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Su actitud era despreocupada y a Joanne no le costó nada adaptarse a la atmósfera. Sería agradable coquetear con ese encantador joven que conocía la situación y no esperaría mucho de ella. Y quizá él tuviera la respuesta para su tristeza. Olvidar a Franco y amar a Leo, quien la admiraba por quien era. Con la botella de vino y la luz de la vela se convirtió en una perspectiva tentadora.

La llevó de vuelta a la villa en su deportivo y, tomados de la mano, subieron los escalones y entraron en la casa. En el vestíbulo a oscuras Leo susurró:

– ¿No me merezco un beso de despedida?

– Creo que sí -musitó ella.

Dejó que la tomara en sus brazos con la vana esperanza de que la chispa vital surgiera entre ellos y así poder liberar su corazón de Franco. Pegó los labios a los suyos y al principio la besó con suavidad, luego con creciente calidez. Pero ella no sintió nada.

– Joanne, carissima -susurró él-. Te adoro… y tú sientes algo por mí, ¿no? Siento que sí…

Pero Leo se engañaba. El cuerpo de ella, tan ansioso y apasionado con un hombre, era frío y estaba apagado para los demás. Se puso tensa, lista para apartarse y decirle que no tenía nada que dar. Pero antes de que pudiera hacerlo la luz del vestíbulo se encendió.

Franco los observaba con una sonrisa sombría e irónica en la cara.

Joanne se soltó con un jadeo. Leo sonrió, impasible.

– Ciao, Franco -saludó con afabilidad-. Qué extraño que tú estés aquí. Empezábamos a conocernos.

– Leo -dijo Joanne indignada.

– Lo siento, carissima. Ha sido una vulgaridad. Pero ¿quién sabe dónde podría haber terminado la noche…?

– No me interesa dónde podría haber terminado tu noche -indicó Franco con frialdad-. Joanne, necesito hablar contigo con urgencia.

Se apartó y con un gesto le señaló que pasara. Entonces apareció María, quien se llevó a Leo. Cuando tuvo a Joanne a su lado, le susurró al oído: «Vino hace dos horas y dijo que esperaría sin importar el tiempo. Ha estado sentado aquí con expresión tormentosa».

Era un misterio por qué estaba enfadado, pero contempló su vestido corto y su seductor maquillaje con ojos duros. Ella estaba decidida a no amilanarse ante su desaprobación; entró en el salón y dejó a un lado el chal que llevaba, revelando sus hombros desnudos.

– ¿Qué querías decirme? -preguntó, y para su alivio la voz sonó templada y bajo control.

– Mucho -repuso él, mirándola de arriba abajo-. Pero casi todo ha desaparecido de mi cabeza. Es una sorpresa encontrarte en brazos de Leo.

– Pues sí que tienes descaro -soltó con vehemencia-. No es asunto tuyo a quién beso.

– Por supuesto, tienes razón. Pero pensaba que tenías mejor gusto.

– Leo es amigo tuyo.

– Eso no lo convierte en un amigo adecuado para ti. Es un playboy.

– Es divertido. Lo hemos pasado bien juntos.

– No me cabe la menor duda -espetó.

– Franco, no sé para qué has venido, pero si sólo ha sido para criticar, puedes marcharte otra vez.

– Vine para llevarte de nuevo a Isola Magia. Nico está empeñado en tenerte mañana para su cumpleaños. Lo he arreglado con tus clientes.

Respiró hondo al rememorar las últimas y desgraciadas semanas. La había despreciado, y luego consideraba que con chasquear los dedos la podía recuperar. Joanne rara vez perdía los estribos, pero lo hizo en ese momento.

– Lamento que hayas venido en vano, Franco -repuso con firmeza-, pero estoy muy ocupada los próximos días…

– Te he dicho que lo he arreglado con tus clientes…

– Pero olvidaste hacerlo conmigo. Tengo algunos sentimientos.

– Y es evidente que los tienes todos comprometidos con Leo Moretto -afirmó con tono despectivo-. Qué pena que no tengas la visión clara de tu prima. Rosemary siempre dijo que era tan superficial que podías ver a través de él.

– Rosemary te amaba a ti -desafió-. Pero yo no soy ella. Soy Joanne, y mis gustos son míos.

– No lo pido por mí -dijo al fin con expresión extraña-, sino por mi hijo. Te ganaste el corazón de Nico. ¿He de indicarte lo preciado que es semejante don? ¿Acaso lo cautivaste para divertirte y dejarlo a un lado cuando te apeteciera?

– Claro que no. Eso es una maldad.

– Entonces vuelve ahora conmigo. Para él lo significará todo… y para mí.

– ¿Para ti? -repitió con inseguridad.

– Nico es lo único que me queda para querer. El año pasado su cumpleaños fue triste, ya que estaba muy reciente la muerte de su madre. Este año quiero que disfrute como debe hacerlo un niño, y tú puedes darle eso -al verla titubear, estalló-: ¿Crees que a mí me resultó fácil venir a verte de nuevo?

– No, no lo creo. No más de lo que es para mí.

– Sí, es duro para los dos, pero ¿no podemos dejar nuestras diferencias a un lado por el bien del pequeño?

– Debemos -aceptó al rato-. Iré contigo a primera hora de la mañana.

– Me temo que no podemos esperar hasta mañana. Le prometí que estaríamos allí cuando despertara.

– ¿Tú le prometiste…?

– Sabía que podía contar con tu amabilidad.

– No sabías nada de eso -soltó, indignada-. Contaste con que podrías avasallarme. Es evidente que Rosemary dejaba que te impusieras…

– Rosemary jamás habría discutido en lo referente a la felicidad de Nico -explicó él. Eso la calló-. Nico se sintió dolido cuando despertó y no te encontró aquella mañana. No paró de preguntarme por qué te habías marchado sin despedirte.

– Me pregunto qué le habrás dicho -vio que se ponía colorado.

– Por favor, Joanne, olvidemos aquello. Lo que sucedió fue por mi culpa, y tienes todo el derecho a estar enfadada conmigo. Pero te prometo que no volverá a pasar… por favor, por el bien de Nico.

Sabía que sus palabras eran para tranquilizarla. Menos mal que desconocía el dolor que le provocaba. ¿Cómo pudo imaginar algo entre Leo y ella cuando Franco era capaz de afectarla de esa manera?

Pensó en Nico, en el niño de cara luminosa que con tanta confianza se había arrojado a sus brazos. ¿Cómo podía decepcionar al hijo de Rosemary?

– De acuerdo, iré.

– Gracias -repuso con ardor-. Nos marcharemos en cuanto te hayas cambiado. ¿Puedes darte prisa, por favor?

– Necesitaré tiempo para poner algo de ropa en un bolso.

– No sé cómo contártelo -pareció incómodo-, pero la Signora Antonini, en cuanto le revelé el motivo, te preparó la maleta.

– ¿De verdad? -casi se quedó sin habla-. Es evidente que no me has dejado nada que hacer.

María se encontró con Joanne en el rellano.

– Dos amantes -expuso con tono triunfal-. ¡Qué estimulante!

– No es mi amante -protestó ella.

– Tonterías, claro que lo es. Al ver que tardabas tanto en llegar se mostró muy inquieto. Quédate con él. Vale diez veces más que el otro.

Era una necedad discutir. Se quitó el vestido de noche y bajó. Franco la esperaba con impaciencia en la entrada. Leo se hallaba en el vestíbulo, observando a Franco con ironía.

– Qué pena que nuestra velada terminara con tanta brusquedad -le dijo a Joanne-. Pero mañana volveré a casa, así que me atrevo a decir que volveremos a vernos.

– No me quedaré mucho tiempo -explicó Joanne con presteza-. María, no tardaré en regresar al trabajo.

– Quédate todo el tiempo que desees -indicó María-. Una joven bonita como tú debe disfrutar con todos sus amantes.

– ¿Nos vamos? -preguntó Franco.

Colocó el bolso de Joanne en la parte de atrás del coche y lo puso en marcha.

– No puedo evitar que María hable así -comentó tras ir un rato en silencio-. Le dije que no éramos amantes, pero ella es como es.