Cian calló para sonreír burlonamente pese a lo grave de su situación.
– Era un astuto viejo verde, ese rey Eochaidh.
Fidelma se abstuvo de hacer comentario alguno: a sus ojos no había nada gracioso en el engaño.
– Bueno, como cabía esperar -prosiguió Cian-, las dos hermanas acabaron descubriendo la verdad. La segunda supo que estaba casada ilegítimamente porque su hermana estaba viva. Cuentan que, al descubrir que compartían esposo, murieron de vergüenza. -Interrumpió su relato y se sonrió para exclamar-: ¡Qué estupidez! En fin. Lo ocurrido llegó a oídos del padre, el rey supremo, y para vengarse invadió con su ejército Laigin. En la batalla se encontró con Eochaidh; lo mató y arrasó su reino.
»Los hombres de Laigin acudieron al rey con un llamamiento para la paz y aceptaron pagar un tributo anual, buena parte del cual en ganado. En adelante, los descendientes Uí Néill de Tuathal exigieron a ese pueblo el bóramha (el tributo de ganado), pero casi siempre debían usar la fuerza para obtenerlo. Por ese motivo Blathmac nos ordenó ir al sur y arrasar Rath Bíle: para demostrar que estaba resuelto a obtener el tributo del rey de Laigin.
– Pero, ¿no se había firmado ya un acuerdo? -señaló Fidelma-. ¿Os dirigisteis al sur una vez los reyes ya habían firmado la paz?
Con un gesto de impaciencia, Cian respondió:
– Un guerrero no cuestiona las órdenes de un superior, Fidelma. Se me ordenó ir al sur. Y al sur me dirigí.
– ¿Reconoces que estabas al mando de la tropa?
– Claro que sí. ¡No lo niego! Pero actuaba bajo las órdenes legítimas del rey supremo. Tenía por misión conseguir el tributo.
– Ni siquiera el rey supremo está por encima de la ley, Cian. Cuéntame qué sucedió.
– Partimos en cuatro navíos, doscientos guerreros del rey supremo Fianna. Éramos la flor y nata de la propia élite. Desembarcamos en el puerto de Uí Enechglais y marchamos hacia el oeste a través del río Sléine hasta llegar a Rath Bíle. El hermano del rey de Laigin se negó a entregar la fortaleza y la aldea.
– Y como se negó, la atacasteis.
– Así es, la atacamos -confirmó Cian-. Obedecíamos órdenes del rey supremo.
– ¿Reconoces que tú y tus guerreros matasteis a mujeres y niños?
– Cuando entramos no podíamos pararnos a preguntar quién era enemigo y quién no. La gente del pueblo combatía, nos lanzaba flechas; eran guerreros, pero también ancianos, mujeres y niños, de hecho. Nuestra labor era cumplir una misión y obedecer órdenes legítimas.
Fidelma consideró la historia. La situación que se vivía en el Barnacla Cariblanca se complicaba por momentos. El misterio de sor Muirgel ya era per se un asunto lo bastante escabroso para que luego el hermano Guss contara que sor Canair también había muerto en manos de un asesino antes siquiera de que el Barnacla zarpase. Ahora se enfrentaba a una dificultad añadida con la acusación de Toca Nia contra Cian.
– Este asunto, Cian, es grave. Debe presentarse ante el jefe brehon y el tribunal del rey supremo. No estoy versada en cuestiones de contienda. Se requiere un juez capacitado para tomar una decisión. Sé que la ley contempla circunstancias que justifican el matar a personas y no suponen castigo. La ley no contempla como un delito matar en combate, o matar a un ladrón en el momento de cometer el robo… Pero un tribunal debe tomar la decisión.
El rostro de Cian reflejaba su resentimiento.
– ¿Así que anteponéis la palabra de Toca Nia a la mía?
– No me corresponde a mí juzgar quién dice la verdad. Toca Nia te ha acusado y tu obligación es responder a esa acusación. Es una acusación grave. Es por tu propio bien, Cian, pues Toca Nia sabe que un infractor de la ley puede morir con impunidad en manos de cualquier persona. Él podría matarte y alegar inmunidad.
– La ley no se extiende fuera del dominio de los Cinco Reinos -objetó Cian.
– No importa. Estás en un barco irlandés y, por tanto, las leyes de Fénechus son aplicables tanto aquí como en el territorio de Éireann. Debes regresar a Laigin para hacer tu propia declaración.
Cian la miraba sin dar crédito a sus palabras.
– No puedes hacerme esto, Fidelma.
Su mirada se encontró con los ojos llenos de reproche de Cian.
– Sí que puedo -dijo en voz baja-. Dura lex sed lex. La ley es dura, pero es la ley.
– ¿Y si yo no estuviera a bordo de este barco? ¿Se aplicaría la ley?
Fidelma respondió encogiéndose de hombros; se encaminó hacia la puerta para salir y, en el umbral, se detuvo.
– Corresponde a Murchad cumplir las obligaciones de la ley. Me temo que él es quien debe juzgar qué decidir tanto en lo que respecta a Toca Nia como a ti; quien debe decidir si soltaros o haceros regresar a Éireann para ser juzgados. Yo le recomendaré que os lleve a Laigin para que seáis juzgados ante un brehon.
– Actué bajo las órdenes del rey supremo -volvió a quejarse Cian.
Sin moverse del umbral, Fidelma dijo:
– Puede que eso no valga como exoneración. Tienes una responsabilidad moral.
Más tarde, cuando Fidelma explicó la cuestión a Murchad, el fornido capitán arrugó los labios y emitió un silbido sordo.
– Según he entendido, ¿tengo que llevar a Toca Nia y a Cian de vuelta a Éireann?
– O entregarlos a otro barco para que los lleve -puntualizó Fidelma.
– Entonces esperemos encontrar tal barco en Uxantis -murmuró Murchad.
– Entretanto, capitán, sugeriría que encerrarais a Cian y a Toca Nia en sus respectivos camarotes.
– Así lo haré, señora. Recemos para que el padre Pol encuentre la forma de ayudarme en este asunto al llegar a Uxantis.
El Barnacla Cariblanca dobló el cabo de Ponte de Pern a una buena distancia, pues penetraba peligrosamente en un mar con escollos e islotes. Murchad apenas tuvo que advertir de los peligros, pues entre la espuma amarillenta brotaban aquí y allá los peñascos de granito, negros y serrados como colmillos picados. Siguiendo la orientación de Murchad, se adentraron mansamente en la extensa bahía semicircular de Porspaul, singlando hacia el fondeadero situado en un extremo de la ensenada.
– Será agradable volver a tierra por un rato -comentó Fidelma a Murchad.
El capitán señaló a la orilla.
– No hay más barcos en el puerto. El pueblo principal de la isla y la iglesia de Lampaul se encuentran por encima del pequeño muelle que veis ahí. Pensaba hacer sólo un día de escala para aprovisionarnos de agua y comida. La siguiente etapa del viaje será la más larga, según el viento. Navegaremos casi en línea recta hacia el sur, sin ver tierra.
– Pero hay que tener presente el asunto de Toca Nia -le recordó Fidelma.
Murchad parecía turbado.
– Yo estoy por dejar a Toca Nia y Cian en tierra y que lo resuelvan entre ellos.
– Una solución muy fácil… para nosotros. Pero creo que esa propuesta sólo traería complicaciones -opinó Fidelma.
El Barnacla Cariblanca avanzó a bordadas por la franja de tres kilómetros de agua en dirección a la parte de la ensenada más lejana, donde Fidelma divisó un sendero que conducía al pueblo de Lampaul. Algunos lugareños habían observado su aproximación, y varios habían bajado al muelle a recibirlos.
El capitán dio una voz para que arriaran la vela mayor primero, y luego el foque. Echaron un ancla a proa, y el barco se balanceó un poco en el fondeadero, sobre aguas en calma por primera vez en varios días.