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Los registros no le contarían toda la historia ni la verdad que buscaba, pero por ellos podría informarse de quién era y sabría algo sobre sus padres, aquel haraposo granjero y su mujer.

La puerta volvió a abrirse y Ezequiel entró con sus pasos acolchados; traía una carpeta bajo el brazo Se la tendió a Vickers v permaneció a un lado, esperando.

Vickers abrió la carpeta con manos temblorosas. Allí estaba todo:

Vickers, Jay, n. 5 Ag. 1947. v.t. Junio 20, 1966, c.p., t., m.i., mut. lat.

Estudió todo aquello y no le halló sentido.

—Ezequiel.

—¿Sí, señor?

—¿Qué significa todo esto?

—¿A qué se refiere, señor?

—A esta línea —señaló Vickers—: todo esto del v.t.

Ezequiel se inclinó para leerle:

—Jay Vickers, nacido 5 Agosto, 1947, vida transferida 20 junio, 1966, capacidad precognición, sentido del tiempo, memoria inherente, mutación latente. Eso significa, señor, que usted no ha cobrado conciencia de ella.

Vickers echó una mirada a la parte superior de la página; allí estaban los nombres, las dos líneas entre los corchetes indicadores de matrimonio, de las cuales surgía la anotación correspondiente a él.

Charles Vickers, n. 10 junio 1917, cont. 8 Ag. 1938 consc., s.t., el., m.i., a.s, 6 feb. 1971.

Sarah Graham, n. 16 abril. 1920, cont. 12 sept. 1937 consc., com, ind., s.t., m.i., a.s. 9 marzo 1970.

Sus padres. Dos párrafos de símbolos. Trató de descifrarlos.

—Charles Vickers, nacido el 10 de enero de 1917, continuo… No, eso no va.

—Contacto establecido, señor —aclaró Ezequiel.

—Contacto establecido el 8 de agosto de 1938, consciente, s.t. y el. ¿Qué es eso?

—Sentido del tiempo y electrónica, señor.

—¿Sentido del tiempo?

—Así es, señor. Los otros mundos. Son cuestión de tiempo, como usted sabe.

—No, no lo sé—confesó Vickers.

—No existe el tiempo —explicó Ezequiel—. Es decir, no existe tal como lo concibe el ser humano común. No hay un fluir constante, sino paréntesis cronológicos en los que cada segundo sigue al anterior, aunque en realidad no existen los segundos como medida.

—Comprendo —dijo Vickers.

En verdad comprendía. En ese momento lo recordaba todo: la explicación de los otros mundos, cada uno atrapado en un momento, en cierta extraña y arbitraría división del tiempo; cada paréntesis cronológico tenía su propio mundo y nadie podía saber ni suponer hasta dónde se extendía la cadena.

Algún dispositivo secreto se había puesto en funcionamiento en su interior Allí estaba la memoria inherente, como siempre lo había estado, aunque escondida en su ignorancia, tal como aún lo estaba en gran medida su capacidad de precognición.

Según acababa de decir Ezequiel, el tiempo no existía. No existía en la forma en que lo concebían los seres humanos comunes. El tiempo estaba dividido en parcelas y cada una contenía una sola fase del universo, un universo inaccesible para la comprensión humana.

¿Y el tiempo en sí? El tiempo era un medio infinito extendido hacia el futuro y el pasado…Pero no había futuro ni pasado, sino un infinito número de paréntesis extendidos hacia ambos lados, cada uno portador de una sola fase del universo.

En la Tierra original el hombre cavilaba sobre el tiempo, sobre la posibilidad de proyectarse hacia el ayer o hacia el mañana. Vickers comprendió entonces que todo era imposible, que cada instante permanecía para siempre encerrado en su paréntesis. La tierra del hombre había viajado en la misma burbuja de ese instante desde el momento de su génesis; moriría y se derrumbaría en la nada sin haber salido de ese mismo instante.

Se podía viajar en el tiempo, naturalmente, pero no habría ayer ni mañana. En cambio, si uno poseía cierto sentido del tiempo estaba en condiciones de pasar de un paréntesis a otro; al hacerlo no hallaría ayer ni mañana, sino otro mundo. Y eso era lo que había hecho él al impulsar el trompo. Claro que el juguete no tenía intención alguna en eso: era sólo una ayuda.

Prosiguió con el análisis de las anotaciones.

—A.n. ¿Qué significa a.n., Ezequiel?

—Animación suspendida, señor.

—¿Mi padre y mi madre?

—Están en animación suspendida, señor, a la espera del día en que los mutantes logren finalmente la inmortalidad.

—¡Pero si murieron los dos! Sus cuerpos…

—Cuerpos humanoides, señor. Debemos hacer todo en orden para que los normales no sospechen.

El cuarto se iluminó, frío y desnudo, con la monstruosa desnudez de la verdad. Animación suspendida. Sus padres aguardaban en animación suspendida el día en que se les pudiera dar la inmortalidad. Y él, Jay Vickers, el verdadero Jay Vickers, ¿qué era de él? No estaría en animación suspendida, por cierto, puesto que la vida había abandonado al verdadero cuerpo para ocupar el del androide sentado en el cuarto, con el registro de su familia entre sus manos androides.

—¿Y Kathleen Preston?—preguntó.

Ezequiel meneó la cabeza.

—No sé de ninguna Kathleen Preston —respondió.

—Pero trajiste el registro de su familia.

Ezequiel volvió a negar.

—¡No hay registro de los Preston! Revisé todo el índice. No menciona ningún Preston. No hay Preston por ninguna parte.

CAPITULO 39

Había tomado una decisión, pero ya no servía de nada; el recuerdo de dos rostros la tornaba inútil. Cerró los ojos y recordó a su madre, recordó cada uno de sus rasgos, tal vez algo idealizados, pero con bastante exactitud. Recordó su horror al saber de su aventura en el país de las hadas. Después papá había hablado con él y el trompo ya no volvió a aparecer.

No podía volver a aparecer, naturalmente; no podían dejar de reprocharle los excesos de su imaginación. Después de todo ya tenían bastantes dificultades para vigilarlo y saber dónde estaba con un solo mundo; cuidar a un niño de ocho años capaz de vagabundear por cien era ya imposible.

El rostro de su madre, la mano del padre sobre el hombro, con los dedos apretándole la carne, con masculina ternura: eran recuerdos a los que nadie podía volver la espalda.

Y los dos aguardaban con una fe absoluta, sabiendo que cuando la oscuridad cayera sobre ellos no traería consigo el fin, sino el comienzo de una aventura aún mayor de la que esperaban al unirse al grupo de mutantes, hacía ya tantos años. Si ellos habían depositado tanta fe en el plan de los mutantes, ¿podía el hijo hacer menos? ¿podía rehusarse a cumplir con su parte en la tarea de crear un mundo mejor, cuando ellos habían hecho tanto?

Ellos dieron cuanto estaba a su alcance; la labor encarada, la fe que brindaran, debían ser llevadas a su completa realización por quienes quedaban atrás. Y él era uno de ellos. No podía fallarles.

Se preguntó cómo sería el mundo a crear. ¿Qué clase de mundo podía surgir cuando los mutantes lograran la inmortalidad, cuando el hombre no se viera obligado a morir, cuando pudiera vivir por siempre? No sería igual. Sería un mundo de diferentes valores e incentivos.

¿Qué factores harían falta para mantener en marcha un mundo inmortal? ¿Qué incentivos y condiciones, para evitar que decayera? ¿Qué oportunidades e intereses en constante expansión, para salvarlo del callejón sin salida que constituía el aburrimiento?

¿Cuáles serían las necesidades en un mundo inmortal?

Espacio vital infinito, para empezar; lo habría, puesto que todos los mundos precedentes estarían abiertos. Y si con eso no bastaba se podía disponer del universo entero, con todos sus soles y sus sistemas planetarios; si la Tierra tenía infinitos mundos precedentes y subsiguientes, lo mismo debía suceder con cada estrella y cada planeta del universo.