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– Jamás había visto un cambio tan brusco de temperamento -comentó a Murchad-. Ese Toca Nia parecía una persona amable y simpática al principio, pero en cuanto a visto ha Cian se ha convertido en un maníaco furibundo fuera de control.

Murchad se encogió de hombros.

– Si lo que dice es verdad, su arrebato es comprensible. Vos conocéis a Cian desde hace tiempo. ¿No habéis oído hablar de los hechos que ha mencionado Toca Nia?

Fidelma se rebulló un poco, incómoda.

– Conocí a Cian hace diez años -admitió-. Era guerrero de la escolta del rey de Ailech. Pero aparte de esto no sé nada más. Nunca había oído hablar de Rath Bíle.

Quedaron un buen rato en silencio mientras Murchad intentaba traer a la memoria alguna membranza.

– Yo recuerdo algo de lo acontecido -dijo al fin.

– ¿Cuándo sucedió?

– Ya hace unos años. Cinco años quizá. Rath Bíle está en la región de los Uí Feilmeda en el reino de Laigin.

– Eso queda al sur de la abadía de Kildare -añadió Fidelma con el ceño fruncido-. Yo pasé unos años en esa abadía y no recuerdo haber oído la historia. -Recapacitó un momento-. ¿Cinco años decís? Puede que ocurriera cuando me enviaron al oeste durante cierto tiempo. ¿Qué sabéis de esa matanza?

Murchad volvió a encogerse.

– Poca cosa. Había un conflicto entre el rey supremo Blathmac y Faelán de Laigin… cierta disputa acerca de si los Uí Chéithig debían pagar tributo a Blathmac de Tara o a Faelán de Fearna.

»Sé que se firmó un acuerdo. Pero al parecer Blathmac quiso dar a Faelán una lección por el desafío y envió a una cuadrilla de sus guerreros de élite en un barco costa abajo a la región de los Uí Enechglais. Asaltaron la fortaleza del hermano de Faelán en Rath Bíle y cometieron una verdadera matanza. Es cierto que muchos ancianos, mujeres y niños murieron, así como un puñado de guerreros de Laigin que defendían la aldea.

Fidelma había perdido el sosiego.

– No queríamos una complicación así en esta travesía.

Murchad compartía su desazón.

– Y no habéis averiguado nada más del asesinato de sor Muirgel, ¿verdad? Se rumorea que podría haber sido sor Crella. ¿Es eso cierto?

– Aún no estoy satisfecha. Detrás de todo esto hay más de lo que parece. ¿Cuánto tardaremos en arribar al puerto de Uxantis?

– Con este viento estaremos allí en una hora. Deberéis aconsejarme sobre las medidas que debo tomar con Toca Nia y Cian, señora.

Fidelma asintió con la cabeza.

– Si mal no recuerdo, las leyes concernientes a los crímenes de guerra que contempla el Críth Gablach dictan que, una vez se decide el cairde, es decir, el tratado de paz, las partes sólo tienen un mes para reivindicar derechos bajo las condiciones establecidas. Quienes quieran imponer una represalia bajo la ley por cualquier posible muerte ilícita deben hacerlo dentro de ese mes. Esta masacre de la que habláis sucedió varios años atrás.

Murchad estaba apesadumbrado.

– ¡Primero un asesinato y ahora crueldades de guerra! Jamás me había topado con semejantes circunstancias en toda mi vida como navegante. ¿Qué debemos hacer? Toca Nia no deja de citar el Libro Sagrado y exige venganza.

– Pero la venganza no es la ley -objetó Fidelma-. Este asunto debe tratarse ante un jefe brehon, pues yo no estoy capacitada para aconsejar sobre cómo se debe actuar en estos casos.

– Os aseguro que yo menos, señora.

– Hablaré con Cian -resolvió Fidelma, levantándose-. Lo primero es saber qué implicación tiene en este asunto.

* * *

Cian estaba reclinado boca arriba en su litera con un trapo ensangrentado sobre la nariz. El camarote que compartía con el hermano Bairne estaba a oscuras. Un farol se balanceaba de un gancho en el techo, proyectando luces trémulas que se perseguían unas a otras. Al parecer nadie le había contado todavía de qué lo acusaba Toca Nia. Apartó el trapo y recibió a Fidelma con una sonrisa torcida.

– Nuestro navegante naufragado tiene una curiosa manera de expresar gratitud a sus salvadores -ironizó Cian a modo de saludo.

Fidelma permaneció impasible.

– Imagino que no has reconocido a ese hombre.

Cian se encogió de hombros; luego se encogió de dolor.

– ¿Debería reconocerlo?

– Se llama Toca Nia.

– Nunca he oído hablar de él.

– No era un navegante, sino un pasajero del barco que se hundió. De hecho, fue guerrero de Faelán de Laigin.

Cian respondió con desdén.

– Yo no conozco a todos los guerreros de los Cinco Reinos. ¿Qué tiene contra mí?

– Pensaba que lo conocías. Porque él te conoce.

– ¿Cómo has dicho que se llama? -preguntó Cian frunciendo el ceño.

– Toca Nia.

Cian se puso a pensar un momento y luego negó con la cabeza.

– Toca Nia de Rath Bíle -añadió Fidelma con frialdad.

Era indudable que Rath Bíle, en efecto, significaba algo para Cian.

– ¿Te apetece hablarme de eso? -prosiguió Fidelma.

– ¿Qué quieres saber en concreto?

– Quiero saber qué sucedió en Rath Bíle.

– En Rath Bíle fue donde perdí la utilidad del brazo. -Su tono revelaba resentimiento.

– ¿Qué hacías en Rath Bíle?

– Cumplir órdenes del rey supremo.

– Creo que necesito algo más de información, Cian.

– Estaba al mando de una tropa de la escolta del rey supremo. Allí tuvo lugar una batalla, y en ella la flecha me hirió el brazo.

Fidelma respiró hondo, mostrando así la frustración que sentía.

– No me interesan esos detalles.

Cian apretó la mandíbula.

– ¿De qué me acusa exactamente Toca Nia?

– Asegura que eres el Carnicero de Rath Bíle. Que bajo tus órdenes se mataron a ciento cuarenta hombres, mujeres y niños, y se prendió fuego a la aldea y la fortaleza. ¿Dice la verdad?

– ¿Te ha dicho Toca Nia a cuántos guerreros del rey supremo dieron muerte? -contrapuso Cian con enfado.

– Eso no vale como defensa. Los guerreros se expusieron a morir al atacar la aldea y la fortaleza. La muerte de unos guerreros no puede compensarse con la de mujeres y niños. No existe causa justa que exonere de una matanza.

– ¿Cómo puedes decir eso? -desafió Cian-. ¡Es una causa justa si tal es la voluntad del rey supremo!

– Eso es moralidad tendencia, Cian. No es en absoluto una justificación. Insisto en que me cuentes qué sucedió o, de lo contrario, podría alegarse que las acusaciones de Toca Nia son ciertas y que debes responder por ellas.

– ¡No son verdad! ¡No son ciertas en absoluto! -gritó Cian con rabia y frustración.

– Pues cuéntame tu versión de los hechos. Entre el rey supremo y el rey de Laigin había una disputa acerca de alguna línea fronteriza, ¿cierto?

Cian asintió con renuencia.

– El rey supremo consideraba que los Uí Chéithig que moraban en los aledaños de Cloncurry debían pagarle tributos directos. El rey de Laigin sostenía que él era el señor de los Uí Chéithig, y el rey supremo decía que su tributo correspondía al antiguo bóramha.

Cian se refería a una antigua palabra que designaba un tributo pagado con ganado.

– No lo entiendo -reconoció Fidelma.

– La historia se remonta a la época en que el rey supremo Tuathal el Legítimo reinaba con derecho en Tara. Tuathal tenía dos hijas. Sucedió que el rey de Laigin, que entonces era Eochaidh Mac Eachach, contrajo matrimonio con la hija mayor de Tuathal, pero luego descubrió que no le gustaba tanto como la menor. Así que regresó a la corte de Tuathal e hizo creer a todos que su primera esposa había perecido, lo cual le permitió casarse con la hermana.