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– ¿Estás borracha?

Lisa se inclinó hacia adelante y se acusó, – Sí, ¿y adivina qué más? Me caso.

– ¿Qué?- Delaney explotó-. ¿Te casas y has esperado todo el rato para decírmelo?

– Bueno, pero aún no se lo hemos dicho a nadie. Quiere hablar con su hija primero, antes de que se lo digamos a la gente. Pero está en Washington con su madre hasta la semana que viene.

– ¿Con quién? ¿Quién es el afortunado?

Lisa la miró directamente a los ojos y dijo, – Louie Allegrezza.

Delaney parpadeó varias veces y luego estalló en risas-. Eso si que es bueno.

– Hablo en serio.

– Louie el loco-. Continuó riéndose mientras negaba con la cabeza. -Me quieres tomar el pelo.

– No. Hemos estado saliendo durante ocho meses. La semana pasada me pidió que me casara con él, y por supuesto que le dije que sí. Nos casaremos el 15 de noviembre.

– ¿El hermano de Nick?- Su risa se detuvo-. ¿Pero hablas en serio?

– Totalmente, pero no lo podemos contar hasta que se lo diga a Sophie.

– ¿Sophie?

– La hija que tuvo con su primera esposa. Tiene trece años y es digna hija de su padre. Cree que si se lo dice cuando venga, tendrá seis meses para hacerse a la idea.

– Louie el loco, – repitió Delaney estupefacta-. ¿No está en prisión?

– No. Ahora ya no hace locuras-. Hizo una pausa y negó con la cabeza-. Además, nunca estuvo tan loco.

Delaney se preguntó si su amiga se habría caído de cabeza y habría perdido diez años de memoria-. Lisa, robó un coche en quinto grado.

– No. Nosotras estábamos en quinto grado. Él estaba en noveno, y sinceramente, estaba a punto de devolverlo cuando se metió en la cuneta y se dio contra ese banco de Value Drug-. Lisa se encogió de hombros-. Incluso así no lo hubieran atrapado si no hubiera dado ese volantazo para no atropellar al perro de Olsens, Buckey.

Delaney se limitó a sacudir la cabeza-. ¿Estás culpando a Buckey?

– Ese perro siempre anda suelto.

Todos los perros andaban sueltos en Truly-. No puedo creerme que culpes al pobre Buckey. Debes estar muy enamorada.

Lisa sonrió-. Lo estoy. ¿No te has sentido nunca tan enamorada que quisieras meterte dentro de la piel de un hombre y quedarte allí?

– Alguna vez – confesó Delaney, sintiéndose un poco envidiosa de su amiga-. Pero lo superé al poco tiempo.

– Es una pena que vivas tan lejos, me gustaría que vinieras a mi boda. ¿Recuerdas cómo íbamos a ser cada una la dama de honor de la otra?

– Sí- suspiró Delaney-. Iba a casarme con Jon Cryer y tú ibas a casarte con Andrew McCarthy. [17]

– “La chica de rosa”-. suspiró Lisa también-. Esa si fue una gran película. ¿Cuántas veces crees que nos sentamos y lloramos cuándo Molly Ringwald echa a Andrew McCarthy porque se equivocó al ver las huellas?

– Al menos cien. Recuerdas cuando… -pero la voz del camarero la interrumpió.

– Última llamada -gritó él a voz en cuello.

Delaney comprobó su reloj otra vez-. ¿Última llamada? No son ni las diez.

– Es domingo -le recordó Lisa-. Se cierra a las diez los domingos.

– Estamos demasiado borrachas para conducir – se asustó Delaney-. ¿Cómo vamos a llegar a casa?

– Louie me recogerá porqué sabe que acabo así cuando quedo con amigas y que lo necesito. Estoy segura de que te llevará también a casa.

Ella se imaginó la horrorizada cara de su madre husmeando fuera de la ventana de delante, y viéndola llegar con el loco Louie Allegrezza por el camino de acceso. Delaney sonrió al pensarlo, y supo que estaba a bastantes margaritas de la sobriedad-. Si crees que no le importa.

Pero no fue Louie el que llegó al bar cinco minutos más tarde como si fuera el dueño del lugar. Fue Nick. Se había puesto una camisa de franela a cuadros sobre su camiseta. Se había dejado la camisa desabotonada, y los bordes colgaban hasta sus caderas. Delaney se hundió en el asiento. Borracha o sobria, no estaba de humor para enfrentarse a él. Aunque no había mencionado el pasado cuando la había visto antes no confiaba en que no lo haría todavía.

– ¡Nick!- Lisa hizo gestos con las manos mientras lo llamaba a través del bar-. ¿Dónde está Louie?

Él miró hacia el reservado de Lisa, y fijando su mirada en Delaney se dirigió hacia ellas-. Sophie lo llamó trastornada por algo -explicó, llegando hasta la mesa. Hizo una pausa y centró su atención en su futura cuñada-. Me pidió que viniera y te llevara.

Lisa se deslizó por el asiento del reservado y preguntó-. ¿Puedes llevar a Delaney a casa?

– No hace falta -les aseguró rápidamente Delaney. Se puso los zapatos que se había quitado-. Ya me arreglaré-. La habitación se inclinó ligeramente, y apoyó una mano en la pared de al lado-. No creo que esté tan borracha.

Las comisuras de la boca de Nick imitaron su ceño fruncido-. Estás mal.

– Sólo porque me puse de pie demasiado rápido -dijo ella y metió la mano en su bolso color melocotón y buscó una moneda. Llamaría a su madre. No era que le hiciera ilusión, pero si creía que su madre estaría horrorizada de ver a Louie, entonces ver a Nick haría que le diera un infarto.

– No puedes conducir -insistió Lisa.

– ¡No estoy loca! -gritó mientras Nick cogía su bolso melocotón y se movía a través del bar con su bolso en la mano. Cualquier otro hombre podría haber estado en peligro de parecer un poco afeminado agarrando firmemente un bolso color melocotón de mujer, pero Nick no.

Lisa y ella le siguieron más allá de la puerta, a la noche oscura. Esperaba que su madre estuviera ya dormida en la cama-. Joder, que frio hace -masculló, el frío de las montañas penetraba en los huesos. Cruzando los brazos sobre los pechos, prácticamente corrió por la acera para mantenerse a la altura de las largas zancadas de Nick. Ya no estaba acostumbrada a las noches de verano de las montañas de Idaho. Las temperaturas de Phoenix eran de treinta grados por la noche no de quince, y estaba deseando regresar.

– No hace tanto frío -discutió Lisa pasando por delante del Miata amarillo de Delaney aparcado en la cuneta-. Te has convertido en una floja.

– Eres mucho más quejica que yo. Siempre lo fuiste. ¿Recuerdas cuándo te caíste de las barras en sexto grado y lloraste durante tres horas?

– Me lastimé el culo.

Llegaron al Jeep negro de Nick-. No te hiciste daño – dijo-. Sólo es que tú siempre has sido una quejica.

– Por lo menos no lloré como un bebé cuando tuve que estudiar las partes de una rana en secundaria.

– Tenía el pelo lleno de tripas de rana – se defendió Delaney-. Cualquiera lloraría si tuviera el pelo lleno de tripas de rana.

– Jesus, María y José – suspiró Nick como un sacerdote cansado y abrió la puerta del copiloto de su coche-. ¿Qué hice para merecer esto?

Lisa echó el asiento hacia delante-. Algo pecaminoso estoy segura, – dijo y se encaramó al asiento de atrás.

Nick se rió y puso el respaldo en su lugar para Delaney. Como un perfecto caballero mantuvo la puerta abierta para ella. Sabía que estaba borracha, que su juicio no estaba en su mejor momento pero tal vez él había cambiado. Le miró a las sombras, sólo la mitad inferior de su cara estaba iluminada por un poste de alumbrado eléctrico. Sabía que él podía hacer jadear a cualquier mujer cuando quisiera, y había habido algunas veces en su vida en las que él había sido inusualmente bueno con ella. Como aquella vez en cuarto grado cuando había ido a comprar un paquete de Trident y había descubierto una llanta desinflada de su bicicleta. Nick había insistido en llevarle la bici hasta casa. Había compartido sus caramelos con ella, y ella le había dado chicles. Quizá fuera cierto que él había cambiado y se había convertido en una persona estupenda-. Gracias por llevarme a casa, Nick-. O mejor todavía, tal vez él se había olvidado de la peor noche de su vida. Tal vez se había olvidado de cómo se había lanzado sobre él.

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[17] Actores americanos, en esa época hacían películas para adolescentes. (N de T)