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– Dado que pretendes ser tan detallista -le dijo burlonamente-, no, no todos estaban en su camarote.

– ¿Puedes ser más concreto?

– Cuando me desperté, el hermano Bairne, con quien comparto camarote, no estaba en su litera. Luego he sabido que había estado en la proa del barco.

– Bien. ¿Y sabes si había alguien más, aparte de Muirgel, que no estuviera en su camarote?

– No.

– ¿Cuándo supiste que Muirgel había desaparecido?

– Casi de inmediato. Como recordarás, su camarote se encuentra delante del mío. Cuando entré, ella no estaba en él.

– ¿Estaba su puerta cerrada con llave?

– ¿Por qué iba a estarlo? -se extrañó Cian con el ceño fruncido.

– No importa. Continúa. ¿Qué hiciste luego?

– Salí del camarote, y entonces fue cuando vi al hermano Bairne volviendo de proa; entró en nuestro camarote.

– ¿Y adónde fuiste luego?

– Al camarote de sor Crella, para ver si todo iba bien. Dormía. Luego pasé por el de sor Ainder y sor Gormán, que ya estaba despierta y vestida.

– ¿Discutiste con sor Gormán?

Adoptó un gesto de cautela.

– ¿Por qué iba a discutir con ella?

– Sor Ainder me ha dicho que la despertó una discusión.

– ¡Paparruchas! A Ainder le molestó que la despertaran nuestras voces. Luego fui a mirar los demás camarotes, y todo el mundo estaba en su sitio con excepción de sor Muirgel.

– ¿Y luego?

– Luego entré en el tuyo para ver si estabas bien. Todavía dormías. Al ver que sor Muirgel era la única que no estaba en su cama, fui a mirar a proa y a la sala grande donde comemos. Entonces me encontré con el capitán Murchad y lo informé de que no conseguía localizar a sor Muirgel. Me dijo que registraría el barco por mí y pidió al bretón, Gurvan, que lo hiciera. Tras buscarla por todo el navío y comprobar que Muirgel no estaba a bordo, el capitán llegó a la conclusión de que había caído al mar durante la tormenta. Entonces pidió a Gurvan que volviera a registrar el barco, lo cual, como ya sabes, confirmó lo que temíamos.

– ¿Y no oíste nada durante la noche, no viste nada que pudiera dar una explicación a lo ocurrido?

– Lo que te he contado es cuanto sé.

Fidelma calló un momento para reflexionar.

– ¿Conocías bien a sor Muirgel?

Cian la miró con recelo.

– Si quieres averiguar algo de sor Muirgel, pregunta a sor Crella. Era su mejor amiga y eran parientas.

– Lo que me interesa es lo que tú puedas saber de ella. Me dijiste que ingresaste en la abadía de Bangor. Me consta que ibas a Moville con frecuencia. Supongo que conocerías a Muirgel allí.

Cian apretó los dientes.

– Llevaba recados del abad de Bangor y ayudaba en el pomar.

– ¿Fue así como conociste a sor Muirgel? ¿Llevando mensajes?

– Que yo recuerde, sor Crella me la presentó.

– ¿Te presentó sor Crella a sor Canair también?

– No, me la presentó Muirgel. ¿Por qué?

– Sólo tengo curiosidad por saber cómo acabaste integrándote en este grupo de peregrinos.

– Ya te lo he contado.

– Cuéntamelo otra vez

– Vine porque he oído hablar de Mormohec, un curandero que vive cerca del santo lugar de Santiago.

– Eso dijiste. ¿Y entonces convenciste a sor Canair para que te aceptara en la peregrinación que había organizado?

– Apenas si estaba bien organizada. El grupo carece de disciplina.

– Son peregrinos, Cian, no una milicia. Pero hay algo que me confunde. Si sor Canair era la organizadora, ¿cómo es que perdió el barco?

– No lo sé. Hay gente que tiene por costumbre llegar tarde. ¿No dice el viejo proverbio que el hombre amigo de la tardanza se busca complicaciones? Pues lo mismo pasa con las mujeres. Igual creyó que la marea y los vientos se detendrían para esperarla.

– ¿Estáis diciendo que sor Canair tenía fama de impuntual?

– No lo estoy diciendo. Es sólo una sugerencia que podría explicar por qué no llegó a embarcar.

– Resulta extraño que la guía de este grupo no fuera capaz de llegar al barco siquiera, después de haber conducido a todos hasta Muman desde Ulaidh -insistió Fidelma otra vez.

– La vida esta hecha de extraños acontecimientos.

– ¿Como el fallecimiento de la pobre sor Muirgel? -sugirió Fidelma con calma.

– Eso no me parece nada extraño. Sor Muirgel era una mujer terca. Cuando se proponía algo, nada la hacía cambiar de parecer. Así fue cuando decidió emprender este viaje.

– ¿Qué te hace pensar que alguien intentó hacerle cambiar de parecer con respecto a este viaje? -Fidelma se interesó por la insinuación.

– Después de hablarle del viaje y decirle que iba a unirme al grupo de sor Canair -respondió Cian sin inmutarse-, sor Muirgel acudió a sor Canair de inmediato, y la convenció para que descartara a otras dos hermanas a las que había aceptado, a fin de que ella y Crella pudieran ocupar sus lugares. Sor Muirgel tenía un gran poder de persuasión.

Fidelma estaba cada vez más pensativa.

– ¿Insinúas que sor Muirgel decidió unirse al viaje cuando supo que tú serías parte del grupo?

Cian negó con la cabeza y respondió:

– Yo no diría eso.

– Ahora tengo la impresión de que sor Muirgel influyó más en la preparación de este peregrinaje que sor Canair.

– Hicieron falta varias semanas para planear el viaje. Supongo que sor Muirgel pretendía arrebatar la posición de guía a sor Canair. Sor Crella la apoyaba; aunque solía hacerlo en cualquier cosa.

– Pero sor Canair también tenía una personalidad fuerte. No aguantaba así como así las imposiciones de nuestra desaparecida amiga.

– Parece que conoces bien los defectos de sor Muirgel.

– Se descubren muchas cosas cuando… -Cian buscó la frase más precisa-. Cuando se viaja con gente. Conoces sus defectos.

– Antes has dicho que no te sorprendió que muriera porque era terca.

– Con eso he querido decir que era lo bastante testaruda como para subir a cubierta pese a los consejos que le habían dado. Cuando se le metía algo en la cabeza, lo hacía.

Fidelma parpadeó con interés y se apresuró a preguntarle:

– ¿Alguien le aconsejó que no subiera a cubierta durante la tempestad?

Cian movió la cabeza.

– Sólo lo he puesto como ejemplo. Me refería a su modo de ser. Bueno, ya te he dicho cuanto sabía de este asunto.

Dicho esto, dio media vuelta y empezó a marcharse por la cubierta, pero Fidelma lo llamó de pronto.

– Una cosa más…

Cian se volvió con expectación.

– Quisiera saber algo más sobre las circunstancias en las que el grupo se separó de sor Canair. No acabo de entender cómo pudo retrasarse para embarcar ni por qué no subió a bordo con el resto de vosotros.

Cian la miró con incertidumbre un momento.

– ¿Por qué te interesa tanto sor Canair, si estás investigando las circunstancias en que sor Muirgel cayó al agua? -objetó.

– Será mi curiosidad natural, Cian. Recordarás, supongo, que cuando era joven carecía de curiosidad hasta que aprendí que debía interesarme más por las razones y los motivos de la conducta de los otros.

Un gesto agresivo ensombreció el semblante de Cian, pero desapareció en el acto.

– Según recuerdo, nos separamos de sor Canair antes de llegar a Ardmore -dijo.

– ¿Por qué?

– Nuestra intención era pasar la noche en la abadía de St. Declan, pero sor Canair se separó del grupo cuando estábamos a dos kilómetros de la abadía.

– ¿Por qué lo hizo?

– Nos dijo que quería ir a ver a un amigo o un pariente que vivía en la región. Prometió que se reuniría con nosotros en la abadía donde pasaríamos la noche. Sin embargo no lo hizo, y al ver que no se presentaba en el muelle a la hora acordada, sor Muirgel asumió el mando. Así consiguió por fin lo que quería: el control del grupo.