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Andrew sólo podía mirarla. ¿Lady Catherine había leído aquella escandalosa basura? ¿Varias veces? ¿Y había adoptado sus preceptos? Imposible. Lady Catherine era todo un parangón. El epítome de una perfecta dama, sosegada y de gentil crianza. Pero estaba claro que la había leído, puesto que no había posibilidad alguna de malinterpretar sus palabras ni su expresión obstinada.

– Le veo muy perplejo, señor Stanton.

– No puedo negar que lo estoy.

– ¿Por qué? Si me guío por sus propias palabras, casi todas las mujeres de Londres han leído la Guía. ¿Por qué iba a sorprenderle que yo la haya leído?

«Porque usted no es como las demás mujeres. Porque no quiero que sea usted "independiente" ni "moderna". Lo que quiero es que me necesite, que me desee, que me ame del mismo modo que yo la necesito, la deseo y la amo.» Dios santo, si las tonterías del bastardo de Brightmore habían transformado a lady Catherine en una de esas arribistas marisabidillas, el hombre lo pagaría muy caro. Sin duda, todas esas condenadas tonterías sobre «la mujer moderna actual» no iban a ser de ninguna ayuda en su plan para cortejarla. A juzgar por lo que ella había dicho sobre lord Nordnick, corría ya el riesgo de distanciarse de lady Catherine por el simple acto de ir a buscarle una copa de ponche.

– No me parece que ese libro sea la clase de lectura que corresponda a una dama como usted.

– Y, dígame, ¿qué clase de dama soy, señor Stanton? ¿La clase de dama que no sabe leer?

– Por supuesto que no.

– ¿La clase de mujer que no es lo bastante inteligente para comprender palabras que contengan más de una sílaba?

– No, sin duda.

– ¿La clase de mujer que es incapaz de formarse sus propias opiniones?

– No. -Se pasó una mano por el pelo-. Es un hecho de indudable claridad que es usted capaz de eso. ¿Cómo había podido torcerse la conversación tanto tan deprisa?-. Lo que quería decir es que no me parece el tipo de lectura adecuado para una dama decente.

– Entiendo. -Catherine le dedicó una mirada fría y distante que le tensó la mandíbula. Definitivamente, no era esa la forma en que había esperado que ella le mirara al término de la velada-. Bien, quizá la Guía no sea tan escandalosa como le han llevado a creer, señor Stanton. Quizá la Guía podría ser mejor descrita como un documento brillante. Provocativo. Inteligente. Aunque, claro, cómo iba a saberlo si no la ha leído. Quizá debería hacerlo.

Andrew arqueó las cejas ante el inconfundible reto que brillaba en los ojos de Catherine.

– Debe de estar bromeando.

– No. De hecho, estaría encantada de prestarle mi ejemplar.

– ¿Y por qué iba yo a querer leer una guía femenina?

Catherine le ofreció una sonrisa que se le antojó un poco demasiado dulce.

– Muy sencillo: para que pudiera ofrecer así una opinión informada e inteligente la próxima vez que hable de la obra. Y, además, quizá hasta aprenda algo.

Dios mío, aquella mujer estaba chiflada. Quizá fuera debido a un exceso de vino. Andrew la olió discretamente, pero sólo percibió el seductor aroma de las flores.

– ¿Y qué demonios podría yo aprender de una guía femenina?

– Lo que les gusta a las mujeres, por ejemplo. Y lo que no les gusta. Y por qué las tentativas de cortejo de lord Nordnick dirigidas a lady Ofelia están condenadas al fracaso. Sólo por citar algunas razones.

Andrew apretó los dientes. Él sabía lo que les gustaba a las mujeres… ¿o quizá no? No recordaba haber recibido ninguna queja en el pasado. Pero su voz interior le estaba advirtiendo de que quizá no supiera tanto sobre lo que le gustaba a lady Catherine como creía. De hecho, quizá no conociera a lady Catherine tan bien como creía, lo que le inquietó y le intrigó a la vez. Ella había revelado un lado inesperado de su personalidad en el curso de la noche. Andrew se acordó de la advertencia de Philip sobre el nuevo comportamiento testarudo y resuelto de Catherine. En aquel momento, no había dado ningún crédito al comentario de Philip, aunque al parecer su amigo estaba en lo cierto. Más aún, parecía que la culpa de ese cambio era debida a la Guía femenina.

«Maldito seas, Charles Brightmore. Tú y tu estúpido libro habéis dificultado aún más el cortejo de la mujer que deseo, tarea, por otra parte, hercúlea de por sí. Me encantará descubrirte y poner fin a tu carrera de escritor.»

Sí, más difícil todavía, porque la Guía no sólo había llenado claramente la cabeza, de lady Catherine de ideas de independencia, sino que la conversación, que supuestamente debía llevar a Andrew a pedirle que bailara con él y así dar inicio a su plan para cortejarla, se había tornado contenciosa; un giro de los acontecimientos que tenía que corregir de inmediato. No, el encuentro no se estaba desarrollando en absoluto como él había imaginado. Según sus planes, lady Catherine tendría que haber estado en sus brazos, mirándole con cálido afecto. En vez de eso, se había distanciado de él con una mirada glacial de fastidio, una sensación que él compartía, pues era presa de no poca irritación.

Apretó con fuerza los labios para no seguir discutiendo. Sin duda, discutir era lo último que deseaba, sobre todo esa noche, cuando disponían de tan poco tiempo juntos. Su plan para cortejarla se había visto condenado a un comienzo desastroso. La retirada y la reagrupación de fuerzas era sin duda su mejor alternativa. Andrew levantó las manos en una muestra de aquiescencia y sonrió.

– Aunque aprecio sobremanera la oferta de leer su ejemplar, creo que la declinaré. En cuanto a lo que le gusta o no a la mujer moderna actual, me inclino ante su superior conocimiento sobre el tema, señora mía.

Ella no le devolvió la sonrisa. En vez de eso, se limitó a arquear una ceja.

– Continúa sorprendiéndome, señor Stanton.

Una risa carente de toda muestra de humor escapó de sus labios.

– ¿Que continúo sorprendiéndola? ¿De qué modo?

– No le había tomado por un cobarde.

Las palabras de Catherine le dejaron de una pieza. Maldición, aquello había ido demasiado lejos.

– Supongo que porque no lo soy. Tampoco yo la había tomado por una instigadora, aunque al parecer me esté hostigando deliberadamente, lady Catherine. Me pregunto por qué.

Una nueva capa de carmesí tiñó más aún las sonrojadas mejillas de Catherine. Dio un profundo suspiro y dejó escapar a continuación una risilla nerviosa.

– Sí, eso parece. Me temo que he tenido una noche muy difícil y que…

Sus palabras quedaron interrumpidas por un fuerte estallido y el crujido del cristal al romperse. Jadeos y gritos de perplejo temor se elevaron entre los invitados a la fiesta. Andrew se volvió rápidamente y un temor enfermizo le recorrió la columna cuando reconoció que el primer sonido era el de un disparo de pistola. Los fragmentos del cristal roto de uno de los ventanales salpicaban el suelo. En el espacio de un latido de corazón, una miríada de atormentadoras imágenes que Andrew había creído enterradas destellaron en su mente con un reguero de vivida angustia. Empezó a sonar un timbre en sus oídos, engullendo los sonidos a su alrededor, y los indeseados recuerdos del pasado volvieron a golpearle.

– ¡Dios mío, está herida!

El grito aterrado que surgió directamente detrás de él le obligó a volverse de golpe. Entonces todo en su interior se congeló.

Lady Catherine estaba tumbada en el suelo a sus pies con un hilo de sangre entre los labios.

Capítulo 3

En toda relación llega un momento en que un hombre y una mujer se percatan de la existencia del otro de ese modo especial. En muchas ocasiones, esa conciencia se manifiesta o bien con un inexplicable tintineo o con un encogimiento de estómago. Desafortunadamente, la sensación a menudo se confunde con la fiebre o con la indigestión.