ha dicho que estaría durmiendo y que no se preocupara por ella. Lo dejaron ahí.
Bosch inmediatamente sintió un mazazo a sus esperanzas de cerrar el caso esa noche. Si Mackey se reunía con Burkhart en el interior de la casa, no oirían lo que se dijera dentro. Quedarían al margen de la confesión para la cual habían organizado la operación de vigilancia.
– Llámame si hace alguna otra llamada -dijo rápidamente, y colgó.
Miró a Rider, que aguardaba expectante en la oscuridad.
– ¿No es bueno? -preguntó ella. Obviamente había interpretado algo en el tono que Bosch había usado con Nord.
– No es bueno.
Le explicó las llamadas y el obstáculo con el que iban a encontrarse si Mackey se reunía con Burkhart para hablar de su «problema» detrás de unas puertas cerradas.
– No todo es malo, Harry -dijo ella después de oír el relato completo-. Ha hecho una admisión sólida con la mujer, Murphy, y una admisión menor con Burkhart. Nos estamos acercando, así que no te desanimes. Lo resolveremos. ¿Qué podemos hacer para conseguir que se reúnan fuera de la casa? En un Starbucks, por ejemplo.
– Sí, claro. Mackey pidiendo un cortado.
– Ya sabes a qué me refiero.
– Aunque los arrastremos fuera de la casa, ¿cómo vamos a acercarnos a ellos? No podemos. Necesitamos que sea una llamada telefónica. Es el punto ciego, mi punto ciego, en todo este asunto.
– Sólo hemos de quedarnos bien sentados y ver qué pasa. Es lo único que podemos hacer ahora mismo. Mira, sería bueno tener una oreja en esto, pero quizá no sea el fin del mundo. Todavía tenemos a Mackey al teléfono diciendo que tendría que perderse. Si lo hace, si huye, un jurado podría verlo como una sombra de culpa. Y si cogemos eso y lo que ya tenemos en la cinta podría ser suficiente para sacarle más cuando finalmente lo detengamos. No está todo perdido, ¿vale?