Lo último en el mundo que quería era volver a vivir en Truly. Su madre la sacaría de quicio. Estaría loca si se quedara y perdiera un año de su vida.
Estaría chiflada si no lo hiciera.
El Jeep Wrangler derrapó, deteniéndose a pocos metros de lo que una vez había sido un enorme granero. El fuego había sido tan intenso, que el edificio se había derrumbado sobre sí mismo, dejando un montón de escombros en su mayor parte irreconocibles. A la izquierda, un cimiento ennegrecido, un montón de cenizas, y pedazos de vidrio de vasos rotos era todo lo que quedaba del cobertizo de Henry.
Nick desembragó el Jeep y paró el motor. Hubiera apostado cualquier cosa a que el viejo no había pretendido que el fuego llegara también a los caballos. Había estado allí la mañana siguiente al fuego cuando el forense sacó lo que había quedado de Henry de las cenizas. Nick había esperado no sentir nada. Y se sorprendió por hacerlo.
Con excepción de los cinco años que Nick había vivido y trabajado en Boise, había residido en el mismo pequeño pueblo que su padre toda su vida, los dos ignorándose mutuamente. No fue hasta que Louie y él habían trasladado su pequeña empresa constructora a Truly cuando Henry finalmente había reconocido a Nick. Gwen había llegado a los cuarenta años y Henry finalmente aceptó el hecho que nunca tendría niños con ella. Cuando el tiempo se acabó, centró su atención en su único hijo. Pero para entonces, Nick ya estaba en los veintitantos y no tenía ningún interés en una reconciliación con el hombre que siempre se había negado a reconocerle. Por lo que a él concernía, el repentino interés de Henry era un caso de muy poco y muy tarde.
Pero Henry estaba resuelto. Hizo ofertas persistentes a Nick de dinero o propiedades. Le ofreció miles de dólares por cambiar su nombre por Shaw. Cuando Nick se negó, Henry dobló la oferta. Nick pronto le dijo que lo dejara en paz.
Le ofreció a Nick una parte de sus negocios si actuaba como su hijo-. Ven a cenar – como si eso compensase toda una vida de indiferencia. Nick le rechazó.
A la larga sin embargo, comenzaron una coexistencia algo tirante. Nick tenía la cortesía de escuchar sus ofertas y tentaciones antes de rehusarlas. Incluso ahora, Nick tenía que admitir que algunas de las ofertas habían sido bastante buenas, pero lo mismo las había rechazado. Henry lo acusó de obstinación, pero era más desinterés que cualquier otra cosa. Simplemente a Nick no le interesaban, pero incluso aunque hubiera sido tentado, todo tenía un precio. Nada era gratis. Había un intercambio. Quid pro quo.
Incluso hacía seis meses. En un esfuerzo para salvar la brecha entre ellos, Henry le hizo a Nick un regalo muy generoso, una oferta de paz limpia de polvo y paja. Le cedió la escritura de Crescent Bay-. Así mis nietos siempre tendrán la mejor playa de Truly -había dicho.
Nick tomó el regalo, y al cabo de una semana, envió los planos a la ciudad para construir condominios en los cinco acres de propiedad frente a la playa. El proyecto preliminar fue aprobado de forma rápida, antes de que Henry lo supiese y lo pudiese detener. El hecho que el viejo no se enterara hasta que fue demasiado tarde había sido una suerte increíble.
Henry se había enfurecido. Pero lo olvidó rápidamente porque había algo que quería más que cualquier otra cosa. Quería algo que sólo Nick le podría dar. Quería un nieto. Un descendiente directo. Henry tenía dinero, propiedades y prestigio, pero no tenía tiempo. Le habían diagnosticado un cáncer muy avanzado de próstata. Y sabía que iba a morir.
– Sólo escoge una mujer – había ordenado Henry hacía varios meses después irrumpir en las oficinas del centro del pueblo de Nick-. Deberías de poder dejar a alguien embarazada. Sabe Dios que has practicado lo suficiente como para hacerlo.
– Te lo he dicho, nunca he encontrado una mujer con la que quisiera casarme.
– No tienes que casarte, por el amor de Dios.
Nick no quería tener un bastardo con cualquiera, y odió a Henry por sugerírselo a él, su hijo bastardo, como si las consecuencias no tuvieran importancia.
– Lo haces por fastidiarme. Te dejaré todo cuando me vaya. Todo. He hablado con mi abogado, y tendré que dejarle a Gwen algo para que no presente una demanda contra mi testamento, pero tendrás todo lo demás. Lo único que tienes que hacer es traer una mujer embarazada antes de que me muera. Si no puedes escoger a alguien, lo haré por ti. Alguien de una buena familia.
Nick le había mostrado la puerta.
El móvil sonó en el asiento del copiloto, pero lo ignoró. No se había sorprendido cuando se enteró de que la causa de la muerte de Henry había sido un disparo a bocajarro a la cabeza antes de quemarse. Henry sabía que empeoraba, Nick habría hecho lo mismo.
El alguacil Crow había sido el que le dijo a Nick que Henry se había suicidado, pero muy pocas personas sabían la verdad. Gwen lo quiso de ese modo. Henry había muerto como había querido, pero antes había creado un infierno de testamento.
Nick se había figurado que Henry le dejaría algo, pero nunca había esperado que pusiera la condición de que Nick hiciera o no hiciera con Delaney. ¿Por qué ella? Un presentimiento realmente malo pasó por su cabeza, temió saber la respuesta. Sonaba perverso, pero tuvo la horrible sensación de que Henry trataba de escoger a la madre de su nieto.
Por razones que no quería pensar demasiado, Delaney siempre había sido molesta para él. Desde el principio. Como aquella vez que estaba parada delante de la escuela con su mochila y su abrigo azul con un cuello de piel falsa, con aquella masa de cabello rubio con rizos brillantes alrededor de su cara. Sus grandes ojos castaños lo habían mirado, y una sonrisa curvó sus labios rosados. Su pecho se contrajo y se le hizo un nudo en la garganta. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, había cogido una bola de nieve y se la había lanzado a la frente. No supo porqué lo había hecho, pero había sido la única e incomparable vez que su madre le pegó con un cinturón en el trasero. No porque hubiera golpeado a Delaney, sino porque había golpeado a una chica. La siguiente vez que la vio en la escuela, ella parecía el Zorro, con ambos ojos morados. La había mirado a los ojos, con el estómago revuelto y deseando poder volver a casa y esconderse. Había tratado de disculparse, pero siempre se había escapado cuando le veía venir. No podía culparla.
Después de todos estos años, lo que ella pensara aún le importaba. Era la forma en que lo miraba algunas veces. Como si fuera suciedad, o peor, cuándo le miraba como si no existiera. Le hacía querer acercarse y pellizcarla, sólo para oírla quejarse.
Hoy no había tenido intención de lastimarla o provocarla. Por lo menos no hasta que se había referido a él como si pareciera escoria. Pero escuchar el testamento de Henry lo había provocado. Sólo pensar sobre eso lo disgustaba todavía más. Él pensó en Henry y Delaney, y otra vez tuvo aquel mal presentimiento.
Nick alcanzó la llave de contacto y se volvió al pueblo. Tenía algunas preguntas, y Max Harrison era la única persona que conocía las respuestas.
– ¿Qué puedo hacer por ti?- Preguntó el abogado tan pronto como lo hicieron pasar a un despacho espacioso que daba a la calle.
Nick no perdió el tiempo en preliminares-. ¿El testamento de Henry es legal, o puedo impugnarlo?
– Como te dije cuando lo leí, es legal. Pero puedes perder el dinero intentándolo-. Max le pareció cauto antes de agregar – Pero no ganarás.
– ¿Por qué lo hizo? Tengo mis sospechas.
Max miró al joven parado en su oficina. Había algo imprevisible e intenso acechando bajo esa fachada indiferente. A Max no le gustaba Allegrezza. No le había gustado la forma en que se había comportado antes. No le gustó el poco respeto que había mostrado ante Gwen y Delaney; un hombre nunca debía jurar en presencia de señoras. Pero la voluntad de Henry le había gustado todavía menos. Se sentó en una silla de cuero detrás del escritorio, y Nick se sentó frente a él-. ¿Cuáles son tus sospechas?