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– Simplemente estoy ansiosa por llegar a casa.

– No me cabe duda. Pero hay algo más. Algo la tiene preocupada.

– ¿Qué le lleva a decir eso? -preguntó, forzando un tono más ligero de voz. Maldición, qué mala suerte la suya, estar encerrada en un carruaje con el único hombre perceptivo de toda Inglaterra.

– Esa reticencia tan impropia de usted. Nunca la había visto tan… poco habladora.

– Ah, bueno. Eso se debe simplemente a que he estado concentrada en mi labor.

– Eso es algo que me intriga aún más, teniendo en cuenta que usted odia la labor de aguja. -Obviamente, Andrew pudo leer el sonrojo de culpabilidad que sintió arder en sus mejillas, pues añadió-: Mencionó su aversión a la costura hace dos meses, en su visita a Londres.

Doble maldición. El hombre era perceptivo y además recordaba detalles triviales. Qué absolutamente irritante.

– Bueno… yo… espero poder desarrollar cierta afición por la actividad. Y, además de eso, simplemente no tengo nada que decir.

– Entiendo. En general… ¿o a mí en particular?

Catherine a punto estuvo de hacerle callar con un requiebro cortés, pero como él no parecía blanco de fácil disuasión, admitió la verdad.

– A usted en particular.

En vez de parecer ofendido, Andrew asintió con actitud solemne.

– Eso sospechaba. En cuanto a la conversación de anoche… no era mi intención molestarla.

– No me molestó, señor Stanton. La duda chispeó en los rasgos de su rostro, en el que se arqueó una ceja oscura.

– ¿Es cierto eso? ¿Debo entender entonces que normalmente se comporta usted como una tetera a punto de estallar?

– De nuevo debo implorarle que contenga sus halagos. Ciertamente, «molesta» es un término de pobre elección. «Decepción» se aproxima más a lo que sentí.

– ¿Por mí?

– Sí.

– ¿Simplemente porque no estuve de acuerdo con usted? Si es así, soy yo el decepcionado.

Sintiéndose en cierto modo castigada, Catherine ponderó sus palabras durante varios segundos y a continuación negó con la cabeza.

– No, no porque no llegáramos a un acuerdo, sino porque hizo usted afirmaciones categóricas sin tener ninguna base ni conocimiento de primera mano. A mi entender, eso es injusto, lo cual me parece a la vez una decepcionante, por no decir molesta, cualidad en una persona.

– Entiendo. Dígame, ¿alguna vez, en alguno de nuestros anteriores encuentros, le he parecido injusto?

– Jamás. Por eso la conversación de anoche se me antojó tan…

– ¿Decepcionante?

– Sí. -Catherine se aclaró la garganta-. Por no decir fastidiosa.

– Sin duda. No olvidemos mencionarlo.

De nuevo el silencio se interpuso entre ambos, incómodo de un modo inexplicable que la inquietó. Hasta la noche anterior, siempre se había sentido cómoda en compañía del señor Stanton. Ciertamente había encontrado inteligente, ingeniosa y encantadora la compañía del mejor amigo de su hermano, y había disfrutado de la relajada amistad y de la camaradería que había ido gestándose entre ambos durante la media docena de veces en que habían coincidido. Sin embargo, los comentarios de Andrew la noche anterior sobre la Guía habían resultado realmente decepcionantes. Escandalosas y espantosas bobadas llenas de basura. ¡Bah! Y su opinión, según la cual Charles Brightmore era un renegado con poco, si es que tenía alguno, talento literario le había hecho rechinar los dientes. Había tenido que echar mano de toda su capacidad de contención para no apuntarle con el dedo y preguntarle cuántos libros había leído en su vida.

Naturalmente, la parte de ella que clamaba justicia tenía que reconocer que la Guía podía ser descrita como escandalosa. Aunque estaba firmemente convencida de que la información que facilitaba la Guía era necesaria y valiosa para las mujeres, una parte de ella estaba encantada con los tintes escandalosos del libro y no podía por menos que reconocer que ese había sido precisamente el elemento decisivo a la hora de embarcarse en el proyecto. Le producía una inconfesada satisfacción y un estremecimiento malévolamente secreto fastidiar a los hipócritas miembros de la sociedad a quienes ella había dado la espalda tras el doloso trato que habían infligido a su hijo. Ese deseo, esa necesidad de un poco de venganza, era sin duda un defecto en su carácter, pero ahí estaba. Y disfrutaba de cada minuto del revuelo que había causado… hasta la noche anterior. Hasta que se había dado cuenta de que la Guía se había convertido en un escándalo de proporciones desmesuradas. Se estremeció al pensar en el espantoso escándalo que estallaría si llegaba a descubrirse la auténtica identidad de Charles Brightmore. Sería su ruina. Y no sería ella la única. Tenía que pensar en Spencer. Y en Genevieve… Dios mío, Genevieve perdería casi tanto, si no más, que la propia Catherine si llegaba a descubrirse la verdad.

Sin embargo, los acontecimientos de la noche anterior sugerían que quizá su reputación no era lo único que estaba en juego. Su propia vida podía correr peligro. Naturalmente, cabía la posibilidad que hubiera sido víctima de un accidente -rezaba porque así fuera-, pero la coincidencia de lo ocurrido parecía inquietantemente sospechoso. Y Catherine no creía demasiado en las coincidencias…

Andrew se aclaró la garganta, sacándola de sus densas cavilaciones.

– ¿ Qué diría si le dijera que quizá esté planteándome la posibilidad de aceptar su desafío y leer el libro de Brightmore?

Catherine lo miró fijamente durante varios segundos y luego estalló en carcajadas. Una combinación de fastidio y de confusión parpadeó en los ojos de Andrew.

– ¿Qué demonios le parece tan divertido?

– Usted. Usted está «quizá planteándose la posibilidad…» Diría que evita usted tanto la lectura de este libro como verse flotando en mitad del Atlántico de regreso a Estados Unidos. -Un malévolo demonio interno la llevó a añadir-: Aunque no crea que me sorprende. Como bien sabe la mujer moderna actual, la mayoría de los hombres son capaces de llegar muy lejos a fin de no comprometerse con nada, a menos que sea en beneficio y placer propios, naturalmente. Y ahora, antes de pasar a otra discusión, sugiero que cambiemos de tema, puesto que resulta obvio que estamos en total desacuerdo sobre la cuestión de la Guía. -Tendió su mano-. ¿Tregua?

Él estudió su rostro durante varios segundos y a continuación tendió la mano para estrechar la de ella. La mano de Andrew era grande y fuerte, y ella sintió el calor de su palma incluso a través de los guantes.

– Tregua -concedió él suavemente. Se le crisparon los labios cuando sus dedos apretaron con suavidad los de Catherine-. Aunque sospecho que en realidad está intentando conseguir mi rendición incondicional, en cuyo caso debo advertirle algo. -Se inclinó hacia delante y en sus labios destelló una sonrisa-. No me rindo fácilmente.

¿Era el timbre profundo y suave de su voz, el irresistible aunque en cierto modo malévolo destello que iluminó sus ojos oscuros, o el calor que le subió por el brazo desde el punto exacto donde la mano de Andrew apretaba la suya -o quizá la combinación de los tres- lo que de pronto provocó en ella la sensación de que el carruaje se había quedado totalmente desprovisto de oxígeno? Despacio, Catherine retiró la mano. ¿Eran imaginaciones suyas o Andrew parecía mostrarse reticente a soltársela?

– Su advertencia ha quedado debidamente registrada. -Cielos, sonaba como si le faltara el aliento.

– No ha sido mi intención discutir con usted. Ni ahora, ni anoche, lady Catherine.

– ¿Ah, no? ¿Y cuál era entonces su intención?

– Pretendía pedirle que me concediera un baile.

Una imagen colmó al instante la mente de lady Catherine. Se vio girando alrededor de la pista de baile al ritmo de los armónicos acordes de un vals, con la mano de nuevo entre la de él, y el fuerte brazo de Andrew alrededor de su cintura.