– Intento averiguar quién eres mirando tus cosas -dije.
– Nada de lo que hay aquí me pertenece. Este piso es de una amiga mía.
– Ah.
Me volví y lo miré. Adam seguía sin sonreír, y eso me inquietó. Iba a decir algo, pero entonces él esbozó una sonrisa, negó con la cabeza y me puso un dedo en los labios. Nuestros cuerpos ya estaban muy juntos, pero él se acercó un poco más a mí y me besó.
– ¿En qué piensas? -dije acariciándole el suave y largo cabello-. Háblame. Dime algo.
Él no me contestó inmediatamente. Me destapó y me puso boca arriba. Me cogió las manos y me las colocó sobre la cabeza, como si estuviera inmovilizada. Me sentí expuesta, como una muestra en una vitrina. Me acarició la frente, y luego me pasó los dedos por la cara, el cuello y entre los pechos, y se detuvo en mi ombligo. Me estremecí y me retorcí un poco.
– Lo siento -dije.
Adam se inclinó sobre mi cuerpo y me tocó el ombligo con la lengua.
– Estaba pensando -dijo- que el pelo que tienes en las axilas, éste, es igual que tu vello púbico. Éste. Pero no es igual que tu maravilloso cabello. Y estaba pensando que me gusta cómo sabes. Bueno, me gustan tus diferentes sabores. Me gustaría lamerte todo el cuerpo. -Me recorría con la mirada, como si fuera un paisaje. Me reí, y él me miró a los ojos-. ¿Qué pasa? -preguntó, con expresión casi de alarma.
Le sonreí.
– Creo que me estás tratando como un objeto sexual.
– No bromees -dijo él.
Noté que me ruborizaba. ¿Se estaría ruborizando todo mi cuerpo?
– Lo siento -dije-. No bromeaba. Me gusta. Me excita.
– ¿Y tú? ¿En qué piensas?
– Ahora túmbate tú -dije, y Adam obedeció-. Y cierra los ojos. -Acaricié su cuerpo, que olía a sexo y a sudor-. ¿En qué pienso? Pienso que estoy completamente loca y que no sé lo que voy a hacer, pero ha sido… -No terminé la frase, porque no tenía palabras para describir lo que había sentido haciendo el amor con él. Con sólo recordarlo, sentía pequeñas oleadas de placer. Volvió a invadirme un intenso deseo. Mi cuerpo, suave y renovado, estaba abierto a él. Recorrí el aterciopelado interior de su muslo con los dedos. ¿En qué más pensaba? Tuve que hacer un esfuerzo-. También pienso… Pienso que tengo novio. Más que eso. Vivo con un hombre.
No sé cómo esperaba que reaccionara Adam. Con rabia, quizá, o evasivamente. Adam no se movió. Ni siquiera abrió los ojos.
– Pero estás aquí -se limitó a decir.
– Sí -afirmé-. Estoy aquí.
Después de esa conversación, nos quedamos largo rato tumbados en la cama. Una hora, quizá dos. Jake siempre decía que no puedo permanecer relajada mucho rato, que no puedo quedarme quieta ni callada. Pero ahora no hablábamos. Nos tocábamos. Descansábamos. Nos mirábamos. Yo escuchaba los sonidos de voces y coches procedentes de la calle. En sus manos, mi cuerpo parecía delgado y leve. Finalmente, dije que tenía que marcharme. Me duché y luego me vestí, mientras él me miraba. Su mirada me hacía estremecer.
– Dame tu número -me dijo.
Negué con la cabeza.
– Dame tú el tuyo -dije.
Me incliné y lo besé suavemente. Él puso una mano sobre mi cabeza y la empujó hacia su pecho. Sentí un intenso dolor y apenas podía respirar, pero me solté.
– Tengo que irme -susurré.
Era más de medianoche. Cuando llegué a casa, estaba oscuro. Jake se había acostado. Entré de puntillas en el cuarto de baño. Metí las bragas y las medias en el cesto de la ropa sucia. Me duché por segunda vez en una hora. Era la cuarta ducha del día. Volví a lavarme con mi jabón. Me lavé el pelo con mi champú. Me metí en la cama junto a Jake. Él se volvió y murmuró algo.
– Yo también a ti -dije.
CUATRO
Jake me llevó el té a la cama. Se sentó a mi lado, con su albornoz, y me apartó el cabello de la frente hasta que yo me desperté. Lo miré fijamente, y los recuerdos se agolparon en mi memoria, desastrosos y aplastantes. Tenía los labios resecos e hinchados, y me dolía todo el cuerpo. Estaba segura de que Jake se daría cuenta con sólo mirarme. Me tapé con la sábana hasta la barbilla y le sonreí.
– Estás preciosa -dijo él-. ¿Tienes idea de la hora que es?
Negué con la cabeza.
Jake miró su reloj, haciendo mucho teatro.
– Casi las once y media. Suerte que es sábado. ¿A qué hora llegaste anoche?
– A las doce. Quizá un poco más tarde.
– Te están explotando. Bébete el té. Hoy comemos en casa de mis padres, ¿te acuerdas?
No me acordaba. Era como si sólo mi cuerpo tuviera memoria: las manos de Adam en mis pechos, los labios de Adam en mi cuello, los ojos de Adam clavados en los míos. Jake me sonrió y me acarició el cuello, y yo me quedé quieta, muerta de deseo por otro hombre. Luego le cogí una mano y se la besé.
– Eres muy bueno -dije.
Jake hizo una mueca.
– ¿Bueno?
Se agachó y me besó en los labios, y yo tuve la sensación de que estaba traicionando a alguien. ¿A Jake? ¿A Adam?
– ¿Te preparo un baño?
– Sería genial.
Puse un chorro de esencia de limón en el agua y me lavé otra vez, como si el agua pudiera borrar lo ocurrido. Estaba en ayunas desde el día anterior, pero no me apetecía comer. Cerré los ojos y me metí en el agua, caliente y aromática, pensando en Adam. No debía volver a verlo nunca más, de eso no había duda. Yo quería a Jake. Me gustaba la vida que llevaba con él. Me había portado terriblemente mal y me había arriesgado a perderlo todo. Tenía que verlo otra vez, y enseguida. Ninguna otra cosa importaba: sólo el roce de sus manos, el dolor de mi cuerpo, su forma de pronunciar mi nombre. Lo vería otra vez, una última vez, para decirle que todo se había acabado. Eso era lo que debía hacer. Qué estupidez. Me estaba mintiendo a mí misma y estaba mintiendo a Jake. Si lo veía, si volvía a mirar su hermoso rostro, me acostaría con él. No, lo único que podía hacer era olvidarme de todo lo que había pasado el viernes. Concentrarme en Jake y en el trabajo. Pero… sólo una vez más, la última.
– Diez minutos, Alice. ¿Vale?
La voz de Jake me devolvió a la realidad. Pues claro que iba a seguir con él. Nos casaríamos, tendríamos hijos, y algún día aquello no sería más que un recuerdo, una de esas cosas ridículas que hace la gente antes de madurar. Volví a enjabonarme, y vi las pompas de jabón en un cuerpo que de pronto me parecía extraño. Luego salí de la bañera. Jake me pasó una toalla, y se quedó mirándome mientras yo me secaba.
– No creo que pase nada si llegamos un poco tarde -dijo-. Ven aquí.
Y dejé que Jake me hiciera el amor, que me dijera que me quería, y me quedé debajo de él, húmeda y conforme. Gemí fingiendo placer, y él no se dio cuenta, no podía saberlo. Sería mi secreto.
Para comer había pastel de espinacas con pan de ajo y ensalada verde. La madre de Jake es buena cocinera. Cogí un trozo de lechuga con el tenedor, me lo metí en la boca y mastiqué despacio. Me costaba tragar. Bebí un sorbo de agua y volví a intentarlo. Jamás podría comerme todo aquello.
– ¿Te encuentras bien, Alice?
La madre de Jake me miraba con ansiedad. No soporta que no me acabe los platos que ha preparado. Generalmente intento repetir. Le caigo mejor que las anteriores novias de Jake porque tengo buen apetito y siempre me como varios trozos de su pastel de chocolate.