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– Buena maniobra -comentó Fidelma a Wenbrit-. Pero ahora, ¿no navegamos contra el viento? ¿No nos alcanzará el sajón?

Wenbrit sonrió y señaló al cielo.

– Nosotros tendremos que navegar contra el viento, pero el sajón también. Mirad el sol en el horizonte. El sajón no nos podrá alcanzar antes de que anochezca. Creo que Murchad pretende pasar por su lado aprovechando la oscuridad, siempre y cuando esas nubes se mantengan y no salga la luna.

– ¿Qué queréis decir?

– Al ser más ligero el barco sajón, con el viento de popa era más rápido y, por tanto, tenía ventaja sobre el nuestro, que es más pesado y voluminoso. Pero al navegar con el viento de frente, la cosa cambia. Las olas que nos impiden avanzar también dificultan el avance al sajón… pero más que a nosotros. Así como el nuestro puede navegar con mar gruesa, las olas de cara empujan el suyo a sotavento por ser más ligero. Y eso les dificultará alcanzarnos.

Murchad había entreoído la explicación del grumete; se dirigió a ellos con una sonrisa de oreja a oreja. Parecía satisfecho con la navegación y más tranquilo con el sajón luchando para mantenerse a la zaga.

– El muchacho está en lo cierto, señora. Además, la quilla de nuestro barco llega más profundo que la suya. Un barco ligero está a merced de la mar a poco que esté picada, mientras que nosotros tenemos mejor agarre al agua porque sobrepasamos la agitación superficial. Y esto nos permite avanzar más que el sajón navegando contra el viento.

Murchad había recuperado el buen humor.

– El sajón perderá tiempo batallando con la mar. Entretanto, esperemos que se haga de noche, y que ésta sea cerrada y nublada. Entonces cambiaremos de rumbo a sur-suroeste otra vez y, si hay suerte, pasaremos junto a ellos, encubiertos por la oscuridad.

Fidelma se quedó mirando con admiración al robusto marinero. ¡Cómo conocía Murchad su barco! Algo le hizo pensar en un jinete y su caballo. Primero no supo a qué venía aquella imagen, pero luego lo entendió. Murchad sentía por su barco y los elementos con los que navegaba, el viento y el mar, lo que siente un jinete al montar su corcel. Eran una misma cosa, como si el barco sencillamente fuera una extensión de él.

Fidelma dirigió la vista hacia la nave de vela cuadrada en la lejanía.

– ¿Entonces estamos a salvo?

Murchad no quería asegurar nada.

– Depende de si el capitán es más previsor que hasta ahora. Podría anticipar que pretendemos cambiar de rumbo al abrigo de la oscuridad y podría hacer lo mismo para encontrarse con nosotros al alba. Sin embargo, yo diría que cree que queremos batirnos en retirada y buscar cobijo en un puerto de la costa de Cornualles, porque ése es el rumbo que llevamos ahora.

– Así que, por el momento, se acabó la animación.

Murchad hizo una mueca graciosa.

– Se acabó la animación -confirmó-. ¡Hasta que salga el sol!

CAPÍTULO XIII

Aquella noche, después de la cena, Fidelma decidió concluir las averiguaciones. Encontró al hermano Dathal y al hermano Adamrae en su camarote. Al igual que sucedía en todos los camarotes de la entrecubierta, el aire era escaso y cargado, y la linterna, además de luz, emitía cierto grado de calor. Al entrar, el ambiente le pareció sofocante comparado con la brisa fresca que soplaba en cubierta.

– ¿Qué deseáis, hermana? -preguntó el hermano Adamrae a bote pronto cuando entró tras llamar y oír una brusca invitación a pasar.

– Una breve conversación…, algunas respuestas a unas pocas preguntas -dijo con amabilidad.

– Supongo que tienen que ver con sor Muirgel -murmuró el hermano Dathal-. Sor Crella ha dicho que estáis investigando lo ocurrido.

El hermano Adamrae la miró con desaprobación.

– ¿Cuál es vuestro interés en ir indagando por ahí?

Fidelma no se inmutó.

– Me lo ha pedido el capitán -respondió-. Soy…

– Ya lo sé. Sois abogada -saltó el hermano Adamrae-. Ese asunto no nos concierne. No veníamos de la misma abadía. En fin, preguntad lo que tengáis que preguntar y marchaos.

El hermano Dathal la miraba con expresión de disculpa.

– Lo que Adamrae intenta decir es que el tiempo es muy valioso para nosotros. Estamos ocupados estudiando, bueno, estamos intentando traducir algunas cosas.

– El tiempo es valioso para todo el mundo -afirmó Fidelma con solemnidad-. Sobre todo para aquellos a los que se les ha acabado… como a sor Muirgel.

Fidelma recogió un pergamino que había en el suelo antes de que lo hiciera el hermano Dathal. Estaba redactado en Ogham, la antigua escritura, la primera forma de caligrafía de la lengua de Éireann.

– «Ceathracha is cheithre chéad…» -empezó a leer Fidelma.

El hermano Dathal puso cara de asombro.

– ¿Podéis leer la antigua escritura de Ogham?

Fidelma hizo una mueca.

– ¿Acaso Ogma, el dios pagano de la cultura y la educación de tiempos primigenios, no transmitió al pueblo de Muman antes que a nadie el conocimiento de esta escritura? ¿Quién sino una mujer de Muman puede descifrar estas letras antiguas?

El hermano Adamrae objetó:

– Cualquiera podría pronunciarlas. Otra cosa es el significado del texto. Interpretad las palabras, si tan aguda sois.

Fidelma apretó los labios y leyó esas palabras de otros tiempos. Era claramente un verso.

Cuarenta mil cuatrocientos

Años pasaron, no es falsedad alguna,

Desde que el pueblo de Dios,

Os lo aseguro,

Pasó sobre el mar de Romhar

Hasta llegar raudo a través del mar

de Meann,

Así llegaron los hijos de Míle a la tierra

de Éireann.

Dathal y Adamrae contemplaban con asombro la facilidad con que había leído el antiguo poema.

El hermano Adamrae gruñó con desdén, como si quisiera restar mérito al esfuerzo.

– Sabéis descifrar la lengua de los textos antiguos, pero ¿la comprendéis? ¿Dónde, por ejemplo, se halla el mar de Romhar? ¿Y el mar de Meann?

– Fácil -respondió Fidelma-. Hoy conocemos el mar de Romhar con el nombre de Rua Mhuir, el mar Rojo; y Meann debe de ser una referencia al gran mar en medio de la tierra, como llaman los latinos al Mediterráneo.

El hermano Dathal sonreía ante el desasosiego de su compañero.

– Muy bien, hermana. Desde luego, muy bien -aprobó.

Finalmente el hermano Adamrae se distendió y hasta forzó una sonrisa.

– No todo el mundo conoce los misterios de los antiguos escritos -concedió-. Nosotros nos dedicamos a recuperar los secretos que entrañan, hermana.

– De modo similar me dedico yo a buscar la verdad en el derecho -respondió Fidelma-. Como sabéis, el capitán me ha pedido un informe porque la ley podría obligarle a pagar una indemnización si se lo considerara culpable en caso de acusación por negligencia.

– Lo comprendemos. ¿Qué queréis saber? -preguntó el hermano Dathal.

– En primer lugar, ¿cuándo visteis a sor Muirgel por última vez?

El hermano Dathal frunció el ceño y miró a su compañero. Luego se encogió de hombros.

– No lo recuerdo.

– ¿No fue al subir a bordo? -sugirió el hermano Adamrae.

El hermano Dathal se paró a pensar.

– Creo que sí. Muirgel asignó el alojamiento a cada uno. Y luego no volvimos a verla. Nos dijeron que se había mareado por el movimiento del barco y que permanecería en el camarote.

– ¿Y ninguno de vosotros la vio después?

Negaron con la cabeza al mismo tiempo.