Выбрать главу

«¿Quién es? ¿Cómo se llama?»

Él se irguió y se inclinó sobre ella y le susurró al oído:

«Es un nombre que comienza por ele».

Al final, ella se volvió, riendo, pero sin responder.

«¿Ya lo habías entendido?», preguntó él.

Ella dijo que sí, sonriendo.

«¿E intercederás por mí?»

«Pero, ¿acaso es necesario?»

Antonio se asombró de que ella le siguiera el juego.

«Claro que es necesario. El amor es una enfermedad muy horrible».

«Oh, no», dijo ella. «Al contrario: es tan bonito».

«Será bonito cuando es correspondido, pero en mi caso…»

«No, no, es bonito estar enamorado, es algo bellísimo».

«Pero, ¿tú lo has sentido?»

«Sí».

«¿Con quién?»

«Murió. Un muchacho con el que iba a casarme».

«¿Y él te quería?»

«Pues claro. ¿No te digo que íbamos a casarnos?»

«Bueno, entonces es diferente».

«¿Por qué?»

«Porque yo te quiero y tú a mí no».

«¡Qué listo! Hay que dar tiempo al tiempo, te conozco desde hace tan poco».

Él se sintió mal. Ella no había tenido el menor arranque de sorpresa ni satisfacción por lo que él le había dicho, como si se hubiera acostumbrado, como si él fuese simplemente uno de tantos, como si fuera una cosa archisabida y lógica tratándose de ella, como si él fuese un cretino cualquiera. Sintió deseos de herirla.

«De todos modos», le dijo, «tú no tienes la menor confianza conmigo».

«¿Por qué?»

«Me has contado un montón de mentiras».

«No es cierto. Yo siempre te he dicho la verdad».

«¿También sobre tu apellido?»

«¿Qué quieres decir?» Se había endurecido, lo miró fijamente con ojos asustados y cautelosos.

«Te llamas Anfossi y no Mazza».

«¿Quién te lo ha dicho?»

«¡Qué más da! ¿Te llamas Anfossi o no?»

«¿Qué importa? En el teatro todos nos hacemos llamar con otro nombre».

«¿Y en la Scala cómo te llaman?»

«Rosanna Mazza. Puedes verlo escrito incluso en los programas».

«¿Y qué necesidad había?»

«Mejor dime quién te lo ha dicho. La señora Ermelina, me apuesto algo».

«¿Y si así fuera?»

«¡Qué asquerosa! Menos mal que ya no tengo nada que ver con ella».

«¿Habéis reñido?»

«¿A ti qué te importa? Si te digo que es una asquerosa».

«Algún motivo habrá».

«Motivos hay muchos y yo sé cuáles son. ¡Oye, así, no, que me despeinas toda!»

«¿Qué te ocurre hoy? ¿Estás de mala uva?»

Ella sintió la necesidad de arreglarlo. Se puso de morros en broma, levantó la vista hacia él y batió los párpados con coquetería infantil.

«Venga, Antonio, ven aquí, que tengo frío».

Y en el preciso instante en que él se inclino a abrazarla y estrechar su cuerpecito desnudo, se dio cuenta de que su estupenda seguridad de poco antes se había desvanecido: no era cierto que Laide estaría siempre a su disposición, no era cierto que podría contar con ella; precisamente en la amable pasividad con que la muchacha, al responder a su abrazo, le pasó un brazo por los hombros, gesto formal, sin arrebato ni estremecimientos, idéntico al que las mujeres hacen en el baile incluso con un extraño que las invita por primera vez, había la maldita distancia; un poco antes, cuando bromeaban sobre el amor, ella estaba mucho más cercana y comprensible que en aquel momento en que los dos cuerpos estaban acoplados en la unión carnal.

Exacto: al cabo de poco, aquel amor habría acabado, ella se iría al baño, él se quedaría boca arriba, en la cama, vacío y sin alegría, después ella reaparecería a recoger la ropa, la pulserita de oro, el reloj, y diría:

«¡Dios mío, qué tarde es. ¡Vamos, levántate, por favor!»

El rayo de sol sobre la moqueta verde ya había desaparecido, una nube debía de haber tapado el sol. Ella diría, con un arranque de rabia:

«¡Qué lata! No sé cómo voy a poder arreglármelas mañana».

«¿Qué tienes que hacer mañana?», preguntó él.

«Ya te lo he dicho, ¿no?, que tengo que ir a Módena».

«No, no me lo has dicho».

«Tú no te acuerdas nunca lo que se dice de nada».

«¿A Módena? ¿Para qué?»

«Para las fotografías, te lo debo de haber dicho cien veces».

«¿Te lo pagan bien, al menos?»

«¡Qué más quisiera! Pero, si digo que no, me quedo fuera del circuito».

«¿Cuánto?»

«Cinco, siete, a veces hasta diez sábanas».

«¿Por cada fotografía?»

«¡Sí, hombre! ¡Qué más quisiera!»

«¿Y el viaje? ¿Y el hotel?»

«Bueno, eso me lo pagan».

«¿Y cuántos días vas a quedarte?»

«Creo que dos días».

«¿Por qué dices "creo"?»

«Con el trabajo nunca se sabe».

«Y por la noche, ¿qué haces?»

«¿Qué quieres que haga? En Módena, ¡imagínate!»

«Hombre, a propósito, pero, ¿no vive en Módena ese primo tuyo?»

«Sí, pero es tan aburrido».

«¿Está enamorado de ti?»

«Perdidamente».

«¿Y haces el amor con él?»

«Faltaría más. No sé, para ti todo el mundo no debería pensar en otra cosa. Es un buen chico, me respeta mucho».

«¿Cómo? ¿Ni siquiera un besito?»

«No tiene valor para tocarme con un dedo siquiera».

«¿Te cree virgen?»

«Eso espero. Me considera como una hermana».

«¿Y qué hace?»

«Es ingeniero. Trabaja en un oleoducto».

«Y quiere casarse contigo, naturalmente».

«Él, sí. Yo ni siquiera lo pienso».

«¿Y salís juntos a menudo?»

«A veces».

«¿Adónde? ¿Al cine?»

«Sí, sobre todo al cine».

«¿Es un chico guapo?»

«Pues no está mal».

«¿Te gusta?»

«Pero si te he dicho que no me interesa. Es un primo mío. Le tengo cariño».

«Aunque te acostaras con él, no veo qué tendría de malo».

«Simplemente, que no me va. Y, además, en un sitio como Módena, ¡imagínate! Se enteraría todo el mundo».

«Pero a él le gustaría».

«¿A él? Tendrías que conocerlo. ¡Es más tímido…! En la familia lo han tenido como en el colegio. Imagínate que, cuando está en Milán, su padre le da la llave de la casa sólo una vez a la semana».

«¿Cuántos años tiene?»

«Veinticinco o veintiséis, creo».

«¿Y cómo se llama?»

«Marcello se llama. ¿Y qué más quieres saber?»

«¡Huy, por favor! Haz lo que te parezca, querida».

«Bueno, ahora estoy hasta la coronilla de este interrogatorio. ¿Queda claro?»

Él guardó silencio, exasperado. Con qué gusto le habría dado un par de bofetadas. Oh, si hubiera sido capaz.

Ella lo advirtió.

«¡Qué rápido te enfadas, tú! Y pensar que quería pedirte un favor».

«¿Qué favor?»

«¿Lo ves como te has enfadado? Mejor no decirte nada».

«Como quieras».

«¿Lo ves? Es que mañana tengo que salir a las siete y no sé qué hacer para encontrar un taxi».

«Llámalo por teléfono, ¿no?»

«A esa hora no hay».

«Ya lo creo que hay».

«Y, además, no puedo llamar, porque mi hermana tiene el teléfono en su alcoba».

«¿No puedes despertarla?»

«¡Tú no la conoces!»

«¿Quieres que te acompañe yo?»

«¿A esa hora? ¿Cómo vas a despertarte?»