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– Buen trabajo, Harry -dijo Pratt-. Si Raj encuentra un resultado, cambiamos de dirección y nos movemos hacia ello. Vale, volvamos a nuestros informes. Tu compañera te pondrá al corriente de lo que hemos visto hasta el momento.

Pratt se volvió entonces hacia Robinson y Nord en el otro extremo de la larga mesa y dijo:

– ¿Qué ha surgido con la llamada del camión grúa?

– No gran cosa que ayude -dijo Nord-. Como la llamada se hizo después de que cambiáramos nuestra monitorización a la línea de la propiedad de Burkhart, no teníamos audio grabándolo. Pero tenemos los registros y muestran que la llamada llegó directamente a Tampa Towing antes de que la rebotaran al servicio contestador de AAA, la Asociación Americana de Automóviles. La llamada se realizó desde un teléfono público situado en el exterior del Seven-Eleven de Tampa, junto a la entrada de la autovía. Probablemente hizo la llamada y después se metió en la autovía y esperó.

– ¿Huellas en el teléfono? -preguntó Pratt.

– Pedimos a Raj que echara un vistazo después de que terminara en la escena -dijo Robinson-. Habían limpiado el teléfono.

– Lo suponía -dijo Pratt-. ¿Hablasteis con AAA?

– Sí. Nada que ayude salvo que el que llamó era un hombre. -Se volvió a Bosch-. ¿Tienes algo que añadir que Rider no nos haya contado ya?

– Probablemente sólo más de lo mismo. Burkhart parece que está limpio la noche pasada y parece que también está limpio en Verloren. Ambas noches parecía estar bajo vigilancia del departamento.

Rider lo miró con ceño. Todavía tenía más información que ella no conocía. Bosch apartó la mirada.

– Genial, ¿dónde nos deja eso? -preguntó Pratt.

– Bueno, básicamente, nuestro plan del periódico nos estalló en las manos -dijo Rider-. Podría haber funcionado en términos de llevar a Mackey a querer hablar de Verloren, pero nunca tuvo la ocasión. Alguien más vio el artículo. -Ese alguien podría ser el asesino -dijo Pratt.

– Exactamente -dijo Rider-. La persona a la que Mackey ayudó o a la que le dio la pistola hace diecisiete años. Esa persona también vio el artículo y supo que la sangre de la pistola no era suya, y eso significaba que tenía que ser de Mackey. Sabía que Mackey era la conexión con él, así que Mackey tenía que morir.

– Entonces ¿cómo lo preparó? -preguntó Pratt.

– O bien era lo bastante listo para averiguar que el artículo era una trampa y estábamos vigilando a Mackey, o bien supuso que la mejor manera de llegar a Mackey es la forma en que lo hizo. Sacarlo de allí solo. Como he dicho, era listo. Eligió un tiempo y lugar en que Mackey estuviera solo y fuera vulnerable. En la rampa de entrada estás muy por encima de la autovía. Ni cón las luces de la grúa encendidas lo habría visto nadie allí.

– También era un buen sitio en caso de que estuvieran siguiendo a Mackey -añadió Nord-. El asesino sabía que un coche que lo estuviera vigilando habría tenido que seguir adelante y eso lo habría dejado a solas con Mackey.

– ¿No le estábamos dando demassiado crédito a este tipo? -preguntó Pratt-. ¿Cómo iba a saber que la poli iba detrás de Mackey? ¿Sólo por un artículo de diario? Vamos.

Ni Bosch ni Rider respondieron, y todos los demás digirieron en silencio la insinuación tácita de que' el asesino tuviera una conexión con el departamento o, más concretamente, con la investigación.

– De acuerdo, ¿qué más? -dijo Pratt-. Creo que podremos contenerlo otras veinticuatro horas. Después de eso estará en los periodicos y subirá a la sexta planta, y rodarán cabezas si no lo resolvemos antes. ¿Qué hacemos?

– Nos ocuparemos de los registros de llamadas -dijo Bosch, hablando en su nombre y en el de Rider-. Ése es el punto de partida.

Bosch había estado pensando en la nota a Mackey que había visto en el escritorio del garaje el día anterior. Una llamada de Visa para verificar el empleo. Como Rider había señalado cuando oyó por primera vez, Mackey no iba a dejar rastros como tarjetas de crédito. Era algo que no encajaba y que había que investigar.

– Tenemos los listados aquí -dijo Robinson-. La línea más ocupada era la del garaje. Todo tipo de llamadas de negocios.

– Vale, Harry, Kiz, ¿queréis los registros? -preguntó Pratt.

Rider miró a Harry y después a Pratt.

– Es lo que Harry quiere. Parece que hoy está en racha. Como para dar la razón a Rider, el teléfono de Bosch empezó a sonar. Harry miró la pantalla. Era Raj Patel.

– Ahora veremos qué tipo de racha -dijo al abrir el teléfono.

Patel explicó que tenía una noticia buena y una mala.

– La buena noticia es que todavía conservamos el faldón de las huellas recogidas en la casa. Las que recuperamos esta mañana no coinciden con niguna de ellas. Has encontrado a alguien nuevo. Harry podría ser tu asesino.

Lo que significaba era que las huellas dactilares de los miembros de la familia Verloren y otros cuyo acceso a la casa estaba justificado todavía se conservaban en el laboratorio dactilográfico de la División de Investigaciones Científicas y que ninguna de ellas coincidía con las huellas del índice y de la palma recogidas esa mañana de debajo de la cama de Rebecca Verloren. Por supuesto las huellas dactilares no podían fecharse, y era posible que las huellas descubiertas esa mañana hubieran sido dejadas por quien hubiera instalado la cama. Pero parecía poco probable. Las huellas se sacaron de la parte inferior de la tabla de madera. Quien la había dejado probablemente estaba debajo de la cama.

– ¿Y la mala noticia? -preguntó Bosch.

– Acabo de comprobarlas en la red de California. No hay coincidencias.

– ¿Y el FBI?

– Es el siguiente paso, pero no será tan rápido. Han de procesarlas. Las enviaré con aviso de urgencia, pero ya sabes lo que pasa.

– Sí, Raj. Tenme al corriente, y gracias por el esfuerzo.

Bosch cerró el teléfono. Se sentía un punto abatido y su rostro lo mostraba. Se dio cuenta de que los demás también sabían cómo había ido antes de que diera la noticia.

– No hay resultados en la base de datos del Departamento de Justicia -dijo-. Probará con la base del FBI, pero tardará un poco.

– ¡Mierda! -dijo Renner.

– Hablando de Raj Patel -dijo Pratt-, su hermano ha programado la autopsia para hoy a las dos en punto. Quiero un equipo allí. ¿Quién quiere ocuparse?

Renner levantó débilmente la mano. Él y Robleta se encargarían. Era una misión fácil siempre y cuando a uno no le importara asistir a semejante espectáculo.

La reunión enseguida se levantó después de que Pratt asignara a Robinson y Nord para que se ocuparan de los interrogatorios de los compañeros de trabajo de Mackey en el garaje. Marcia y Jackson se ocuparían de reunir los informes en un expediente. Ellos todavía eran los investigadores oficiales del caso y coordinarían las operaciones desde la sala 503.

Pratt miró la factura, la dividió por nueve y pidió a cada uno de ellos que pusiera diez dólares. Eso significaba que Bosch tenía que poner un billete de diez a pesar de que ni siquiera se había tomado un café. No protestó. Era el precio por llegar tarde, y por ser el tipo que los había llevado por ese camino.

Cuando todos se levantaron, Bosch captó la mirada de Rider.

– ¿Has venido directamente o te ha traído alguien?

– Abel me ha traído.

– ¿Quieres que volvamos juntos?

– Claro.

En el exterior del restaurante, Rider le dio a Bosch un castigo de silencio mientras esperaban que el aparcacoches les trajera el Mercedes. Miró el gran novillo de plástico que formaba parte del letrero del restaurante. Debajo del brazo, Rider llevaba una carpeta que contenía los listados del registro de llamadas.

Finalmente llegó el coche y entraron. Antes de salir del aparcamiento, Bosch se volvió y la miró.

– Muy bien, dilo -dijo.

– ¿Decir qué?