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– ¿Y ya conocíais a sor Canair?

Guss negó con la cabeza.

– No, hasta que el Venerable Cummian me la presentó. Los alumnos de ciencias de los astros no nos mezclamos con otros sectores de la comunidad.

– De modo que no conocíais a nadie del grupo de peregrinos.

El hermano Guss arrugó el ceño.

– No conocía al hermano Cian, ni a Dathal ni a Adamrae; ni siquiera al hermano Tola. Eran todos de Bangor. A otros los conocía de vista.

– ¿A sor Crella, por ejemplo?

Puso un gesto repentino de antipatía.

– A Crella, sí que la conozco.

Fidelma se inclinó hacia delante.

– Y no os cae muy bien.

Guss se puso en guardia de pronto.

– No puedo decir que me caiga bien o mal.

– Pero a vos no os cae bien -repitió Fidelma-. ¿Por alguna razón en particular?

Guss se encogió de hombros sin decir nada.

Fidelma probó otra táctica.

– ¿Conocíais bien a sor Muirgel?

El hermano Guss parpadeó varias veces, y volvió a ponerse en guardia.

– Coincidí con ella unas cuantas veces en la abadía antes de que anunciaran la peregrinación -explicó con cierta tirantez en la voz.

Fidelma decidió aventurar una interpretación.

– ¿Os gustaba Muirgel?

– No lo negaré -dijo en voz baja.

– ¿Sentíais algo más que simple simpatía por ella?

El joven apretó con fuerza la mandíbula. Miró a Fidelma a los ojos como si vacilara en qué responder.

– He dicho que… me gustaba -se quejó.

Fidelma se enderezó para sopesar qué pasaba por la mente del hermano Guss.

– Bueno, no hay nada malo en eso -señaló-. ¿Y ella qué opinaba?

– Ella me correspondía -susurró.

– Lo lamento -dijo Fidelma y puso instintivamente una mano sobre el brazo del joven-. He sido una impertinente. Veréis, el capitán me ha encargado una investigación sobre las circunstancias de su muerte. Por eso debo hacer estas preguntas. Lo comprendéis, ¿verdad?

– ¿Las circunstancias de su muerte? -preguntó el joven soltando una risa dura e inarmónica como un ladrido-. Yo os hablaré de las circunstancias de su muerte. ¡La mataron!

Fidelma miró fijamente al rostro iracundo del joven y luego dijo con delicadeza:

– ¿No aceptáis que simplemente un golpe de mar se la llevó por la borda? ¿Y qué pensáis que le sucedió en realidad, hermano Guss?

– ¡No lo sé! -exclamó, y la respuesta fue acaso demasiado inmediata.

– ¿Y qué motivos podía tener alguien para matarla?

– Celos, quizás.

– ¿Quién tenía celos? ¿Quién habría querido matarla? -quiso saber Fidelma.

Entonces le vino a la mente la acusación de sor Crella contra el hermano Bairne durante el funeral. «Te concomían los celos», eso había dicho. Fidelma se inclinó hacia delante.

– ¿Era el hermano Bairne, quien tenía celos?

El hermano Guss quedó desconcertado.

– ¿Bairne? Sí, Bairne tenía celos, desde luego. Pero Crella fue quien la mató.

Fidelma no esperaba aquella respuesta y la hizo guardar silencio un momento.

– ¿Tenéis alguna prueba de ello? -preguntó en voz baja.

El joven dudó y luego negó firmemente con la cabeza.

– Sólo sé que Crella es la responsable, nada más.

– Más vale que me contéis toda la historia. ¿Cuándo conocisteis a sor Muirgel? ¿Qué relación manteníais exactamente con ella?

– Me enamoré de ella cuando vino a la abadía. Al principio apenas me tuvo en cuenta. Prefería a hombres mayores que yo. Ya me entendéis: a hombres como el hermano Cian. Él era mayor. Y había sido guerrero. Él le gustaba de verdad.

– ¿Y a él le gustaba ella?

– Al principio Muirgel solía frecuentarlo mucho.

– ¿Tuvieron una historia amorosa?

El hermano Guss se sonrojó y el labio inferior le tembló un momento. Luego asintió sin decir nada.

– ¿Y por qué tenía celos Crella?

– Tenía celos de cualquiera que apartara a sor Muirgel de ella. Pero en este caso… -se interrumpió para reflexionar.

Fidelma lo instó a proseguir repitiendo:

– En este caso… ¿qué?

– Sor Muirgel fue quien le arrebató a Cian a Crella.

Fidelma tuvo que controlar su reacción. El hermano Guss estaba lleno de sorpresas.

– ¿Insinuáis que Cian tenía una relación amorosa con Crella, y que la dejó por Muirgel?

– Sor Muirgel reconoció que había sido un error. Apenas duró unos días.

– ¿Y vos? ¿Manteníais alguna relación con sor Muirgel? -preguntó Fidelma sin comedimiento.

El joven asintió.

– ¿Cuándo la iniciasteis?

– Justo antes de emprender el peregrinaje. Cuando le comuniqué a Muirgel que iba a unirme al viaje por recomendación de mi tutor, obligó a sor Canair a que la aceptara en el grupo que partiría. Y claro, Crella también tenía que venir.

– Debíais gustarle mucho a sor Muirgel para que os siguiera en este viaje.

– La verdad, para ser sincero, yo creía que no tenía ni media oportunidad de que se fijara en mí. No sé si me entendéis. Aun así, ella me buscó y me dijo abiertamente que sentía atracción por mí. Yo nunca le había dirigido la palabra porque creía que nunca se había fijado en mí. Cuando me lo dijo… bueno, intimamos y nos enamoramos.

– ¿Crella estaba al corriente de vuestra relación? Porque está convencida de que Muirgel aún mantenía la historia con Cian.

La mirada de Guss se nubló.

– Supongo que lo sabía. Creo que lo sabía y tenía celos de que Muirgel fuera tan feliz. Muirgel me dijo que la amenazaba.

– ¿Cómo? ¿Muirgel os dijo que Crella la amenazaba? ¿Las oísteis discutir alguna vez?

– Discutieron… sí. Unos días antes de llegar a Ardmore. Nos habíamos detenido en una posada para comer, y Muirgel se había ido a un arroyo cercano para lavarse. Yo había comprado cerveza y me dispuse a llevarla al arroyo donde se encontraba Muirgel, cuando oí la voz de Crella, discutiendo con ella en un tono elevado.

– ¿Recordáis de qué hablaban? ¿Las palabras exactas?

– Las palabras exactas, no creo, pero Crella estaba acusando a Muirgel de… -vaciló y se ruborizó- de jugar con mis sentimientos… esas palabras usó; de jugar con mis sentimientos del mismo modo que lo había hecho con otros hombres. Crella creía que Muirgel aún quería a Cian.

– ¿Así que dijo que jugaba con vuestros sentimientos? -repitió Fidelma-. ¿Estáis seguro de que Muirgel había acabado su relación con Cian? ¿No os estaría utilizando para vengarse de Cian por decidir terminar sus amores?

Guss se enfadó.

– De esto estoy seguro. Nos expresamos nuestro amor como lo haría cualquier persona sana.

Era evidente a qué se refería.

– ¿Y encontrabais el momento y el lugar para ello en un viaje con otros correligionarios? -preguntó Fidelma, tratando de disimular el escepticismo que transmitía su voz.

– Yo no miento -respondió Guss indignado.

– Ya sé que no -respondió Fidelma en un tono solemne.

– ¡Yo no miento! -exclamó, al parecer ofendido por el tono de ella-. Desoíd las palabras celosas de Crella.

– Muy bien. Volvamos a la mañana en que zarpó el barco. ¿Muirgel y vos embarcasteis juntos?

– Embarcamos todos a la vez, a excepción de sor Canair.

– ¿De qué modo embarcasteis juntos?

– Salimos de la abadía después del desayuno y bajamos al muelle. Como sor Canair no aparecía, Muirgel asumió el mando. Murchad vino a comunicarnos que debíamos subir a bordo o, de lo contrario, desaprovecharíamos la marea, en cuyo caso perderíamos el dinero del pasaje. Así que subimos a bordo.