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En la cubierta de popa, un lugar que ya era familiar para Fidelma, intercambió unas últimas palabras con Murchad.

– ¿Cuándo partiréis hacia el santo lugar, señora? Ya he visto pasar a varios grupos de peregrinos desde que atracamos. Pensaba que a estas alturas ya os habríais marchado.

A Fidelma no le preocupaba encontrar un grupo adecuado al que unirse.

– Hay un antiguo proverbio, Murchad, que dice: escoged la compañía antes de sentaros con ella. No habría escogido como compañeros de viaje a los que trajisteis aquí, de haber sabido lo que iba a suceder.

Murchad se rió a carcajada limpia, pero seguía preocupado por ella.

– ¿Pensáis viajar sola? Porque en ese caso tengo un dicho para vos: una oveja sana no desdeñará la compañía de un rebaño sarnoso.

Fidelma permitió que una de sus sonrisas picaras transformara su expresión.

– Creo que no es así, Murchad. En realidad el dicho es: una oveja sarnosa nunca desdeñará un rebaño sano. Pero gracias por la idea. No, me quedaré aquí unos cuantos días, pues todavía han de pasar muchas ovejas por este puerto. Debo esperar a que pase un rebaño de mi agrado. Puede incluso, como habéis sugerido, que haga el viaje sola.

– ¿Creéis que es prudente, señora?

– Me han dicho que no hay muchos bandoleros en la ruta de aquí al Sepulcro. Estoy segura de que no serán tantos los peligros del camino como los que he afrontado en el Barnacla Cariblanca.

Murchad movió la cabeza.

– Sigo sin comprender cómo descubristeis que sor Gormán era la culpable. Ni qué tuvo que ver mi esposa Aoife.

– Ya os dije que no fue vuestra esposa. Fue su nombre, Aoife, y la historia de Lir. Aoife, la segunda hija de las tres que tuvo el rey de Aran, en la historia de los hijos de Lir. Aoife era hermosa, pero Lir, el dios del océano, casó con su hermana menor, Albha. Albha murió y Lir casó con su hermana mayor, Niamh. Niamh murió también y al final Lir casó con Aoife.

– Apenas recuerdo la historia -dijo Murchad sin convicción.

– Bueno, recordáis que Aoife tenía celos de cuantos se acercaban a Lir a pesar de que éste la quería. La obsesión acabó siendo tal, que el resentimiento y la desconfianza que se apoderaron de Aoife la llevaron a destruir todo cuanto amaba a Lir para poder tenerlo para ella sola. La espina de los celos irracionales se instaló en su corazón y no podía hacer otra cosa que destruir. «Y son, como el "seol", duros los celos», como dijo Muirgel.

– Ahora veo la relación que eso tenía con Gormán, pero ¿cómo…?

– Me despertó la curiosidad que Gormán se interesara tanto y tan pronto (en cuanto puse los pies a bordo) por saber desde cuándo conocía a Cian. Luego, el segundo día, cuando interrogué a Crella me dijo que Cian se había acostado con Gormán. Deseché estos detalles. Pero una buena dálaigh debe tener una memoria retentiva. Guardé esa información. Al oír las permanentes citas bíblicas sobre celos y concupiscencia, empecé a pensar que la respuesta podía encontrarse en esa dirección. Pero hasta que no mencionasteis el nombre de vuestra esposa, Aoife, y pensé en los celos del personaje, no vi hacia dónde debía dirigir la investigación: celos. Unos celos locos e irracionales.

»Cian había dormido con ella una noche, y su arrogancia no le permitió recordarlo hasta el último momento. Al igual que Aoife, la esposa de Lir, Gormán estaba desequilibrada. Su odio era tan manifiesto que la descarté en un primer momento como posible sospechosa.

– Lástima que sor Gormán evadiera a la justicia -reflexionó Murchad.

Fidelma consideró el comentario antes de responder.

– No tanto. Estaba desquiciada. Sufría una enfermedad que puede ser tan debilitante como cualquier otra fiebre. Creo que puedo comprender las profundidades de los celos que puede experimentar una mujer si siente que ha sido traicionada por un hombre que parecía amarla.

Fidelma se ruborizó un poco al recordar sus propios sentimientos.

– Aun así mató. ¿No tendría que haber recibido un castigo por ello?

– Ah, el castigo. Me temo que está surgiendo una nueva ética en nuestra cultura, Murchad. Es lo que más me preocupa sobre la fe. Los Penitenciales de la Iglesia predican el castigo frente al resarcimiento y la rehabilitación que dictan nuestras leyes.

– Sin embargo, es la doctrina de la fe -dijo Murchad, perplejo-. ¿Cómo podéis ser hermana de la fe sin aceptar la doctrina?

– Porque es una doctrina de venganza y no un acto de justicia. Nuestras leyes buscan la justicia, no la venganza. Juvenal dijo que la venganza sólo es deleitosa para los espíritus mezquinos. La sangre no puede lavarse con sangre. Debemos resarcir a la víctima y rehabilitar al malhechor. De lo contrario, acabaremos entrando en un círculo vicioso de venganzas y la sangre nunca dejará de manar. Quienes hacen de las leyes una maldición, sufrirán esas mismas leyes.

– ¿Habríais preferido, pues, que la chica hubiera huido?

Fidelma movió la cabeza.

– Nunca habría sido capaz de huir de sí misma. Creo que la locura trastocó tanto su mente que, en este caso, sufrió un acto de misericordia.

Gurvan se aproximó y, con ojos de disculpa, anunció:

– La marea ya repunta, capitán.

Murchad le dio las gracias.

– Debemos levar anclas, señora -dijo él con respeto.

– Espero que el regreso a Ardmore no sea tan aventurado como el de ida.

– No me hubiera hecho marinero si temiera a tempestades y piratas -se rió Murchad-. Ahora bien, no suelo encontrarme tan a menudo con asesinatos a bordo. ¿Pensáis pasar mucho tiempo en este país, hermana? Quizá de regreso toméis mi barco. Voy y vengo de Ardmore a este puerto con frecuencia.

– Sería un placer. No obstante no estoy segura de adónde me llevará el destino. Quizá nuestros caminos vuelvan a cruzarse. Si no, que Jesús os acompañe en vuestros viajes. Y cuidad de ese muchacho, Wenbrit. Puede que un día sea capitán de su propio barco.

Bajó a la crujía y se despidió de Gurvan, Wenbrit, Drogan y el resto de la tripulación antes de bajar al muelle. Murchad alzó la mano para despedirse.

Fidelma se quedó a mirar cómo tiraban de la pasarela para devolverla al muelle y desamarraban los cabos para que el Barnacla Cariblanca desatracara. Agitó la mano enérgicamente para despedirse de todos. Entonces la invadió tal añoranza que echó a andar con tranquilidad hacia la posada en la que se alojaba. Pese a la melancolía, también sentía alivio, pues había emprendido aquel peregrinaje con dos propósitos principales, uno de los cuales ya estaba zanjado. Ya no había discrepancia entre su función como religiosa y su función como dálaigh. Su pasión por la ley no le dejaba alternativa: en adelante antepondría siempre la ley a la vida contemplativa. Cuando llegó a la posada, el Barnacla Cariblanca ya había izado las velas y salía del puerto con la marea.

Fidelma se sentó en un banco de madera, a la sombra de una parra. Levantó la mirada a las aguas azules de la bahía para contemplar la nave que se alejaba.

El posadero se acercó a ella con una bebida a base de limón exprimido y agua fría; le explicaron que era el mejor remedio para apaciguar la sed y aguantar el calor. Luego, para su sorpresa, el posadero le entregó un papel de vitela doblado. No entendió muy bien qué le decía, pero apuntaba con el dedo a una embarcación elegante que había entrado en el puerto en la última hora.

– Gratias tibi ego -leagradeció en latín, pues era la única lengua en la que podían compartir algunas palabras.